El poder popular contra la vía institucional

Por Lus
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Hace falta construir también, no solo derribar, porque si únicamente derribamos y no sabemos construir, otras construirán lo que derribemos, y entonces tocará de nuevo derribar, entrando en un ciclo interminable donde los y las perdedoras somos nosotras.

Hemos escuchado muchas veces la asociación del poder popular a un gobierno popular o de izquierdas. No obstante, la definición de poder popular no pasa realmente por ser sinónimo de un gobierno popular¹, sino que sería definido, desde una perspectiva anarquista, como la capacidad material de un pueblo para materializar sus reivinidicaciones revolucionarias a través de su propia autoorganización que permita articularse como fuerza política de clase, independiente y autónoma al margen de las instituciones del Estado. Este poder popular constituiría una oposición efectiva fuera de las instituciones burguesas y una fuerza política capaz de crear sus propias instituciones u órganos que sustituyan a los organismos del Estado. Esto implica no optar por la vía institucional, sino por la superación del orden capitalista a través de potenciar la autoorganización en el seno de la clase trabajadora a todos los niveles (nivel de barrio, territorial, estudiantil, sindical y político), aspirando a implantar un nuevo sistema político, social y económico basado en la cooperación, la toma de decisiones asamblearia, la solidaridad y la propiedad colectiva de los medios de producción.

Antes que nada, nos pondremos en situación con un breve análisis de coyuntura. Desde la aparición de los movimientos sociales al calor de la crisis, pasamos por un período de inflexión donde están surgiendo nuevas formas de movilización social y también el surgimiento de nuevos partidos políticos, tras la entrada del capitalismo en una nueva fase de reestructuración. La coyuntura de los años de bonanza en los países capitalistas estuvo marcada por una paz social casi total, un consenso entre clases tras la derrota de los movimientos revolucionarios de los ’60, ’70 y ’80. No obstante, actualmente vivimos un nuevo resurgimiento de la movilización popular en una coyuntura que se hace imprescindible la inserción social de los y las anarquistas y ser partícipes de los cambios en el escenario político actual. Podemos apuntar un breve repaso en el aumento de las diferencias de clase por un lado, y por otro, se marca cada vez más una relación de colonia-metrópolis dentro de la propia UE, siendo los países centrales como Alemania y Francia los que formarían la metrópolis, mientras que países de la periferia conformarían la periferia colonial, como los PIGS, Rumania y otros.

A partir de aquí, se está configurando una nueva coyuntura política y social, donde por un lado vuelven a salir las tendencias fascistas y la complicidad de la clase dominante con ellos, como se demuestran en el apoyo al gobierno de Kiev por parte de la comunidad europea y su pasividad hacia partidos fascistas como Frente Nacional y Amanecer Dorado. Y por otro lado está la izquierda parlamentaria que se está reorganizando en torno a una socialdemocracia inspirada en movimientos ciudadanistas estilo 15M, tal es el caso de Podemos y similarmente, Syriza. Respecto al terreno social, podemos encontrar, tras la desmovilización del 15M, una nueva reconfiguración en las movilizaciones populares que actúan en diferentes ámbitos, como el de barrio, la vivienda, la salud, la educación… sin que la tendencia sindical de clase sea el eje central. Estos movimientos tienen una composición muy heterogéneos y carecen de una orientación política clara. También, dentro del movimiento libertario están surgiendo nuevas tendencias que tratan de disputarse un espacio en el escenario político. No somos ajenas al cambio que se está dando actualmente, y están surgiendo procesos, iniciativas y formas organizativas que miran hacia la inserción social, la articulación de movimiento y la construcción de una alternativa política en el seno de la clase trabajadora. Sin embargo, todavía al movimiento libertario le falta consolidarse. Estamos en un proceso de reconstrucción y con miras a enterrar los viejos vicios para salir del estancamiento, sabiendo que si no superamos la marginalidad, acabaremos muriendo y sin posibilidad de plantar cara materialmente al neoliberalismo desde una perspectiva anarquista.

Con la irrupción de Podemos en el escenario político y una derecha que está perdiendo la hegemonía en favor del discurso socialdemócrata, y siendo este año en el que se aproximan las elecciones municipales y más tarde las generales, es probable que tengamos que contar con nuevas caras en ayuntamientos y en el gobierno estatal. Nos han pasado por encima numerosos ajustes neoliberales, la más destacada la reforma laboral del 2012, más la LOMCE y ahora con más vueltas de tuerca del Plan Bolonia en el ámbito estudiantil, sin olvidar tampoco el acecho del TTIP que mermará aún más los derechos sociales en favor de los mercados. El neoliberalismo está en continua ofensiva mientras que los movimientos sociales están en una posición a la defensiva, y los pocos actores políticos que se presentan como opositores al modelo neoliberal llevan tintes socialdemócratas, mientras que la izquierda revolucionaria (léase marxistas y anarquistas) brillamos por nuestra ausencia.

Las coyunturas están en constante cambio, es un gravísimo error de análisis afirmar que no ha cambiado nada, lo cual, quiere decir que es un error pensar que con otras caras en las instituciones vaya a seguir todo igual. Aquí hay que diferenciar entre lo estructural y lo coyuntural. Mientras que lo primero es referido a la base material en las relaciones de producción, lo segundo es referido al conjunto articulado de fuerzas políticas y sociales en un determinado espacio y tiempo. En otras palabras, un cambio de gobierno (no la forma del Estado) no ocasionaría un cambio en las relaciones de producción, pero sí provocaría un cambio en la coyuntura, esto es, que ante una posible victoria de un partido socialdemócrata, la correlación de fuerzas cambie en favor de unos sectores sociales, como sería la de la pequeña burguesía y parte del proletariado. Esto supondría un pequeño desplazamiento de las tendencias neoliberales en favor de una tendencia keynesiana, aunque posteriormente ese supuesto gobierno socialdemócrata termine asimilando el discurso neoliberal.

Así pues, medidas decretadas por dicho gobierno como, por ejemplo, una subida del salario mínimo interprofesional, la paralización de los procesos de privatización, moratorias sobre las ejecuciones hipotecarias, derogación de leyes restrictivas, etc, supondrían un respiro para las capas sociales más desfavorecidas entre la clase trabajadora. No obstante, puesto que la sociedad de clases no desaparece sino que la clase capitalista sigue siendo dominante, las medidas no se aplicarían si no hay un poder social que las ponga en vigencia, es decir, si no existe una movilización popular que obligue a la clase capitalista a aplicarlas. Por ejemplo, a una trabajadora se la puede someter con amenazas de despido para que acepte un sueldo por debajo del salario mínimo decretado si ésta no se organiza en su sindicato, o un banco puede igualmente echar a la gente de las casas pese a las moratorias si no hay un Stop Desahucios que los frene. Dentro de la relación instituciones–pueblo, podemos ver con este ejemplo que existen dos fuerzas separadas: por un lado, la del partido de turno en el poder ejecutivo² y por otro, la de los movimientos populares. Las relaciones entre estas fuerzas pueden variar: desde la dependencia absoluta del partido y su funcionamiento como una extensión de éste para captar votos, tener una base de apoyo ideológico y de legitimación de sus medidas, hasta una fuerza independiente con su propio proyecto político. O incluso puede darse el caso de una ausencia casi total de movimientos populares. Los factores que determinan la fuerza real de los movimientos populares son: su grado de presencia en el escenario político y de organización, capacidad para adaptarse a los cambios, su composición interna y la existencia o no de un discurso político, es decir, si está articulado también a nivel político.

Es sabido entre anarquistas que la vía institucional es un engaño, un callejón sin salida que termina en la conciliación de clases y prepara a su vez el terreno para los totalitarismos de corte fascista cuando desmoviliza el movimiento obrero. Hemos estado repitiendo hasta la saciedad esta premisa, así como el discurso de la abstención activa pero, ¿hemos conseguido poner sobre la mesa unas alternativas políticas concretas como hojas de ruta más allá del “organízate y lucha”?. Por eso, no está de más añadir unas cuántas líneas más que vayan más allá de la mera negación. Consideremos que las dinámicas que emanan desde las instituciones nos afectan y que no podemos permanecer pasivas con los cambios que desde allí se dan y ver por dónde podemos avanzar sin entrar en el juego electoral, apostando por el fortalecimiento de los movimientos sociales y la creación de alternativas a través de la lucha cotidiana. La coyuntura legal y la tendencia del poder ejecutivo influyen, de alguna manera aunque sin ser un factor determinante, en la configuración de los movimientos sociales. Por ejemplo, en una situación donde esté reconocida en las leyes la libertad sindical, podría favorecer el surgimiento de sindicatos independientes, cosa que sería más difícil en otra donde dicha libertad esté restringida. Sin embargo, que la libertad sindical esté recogida en las leyes no hace que comiencen a brotar numerosas centrales sindicales ni que la clase trabajadora vaya en masa a organizarse en el sindicato, esto dependerá de otros factores. Puede darse el caso también que en situaciones más represivas surja un grado de organización popular y conflictividad social mayor que en otra donde se reconozcan más derechos y libertades.

La limitación de la vía institucional radica en que no es capaz de cambiar lo estructural, solo puede aspirar a reformar el capitalismo. Por ello, siempre en última instancia, será el grado de presencia de los movimientos populares, su organización y su politización lo que determinaría cómo se configuraría la correlación de fuerzas. Por tanto, un pueblo fuerte sería capaz de avanzar incluso en coyunturas donde la represión sea más fuerte que en las democracias liberales. Así pues, tomando como referencia el ejemplo del párrafo anterior, aunque estuviesen prohibidos los sindicatos al margen de los oficiales ni estuviese legalizado el derecho de reunión, aquel pueblo fuerte, o un movimiento popular fuertemente organizado, seguiría siendo capaz de organizarse y articularse como fuerza política capaz de dirigir una ofensiva contra las clases dominantes desafiando su orden y poner en marcha los programas políticos de carácter popular y revolucionario.

En resumen, hemos de destacar la separación entre lo institucional y el pueblo. Mientras que desde las instituciones se pueden aplicar medidas para aliviar los efectos de la reestructuración capitalista sobre la clase trabajadora, si el pueblo se constituyese como un actor político independiente, puede llegar a desestabilizar el viejo orden capitalista y llevarnos a una situación revolucionaria mediante la agudización de la lucha de clases. El poder popular desde una perspectiva anarquista es una vía alternativa al asalto institucional y a la conquista del poder político, lo cual quiere decir que en lugar de mirar hacia el Estado, concibe la articulación del pueblo como sujeto político, siendo una fuerza independiente y un actor político fuera del marco institucional. Pero independiente no significa marginalidad ni aislamiento, sino llevar discurso propio que no parta de las abstracciones ideológicas, sino del análisis de coyuntura, de la realidad de las luchas sociales, y de los problemas sociales inmediatos, impulsando la movilización social y defendiendo su autonomía frente a los intentos de ciertos partidos a fagocitarlos.

Por suerte, en estos momentos están saliendo propuestas interesantes como alternativas a la vía institucional y que apuesten por el poder popular frente al electoralismo³. Hay vida más allá de la abstención y de las críticas destructivas, y es la estrategia de acumulación de fuerzas. No olvidemos que la batalla se tiene que librar en el terreno social, que necesitamos crear hojas de ruta y un programa político que apunte a aumentar el grado de autoorganización popular con base en la lucha de clases, el feminismo, el antirracismo y el ecologismo. Porque si no planteamos alternativas a la vía institucional, de nuevo nos encontraremos en la impotencia viendo cómo la gente termina por abandonar las calles y poniendo sus esperanzas en el voto. Ahora más que nunca, toca construir y avanzar, o estaremos contemplando por los siglos de los siglos cómo construyen encima de lo que queremos derribar.

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Notas

1- Cabe señalar que desde la concepción marxista del poder popular sí se orienta a la conquista del poder político, no así entre anarquistas que adoptan la estrategia del poder popular. La orientación del poder popular dependerá de qué tendencia política sea la mayoritaria y la que articule el discurso político y las praxis.

2- Aunque cabría señalar una tercera fuerza que sería el brazo armado del Estado: policía y ejército. Estos cuerpos armados no siempre están subyugados al poder ejecutivo, sino que, dependiendo de su composición y de sus mandos, podrían sublevarse contra el gobierno legítimo dando un Golpe de Estado. No obstante, aquí no vamos a tratar este tema en profundidad ya que no es la intención de este artículo.

3- Equilibrismos, Proces Embat y Construir un Pueblo Fuerte.

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