¿Es posible? Activismo y autocrítica

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¿Es posible construir un proyecto, más social que político, que reagrupe a los sectores más jodidos del proletariado?

Esta pregunta es lanzada a través de la cuenta de Klinamen a través de la red. Y es que en pocas semanas he podido leer diferentes artículos que van en una línea autocrítica dentro del “activismo” motivados posiblemente por la insuficiente respuesta por parte de este a las problemáticas sociales, criticando un perfil y una manera de hacer, que parece que no ha cambiado durante la crisis.

No sé en que medida el debate a través de internet refleja la realidad, pero ciertamente algo debe manifestar: unas tendencias, un contexto social, una situación política… así que las ideas de estos textos creo que no deben pasar desapercibidas no sólo por lo que dicen, sino por las consecuencias que pueden tener hacia nuestras prácticas hacia el cambio social.

Y es que, ¿quién conforma la izquierda y los movimientos sociales? Personas con mucho tiempo libre. En los colectivos que he militado y cercanos a mi entorno abundamos los universitarios blancos y jóvenes, con curros esporádicos o ligeros, sin gente al cargo. Que con el paso de los años, se reduzca el número de personas militando es un síntoma de que algo va mal. Fallamos en algo. No sé si la manera en la que nos organizamos, nuestras actividades y nuestra estética es causa o consecuencia del perfil anterior, pero la cuestión es que asambleas interminables en las que sólo se debate, o fiestas en las que priman una cultura concreta (estética, música, relaciones sociales) limitan mucha la percepción sobre la utilidad de un colectivo o ideología determinada. Nuestro activismo se convierte en un estilo de vida que no sólo se ve inefectivo con los supuestos objetivos, sino que además alejado de los problemas de la cotidianidad de la clase trabajadora, hace que esta deje de identificarse con los símbolos y discursos de la “izquierda”.

Así que este texto va dirigido fundamentalmente a este extracto de población, pues dudo que otro perfil llegue a leer esto (o quizás sí). Un público que sus padres pudieron aspirar a una vida más o menos cómoda, a diferencia de los abuelos que vivieron las miserias de la guerra civil. Un público que quizás ha podido acceder a estudios universitarios, que participa de “entidades culturales” o que aun dispone de ciertas comodidades y en caso de emergencia aun puede disponer de un colchón familiar en el que podría satisfacer sus necesidades básicas. Los hijos de los trabajadores acomodadas y parte del funcionariado y profesiones liberales (profesores, médicos…) que ahora van hacia “precarios”.

Así que en los tiempos en que nos ha tocado vivir, en el retroceso del llamado Estado del Bienestar, aumenta el paro, la protección social y se reducen los sueldos. Gente que años atrás se había hipotecado, ahora ha tenido que recurrir a la PAH junto a un migrante, cosa totalmente impensable hace unos años. Se conforman dos polos, cuando antes todo el mundo creía que era “clase media”. Y aunque las desigualdades y las consecuencias del capitalismo nos afectan a todos, no lo hacen de la misma manera. Desde el activismo clásico la famosa frase de “ir a los barrios” es un buen ejemplo, que nos señala un error de partida pues establece un nosotros y ellos. Eso implica una superioridad moral (saber como se tienen que hacer las cosas y de manera mejor) a la vez que marca una distancia y expone el no formar parte de ese sitio o gente. También expresa una desconfianza hacia la clase trabajadora pues se puede caer en una actitud evangelizadora. Y en caso de que el proyecto marche bien se puede caer en el peligro del asistencialismo: solucionar problemas ajenos a corto plazo sin que esas personas adquieran un método para resolver estos a medio-largo plazo, causando dependencia.

Sin embargo, dicho argumento llevado al extremo (el no actuar por la diferencia) nos llevaría a cerrarnos a nosotros mismos. La propuesta va por otro camino: desde nuestras diferentes posiciones, caminar hacia un espacio. En otras palabras, luchar en las problemáticas comunes que sufrimos y no en la que otras sufren. Por ejemplo, para mi no tiene sentido que una persona que ha heredado una vivienda se meta en la PAH de manera activa. Eso no significa que pueda apoyar en las acciones o realizar donaciones, pero creo que tiene que tener un plano totalmente secundario.

¿Qué hacer pues? Suelo escribir que no existen recetas mágicas, y este no será una excepción. Sin embargo, si creo en alguna otra certeza más es en la metáfora que cita Emilio Santiago en su artículo “El tiro por la culata”: nada que no pueda contar con el apoyo decidido de tu madre es socialmente viable. Eso significa no realizar grandes castillos revolucionarios para el día del mañana. Es despejarse un poco de la radicalidad imaginaria y realizar curro en lo cotidiano, que nos defienda hoy y si puede ser nos ponga en mejor posición para afrontar el mañana. Las mismas dinámicas del capitalismo ya tensarán la cuerda lo suficiente para que la gente puede aspirar a cambiar dicho sistema, pero sin una base sólida, que hoy en día carecemos, no creo que vayamos muy lejos y las oportunidades se nos escaparán de las manos. O quizás serán otros movimientos los que cojan estas, como el fascismo.

Finalmente, un punto en el que parece que no hemos sabido articular una respuesta adecuada, ha sido en los espacios de trabajo. Aunque esto daría para otro artículo, habría que preguntarse si es posible generar un movimiento similar a la PAH en materia laboral, trascendiendo los sindicatos de clase y sus siglas. Sin pan y techo, no hay revolución.

Víctor A, con aportaciones de Adri

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