Paseando por Atenas (V)

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Con esta entrega cierro la serie de Paseando por Atenas, y lo hago hablando de dos okupas (centros sociales) magníficas que me dejaron alucinado: Villa Zografou y Prapopoulou.

Villa Zografou

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Tras unas cuantas cervezas en Exarchia decidimos coger un autobús en Akadimias para dirigirnos a Villa Zografou, que al parecer los sábados abre un bar para recaudar dinero para les preses polítiques. Son pasadas las once y media de la noche y, como en el Estado español, es hora de salir a pasarlo bien, por lo que cuando abandonamos Exarchia hay más jóvenes entrando que saliendo—todo lo contrario a las costumbres británicas, donde resido y no me hago a la idea de empezar a la fiesta a las ocho de la tarde.

De noche todos los gatos son pardos, o eso dicen, así que no me entero muy bien hacia dónde se dirige el autobús. En el autobús nos encontramos con una amiga de mi compañera que se nos une y nos bajamos en una calle más bien grande, desde donde caminas unos minutos hasta la villa. Es un terreno enorme, de dimensiones descomunales que no me esperaba. En el trayecto me iban contando cómo era el lugar, pero desde luego no adquirió esa forma en mi mente.

Villa Zografou—que lleva un par de años, si llega, abierta—está situada no muy lejos del centro, en un barrio de calles “normales” que alguien podría esperar de algún barrio madrileño como Arganzuela o Usera. Bloques de pisos a lo atenienses—blancos, con terrazas, más bien viejos—, coches aparcados de mala manera en las cuestas de las colinas, farolas que iluminan de poco a nada… Y allí, en medio de un barrio tan “normal”, un terreno gigantesco se abre paso como si nada. Accedemos al jardín delantero por una entrada abierta en la que varias pancartas y convocatorias anarquistas nos dan la bienvenida. Dos mochileros están sentados en un terraplén, hablando, y con unas cervezas en las manos. Tras unos pasos me encuentro de bruces con la imagen de la villa: una casa enorme que perteneció en su día a algún burgués muy adinerado—véase la foto que encabeza este artículo.

La primera sensación que me viene al cuerpo al subir la escalinata de entrada y situarme en el porche soportado por columnas majestuosas es la de estar entrando en la mansión de uno de los villanos de las películas de James Bond. Las palmeras en el exterior le dan un aire latino al asunto, así que esa imagen de “mansión de villano” se torna en “mansión de capo de la droga.” Cosas mías, no me hagáis mucho caso. El interior de la mansión me deja todavía más alucinado: un enorme hall, majestuoso, de película, flanqueado por estanterías donde centenares de panfletos, carteles, pegatinas, y demás propaganda libertaria descansan esperando a ser leídos. Una puerta a la derecha da la bienvenida a la fiesta. Entramos sin antes tener que ser arrastrado por mis dos guías, pues yo sigo atontado ante tanto esplendor. ¡Cómo se lo montan les compas de Atenas!

El bar es sencillo: una mesa con las bebidas y un refrigerador al lado. La bebida es barata: un euro por una lata de cerveza y tres cincuenta por un “gin and tonic.” Una caja enorme preside la mesa, es la caja para depositar tu ayuda monetaria a les preses polítiques. La sala es grande pero está tan llena que casi no se puede respirar. Un perrito pasea alegremente entre las piernas de les allí presentes. Al final nos hacemos con un sitio en un sofá y nos ponemos a discutir primero de política y luego de nuestras vidas personales—me doy cuenta que la política y la vida sexual de une son los temas favoritos de les compañeres que he conocido en Atenas. Durante la conversación mis guías, y otras personas sentadas a nuestro lado, me explican que en Villa Zografou organizan todo tipo de eventos culturales y propagandísticos: desde conciertos y charlas políticas, hasta clases de castellano y clases de tango. ¡Wow!

Como soy curioso por naturaleza, me escaqueo de la conversación y me doy una vuelta por la mansión. Esto es enorme. En mi exploración me encuentro con al menos cuatro cuartos de baño enorme. Todo está muy limpio. El piso superior alberga una tienda libre donde la gente deja cosas que ya no necesita y coge algo que le guste del montón. Hay muchos libros, casi todos en griego. También hay ropa y zapatos. En la habitación que sigue han montado un lugar de juego para les niñes, así que me encuentro un montón de juguetes desperdigados por el suelo. Luego está la oficina y una sala con chimenea donde unos sillones y sillas descansan sin ser usados por nadie. Toda la gente está en el piso bajo, así que soy el único rondando por aquí arriba—lo que hace más excitante mi “aventura.”

El lugar es realmente grande. Para acceder al piso superior tienes que subir por una de esas escaleras enormes de madera que se abren en dos en el hall, ya sabéis, de esas escaleras que se enroscan un poco y desde las que une esperaría ver bajar a Isabel Presley con una bandeja llena de bombones. Todo es de película. Mi compañera me alcanza cuando cotilleo la oficina, y me traduce uno de los carteles que más llaman la atención: es una paloma con una frase debajo que dice “no puedo pensar en un animal más sucio que la paloma, no puede ser coincidencia que sea el símbolo de la paz.” Nos reímos.

Subimos  juntos a la azotea, que es igual de increíble que el resto de la villa. A todo esto, también cotilleamos un par de terrazas que me hacen sentir como un privilegiado al divisar desde las alturas el jardín—o parque, se podría decir—del recinto. Desde la azotea se ve gran parte de la ciudad, así que las vistas son de cine. Allí nos terminamos las cervezas, hacemos un poco de manitas, y nos bajamos de nuevo al bar, donde sigo mi conversación con la gente del lugar—la juventud de Atenas se defiende bastante bien con el inglés, por lo que no tengo problemas en comunicarme.

Antes de marcharnos, ya bien entrada la madrugada, decidimos pasear por la parte trasera de la villa, donde tienen plantados unos cuantos huertos—o eso me parece, porque se ve más bien poco. Sin duda éste es un lugar único para montar un centro social okupado, y pienso que lo mismo tendríamos que hacer les madrileñes con la mansión de Esperanza Aguirre en el centro de Madrid. No me marcho, eso sí, sin coger unas cuantas pegatinas que ahora adornan con orgullo el ordenador desde el que escribo.

Ya ha pasado una semana desde mi vista a Villa Zografou, y la noticia del ataque fascista me llega por correo. Al parecer, el sábado siguiente al que estuve yo, cuando la gente de Zografou celebraba el mismo “guateque” por les preses polítiques, un grupo de nazis atacó la villa. Los agresores fueron repelidos, y no me consta de que hubiera ninguna persona herida por nuestra parte.

Prapopoulou

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Prapopoulou es una okupa situada en Halandri, un barrio de clase media-alta en el norte de Atenas. Es una casa más bien grande—pero no una villa como Zografou—con un jardín igualmente grande. Aquí le dan mucha importancia a lo ecológico: tienen varios huertos, árboles frutales, un rincón con toboganes y juguetes para les niñes, y hasta un caballo que pasta alegremente por todo el recinto.

Al parecer el terreno y la casa estuvieron abandonados por varias décadas hasta que hace unos siete u ocho años un grupo anarquista decidió tomarlo para empezar un nuevo proyecto. Mi compañera, que se dejaba caer por allí todas las semanas cuando residía en Atenas, me comenta que la okupa organiza talleres y encuentros políticos, lo que terminó llamando la atención de los nazis quienes atacaron impunemente la casa—quemando el tejado, si recuerdo bien la historia. A Prapopoulou le dicen “okupa” pero en realidad no vive nadie allí, simplemente funciona como un centro político abierto a todo el mundo. En el interior tienen una biblioteca muy bien surtida, y entre las actividades que organizan me encuentro, de nuevo, con las clases de castellano—¡menuda sorpresa la mía!

Lo orgánico y la permacultura es, al parecer, una tarea muy importante para la gente de Prapopoulou. Organizan talleres en estos temas y además animan a la gente a pasarse y echar una mano en los huertos. Mi compañera me cuenta que una de las mejores cosas es el cine: al parecer proyectan películas y en verano el jardín delantero se llena de gente disfrutando mientras les niñes juegan en los toboganes o persiguiendo al caballo. Con todo, me quedo con la labor comunitaria que hace la gente de Prapopoulou en el barrio: organizan charlas, campañas de propaganda, colaboraciones con otros grupos vecinales, distribuyen parte de los vegetales cosechados, etcétera. El centro okupado está, al parecer, muy integrado en la vida del barrio,  y no parecer molestar a sus vecines de clase media-alta. “Al contrario”, me cuentan, “la gente viene y se interesa por lo que hacemos.”

Tras unas horas de cotilleo y parloteo decidimos marcharnos a comer algo. Ahora, en mi mente solo hay lugar para un pensamiento: si se quiere, se puede. Bravo por nuestres compañeres atenienses.

Últimas palabras

Mi viaje a Atenas fue, a todas luces, una experiencia placentera y llena de sorpresas. Antes de ir pensaba que mi conocimiento de la situación griega y sus movimientos sociales era bastante nutrido—más que nada por mi compañera y mis amigos más cercanos en la ciudad donde resido, que también son de Atenas y anarquistas. Sin embargo, lo que me encontré allí superó mis expectativas. Cada encuentro, cada lugar, cada experiencia… todo fue muy enriquecedor.

Aunque no todo fue bonito, claro está. La pobreza, la indigencia, los problemas sociales… todos los problemas que el capitalismo y las políticas neoliberales generan están muy presentes en las calles de Atenas. Pasear por la calles de la ciudad es una experiencia única, pero por mucho que une se concentre en pensar positivamente al final siempre se termina con la cabeza en lugares más negativos. Mujeres con niñes pidiendo en la calle mientras millares de personas pasan sin tan siquiera mirar. Alguien podría decir: “bueno, eso también se puede ver en ciudades como Madrid o Barcelona.” Sí, contestaría yo, pero en Atenas la realidad supera a la ficción. No he visto tanta pobreza junta en mi vida. Por un lado te deprime, pero por otro te reafirma en tus ideas libertarias, y esto me quedó muy claro cuando conocí a los grupos políticos de Atenas—tanto les comunistas de ARAN, como a les anarquistas de las okupas.

De todo esto saco una idea en claro: Atenas es, seguramente, la esperanza de Europa. Si un día el movimiento libertario en la Península Ibérica fue el motor anarquista del mundo, hoy día es el turno para les atenienses. Sí, elles siguen viendo a la CNT como un ejemplo a seguir, pero me pregunto si no tenemos que ser nosotres quienes tengamos que mirar hacia nuestros  hermanos y  hermanas de Grecia. Elles tienen la rabia, la fuerza, y el coraje para decir ¡basta! Solamente espero que el entusiasmo y la energía de nuestres compañeres atenienses se transmita, cuanto antes, al resto de ciudades del mundo.

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