Cuando internalizamos el sistema

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Este artículo es una respuesta-complemento (y no una crítica) al texto que P. Heraklio publicó en Portal Oaca.

Los sistemas públicos de salud están bajo el asedio neoliberal que pretende privatizarlos. Uno de los resultados es el descenso de la calidad del servicio prestado pues, como bien explica P. Heraklio en su texto, el personal más cualificado tiende a ser despedido y sustituido por personal menos cualificado (que cobra un salario menor). El ahorro continuo perseguido por cualquier gestión privada atiende a una lógica sencilla: maximizar los beneficios. De ahí que el médico inglés sea sustituido por un paramédico en la ambulancia, y que las enfermeras se tengan que encargar de las abarrotadas salas de emergencia. No obstante esto requiere de una más extensa explicación.

Los economistas clásicos, Smith y Ricardo por ejemplo, ya se dieron cuenta de una ley inevitable del sistema capitalista de producción: el descenso progresivo de la tasa de beneficio. Marx, bebiendo de los clásicos, tomó la ley y la introdujo en su teoría del capital. En pocas y sencillas palabras: el capital tiende a acumularse a medida que crece, la competencia también sube y, por lo tanto, el capital disponible arroja menos beneficios en la producción de mercancías (bienes y servicios).

Es por ello que para mantener el beneficio estable o para incrementarlo el capitalista tiene que buscar una alternativa productiva. Históricamente, esto se ha venido haciendo externalizando la producción de mercancías, de ahí el imperialismo capitalista y la globalización de hoy en día (la cual está liderada por la figura de la corporación transnacional). La apertura de nuevos mercados permite el incremento de los beneficios al gozar por un periodo de tiempo una ventaja comparativa en un mercado donde los sujetos pueden ser explotados (aunque existen otros factores que hacen que los beneficios aumenten al externalizar la producción, como un Estado menos exigente a la hora de cobrar impuestos, el ahorro en costes de transporte de materias primas, etcétera).

Sin embargo, el capitalista también puede evitar la inevitable tendencia del beneficio a bajar mediante la reducción del coste de producción en el mercado interno, es decir, bajando los salarios de las personas a las que explota (de esto ya se dio cuenta Ricardo, y de hecho lo condenó). Esto es lo que vemos en los sistemas de salud que P. Heraklio expone en su texto, pero con un matiz que el texto no recoge: que el médico, en su calidad de burgués, no está dispuesto a cobrar menos. Es más, seguramente quiera cobrar cada vez más.

La lógica que sigue el capitalista para mantener su beneficio es sencilla: el capitalista prefiere menos gente trabajando pero más intensamente, porque así puede pagar menos salarios o jornales por una mayor usurpación de plusvalor. De ahí que tenga más sentido, bajo la lógica capitalista, tener cuatro trabajadores trabajando diez horas que dar empleo a quince personas por cinco horas al día (de esta formar también se mantiene un ejército-reserva de gente parada).

Pero aquí viene el matiz del que hablaba yo antes: las personas somos bombardeadas con los valores capitalistas desde la cuna, por lo que terminamos socializando los intereses de la clase burguesa y de la clase capitalista (que a fin de cuentas tienen los mismos intereses). De esta manera, el médico de la NHS no quiere dejar de cobrar un sueldo que considera digno para su profesión porque tiene unos esquemas de clase muy específicos, unos esquemas que incluyen unos estándares de vida, una idea sobre su salario, sobre su dignidad y honor como “miembro respetable de la sociedad”, etcétera. La enfermera de la NHS, por su parte, también tiene unos esquemas determinados. Y lo que une a ambos es el deseo de trabajar más para ganar cada vez más, con la ligera diferencia que el médico ya no encuentra satisfacción en la NHS que corta salarios a diestro y siniestro.

Tan miserable es nuestra vida en la sociedad capitalista que terminamos por hacer nuestros los intereses de la clase que nos explota. Claro está que ni todos los médicos ni todas las enfermeras son iguales (los géneros de las palabras no son gratuitos), pero aquí estoy hablando de grandes patrones sociales que no podemos obviar cuando analizamos la realidad en la que vivimos. Sí, hemos de estar en contra de los recortes salariales que lo único que consiguen es aumentar la explotación capitalista (pues se sigue produciendo lo mismo pero el plusvalor que obtiene el capitalista incrementa al pagar un salario menor, un salario que es usurpado de lo que la propia persona produce). Pero también hemos de estar en contra de la mentalidad pequeño-burguesa que suele predominar en las profesiones liberales: medicina, enfermería, abogacía… De nada nos sirve oponernos a los recortes si lo hacemos porque queremos cobrar más, porque no queremos perder poder adquisitivo (es decir, porque no queremos perder nuestro puesto en el juego capitalista).

Nos oponemos a los recortes salariales porque nos oponemos a la explotación del capitalismo. Porque somos anticapitalistas, y porque tenemos conciencia de clase. Nos oponemos a que nos recorten el salario porque creemos firmemente que luchando a la clase burguesa llegará el día en el que ninguna persona sea explotada, en el que todas las personas se ganen “el pan de cada día” de manera justa y digna. No nos oponemos porque queremos comprarnos un BMW el año que viene; nos oponemos porque sabemos que el sistema de salarios es la esclavitud de nuestro tiempo.

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