Sacándole punta al boli

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Por nihil

Jon Manteca Cabañes murió hace 16 años y que en paz descanse. Saltó a la fama en las movilizaciones estudiantiles del 86/87, se convirtió en un símbolo de aquellas primeras oleadas de un movimiento estudiantil que rebrotó contra la Ley Orgánica de Universidades (LOU), contra Bolonia y hoy contra los recortes. Era cojo y contundente, el símbolo perfecto del movimiento estudiantil del que vengo a hablar aquí. La cojera es el proyecto. Al movimiento estudiantil no le faltan propuestas a corto plazo, ni alternativas deseables…pero le falta hablar con claridad de qué es lo que aspira a construir. Quizá no lo tengamos claro, o quizá sí, pero no nos atrevemos a decirlo. Yo soy de la segunda opción.

Cómo hemos llegado hasta aquí

Hay infinidad de análisis de la deriva de la universidad y el paradigma en el que se encuentra todo el sistema universitario mundial. Entre el estudiantado consciente se suele hablar de la privatización de la universidad y es el mensaje que llega a la inmensa mayoría de sus compañeras vía panfleto y eslogan, pero como es habitual esta percepción es un resumen demasiado grosero y que da a entender que cualquier viernes leeremos en el BOE que todas las universidades son privadas. La cosa es un pelín más compleja.

La institución universitaria es heredera tanto de la tecnocracia del franquismo, que cimentaron las universidades de donde debían salir los funcionarios y técnicos del régimen, como de la transición hacia las autonomías, que sobre los cimientos universitarios que dejó el franquismo construyó una enorme máquina de producir funcionarios para todas las nuevas instituciones del Estado. En ese proceso y debido a las tensiones que el movimiento estudiantil generó en los 70 las universidades abrieron la puerta a sistemas de autogobierno que la situaron en un punto muerto entre la institución ideal de la democracia (plural, pública, cívica, al servicio de la ciudadanía) y la fábrica de titulados para alimentar un Estado creciente.

Esto fue cambiando con el tiempo y en los 90 la universidad empezó con una deriva peligrosa. La institución se iba asentando como una constelación de pequeñas universidades por todo el territorio, que permitía una jerarquización entre las universidades para formar cuadros altos y medios, pero que por la normativa central y la estructura de los títulos no podía darse de forma oficial. En aquel entonces los títulos venían recogidos en el BOE, y aquel que tenía un título tenía unas competencias profesionales, una categoría en los convenios, etcétera. Mientras esto se asentaba, el Estado de las autonomías se reconstruía de la crisis de los 90 y uno de los primeros cambios fue que dejó de crecer y absorber tituladas. Aparece el paro entre los universitarios que mayoritariamente estudiaban para trabajar en lo público. Las empresas privadas, que en este país no son muy dadas a usar mano de obra cualificada, no acaban de acomodarse al sistema de los títulos, las competencias y las categorías profesionales, propio de lo público. El modelo estaba caducado y empezaba a dar muestras de abotargamiento. La batería de argumentación liberal empezó a funcionar: los títulos se devalúan, la burocracia asfixia…

Se tenía un pastel enorme, con una infraestructura y un potencial social y económico inmenso, pero que se repartía entre las autonomías que financian, los ministerios que regulan y los propios afectados, estudiantes y sobre todo profesores, que gestionan. Ninguno de estos estamentos tenía un proyecto sólido para reformular el modelo y dar a la universidad otra finalidad. Pero sí que había quien  tenía claro su proyecto. Allá por Europa empiezan a urdir a finales de la década lo que luego se llamó el Plan Bolonia. Como todos los proyectos emanados de la Unión Europea, esta declaración de principios se basa en la cosmovisión liberal del mundo: se proponen como objetivo hacer del conocimiento una mercancía con la que fortalecer la economía europea en un escenario de libre mercado tanto interno como externo. Querían fundar en toda Europa un mercado de la educación superior donde aprender fuera un negocio.

En este país la estrategia ha consistido básicamente en apuntar que el modelo estaba caduco denostando a la institución, y a la vez ofrecer gradualmente la solución al problema:

  • Primero fue cambiar la estructura interna de la universidad pública y la aparición de la privada. Informe Bricall y LOU fueron los caballos de batalla de esta primera fase, que en la universidad pública supuso un freno a las posibilidades de autogobierno que cada universidad ofrecía y una mayor intervención de agentes externos (gobierno central, autonómico y sector privado). Una vez que las universidades estaban sometidas se podían acometer todas las reformas a placer. Hubo respuesta ante esta primera fase. Mucha respuesta. Una respuesta en la que se empezó a echar en falta un proyecto propio que oponer al que tan claro tenía la oligarquía. El movimiento de respuesta a la LOU tenía muy claro que esa era la reforma clave, que una vez la LOU estuviera implantada ya no habría marcha atrás. Y esto también se cumplió, como la inmensa mayoría de los pronósticos del movimiento estudiantil.
  • Segundo: se liberalizó el sector. Se permitió a las universidades hacer y deshacer a placer sobre los títulos que daban, eliminando esa incomodidad en la empresa privada que significaba la categoría profesional rígida del universitario. Esta liberalización dotó a las instituciones de herramientas para comparar los títulos que las universidades tienen, gozando de plena libertad para modificarlos. Todo fue revestido con una propaganda de innovación pedagógica y movilidad europea que a día de hoy hemos comprobado que son completamente falsas. Lo que no ha sido falso es que esta liberalización de los títulos iguala de facto las universidades públicas y privadas. Ahora hay un problema de financiación y de gestión. En un libre mercado de títulos en el que hay empresas privadas compitiendo vamos a tener que jugar a su juego para sobrevivir.
  • Tercero: tenemos que hacer de la gestión de las universidades un calco de la empresa privada. Y más allá, las alentamos desde el Estado a buscar financiación privada, a tratar a los estudiantes como clientes cobrándoles el servicio y a asociarse con corporaciones que se sirvan de la infraestructura de la institución, completando la metamorfosis de cada universidad en una empresa que compite en un mercado libre, que funciona como una empresa y que se financia como tal. En esta fase nos encontramos ahora mismo. Y no, esto no tiene nada que ver con ninguna crisis. La crisis ha servido de paraguas para implementar medidas que estaban en su agenda desde 1999 pero que hubieran sido inaceptables sin crisis. De esto el ejemplo más claro es la subida de tasas.

La tercera fase es esa reforma no tan mediática como el Plan Bolonia que sus promotores llaman la Estrategia Universidad 2015 y en la que ya estamos completamente inmersos. El movimiento estudiantil, llevado por la inercia con la que se dejó llevar en Bolonia prácticamente se ha dedicado a repetir los métodos, discursos y programas planteados en 2001 contra la LOU, sin prácticamente haber asumido esa derrota. Eso ha generado en el movimiento una actitud de desánimo y de incredulidad. Nadie se creía que se pudiera parar Bolonia o ahora 2015.

El proyecto que se está ejecutando para las universidades es el plan de quienes manejan la unión europea y sus súbitos de cada país. Es un plan ideológico, completamente político, pero que como otras tantas cosas que pasan en Europa, desde 1990 se nos vende por las empresas de comunicación como unas medidas que son científica y objetivamente positivas para la economía y para la sociedad. En esta limpieza de cara del liberalismo ha contribuido mucho que la socialdemocracia tradicional de cada país haya sido tantas veces la vanguardia de esas reformas liberales. Porque la socialdemocracia carece de un proyecto que no sea agarrarse a sus esferas de poder, que en concreto en España fueron ganando durante los 80.

Todo esto suena muy grandilocuente y generalista, pero la Universidad de Valladolid está pasando por esta transformación gradual y quien quiera verlo sólo tiene que echar mano de actas de claustros y consejos de gobierno para ver sobre el papel cómo han cambiado las cosas en 10 años y cómo están cambiando ahora. Nosotros no podemos hacer nada, Eso no es competencia nuestra, Nos viene impuesto de fuera… son frases que aparecen en las actas de los órganos de gobierno universitario creciendo linealmente según pasan las reformas. También un paseo por las facultades-centro comercial o conversar con las estudiantes revela que la mentalidad de la gente que estudia ahora ha cambiado mucho. Ahora somos clientes.

Lo que está pasando

Lo que nos ha ocurrido ahora es que aprovechando la crisis ese liberalismo utópico se ha puesto a acelerar la aplicación de sus programas. Se recorta en educación y sanidad para dejar más hueco a la iniciativa privada y a la mano invisible, no es por una locura que se les acabe de ocurrir. No quieren emprendedores para el ejército ni para la policía y por eso ahí no se mete la tijera, ya les tocará. El momento en el que estamos ahora es el de los recortes, como acelerador de la EU2015, y de la respuesta a los mismos. Ahora el movimiento estudiantil se pelea en medio de mareas de gente muy verde en lucha social por defender su análisis de que los recortes no son una coyuntura, son parte de una estrategia muy bien marcada.

El movimiento estudiantil se está demostrando potentísimo en la movilización y la acción mientras se confirma que todavía lo sigue siendo en el análisis. Esa potencia viene dada por sus señas de identidad: asambleas, autonomía y heterogeneidad. En el movimiento estudiantil confluyen militantes y activistas de distintas corrientes políticas, sociales y sindicales. Eso crea un magma donde es imposible encontrar cabezas y manos y que, aun con toda la diversidad existente, el proyecto se intuye bastante común a lo largo, ancho y profundo del movimiento. Pero nadie habla de el proyecto.

Valladolid tal vez sea una de las mejores muestras de lo que es el movimiento estudiantil y sus ciclos. Una ciudad pequeña como para que toda la gente activa se conozca, y a la vez grande como para poder tener repercusión y actividad constante y efectiva. En la historia reciente del movimiento estas características se han hecho más visibles que nunca. Si bien en la lucha contra Bolonia la heterogeneidad no se supo llevar del todo bien y eso marcó el periodo de pasividad posterior, en el que cada pequeño colectivo actuaba sin coordinación ni repercusión, el ciclo actual de movilizaciones y asambleas surgidas contra los recortes y posteriores al 15M está trabajando con constancia en la movilización, pero sin profundizar en los objetivos para evitar divisiones y discusiones potencialmente inútiles. El resto del movimiento estudiantil del reino comparte esas características y ciclos en mayor o menor medida, siendo en las ciudades más grandes más difícil de percibir por la complejidad de las relaciones entre activistas y militantes que confluyen en el movimiento. Todo el mundo es consciente de que en el movimiento estudiantil confluye gente de muy diversa ideología y eso se pone de relieve a la hora de concretar propuestas. Es coherente y responsable evitar ese tipo de discusiones simbólicas o ideológicas en los espacios de toma de decisiones, pero es una muestra de la cojera del movimiento que no haya espacios para esas discusiones, sean estos espacios presenciales, impresos o virtuales.

Sea el debate

Es una percepción común de la juventud que la política ya no existe, porque murió. Ver a según qué gente hablando de libertad, socialismo y democracia a diario ha destruido el significado de esas palabras. Nos han quitado tantas palabras que hablar no vale para prácticamente nada. Pero hemos de seguir haciéndolo.

Hay que decir que sí que hay proyecto. Las universidades suponen la cima de la montaña del conocimiento de una sociedad. En las universidades se produce, se acumula y se difunden las ideas que luego serán útiles a la sociedad para su realización y la de sus individuos. Tanto la cultura, la ciencia, el arte o la técnica tienen misiones que cumplir en la vida de los humanos, y la universidad es la organización que se dedica a que estos conocimientos existan y sigan existiendo. El proyecto pasa por que las universidades se centren en esa labor, la de difundir y expandir el conocimiento. El conocimiento como ente neutral, alejado de sesgos ideológicos, teológicos o monetarios.

Para ello se quiere una universidad soberana, que sea ella misma la que decide qué, cómo y cuánto enseña e investiga. La libertad de estudio, cátedra e investigación son la piedra angular de la universidad que defendemos pues lejos de la mentira infundida por las empresas de comunicación no hay investigación inútil ni nadie pierde su tiempo estudiando por voluntad (cuando no te obliga un currículo) cosas que considera innecesarias. La mayor expresión de soberanía es que la universidad sea democrática. De verdad. Las decisiones deben ser tomadas por las mismas personas afectadas por esas decisiones con plena información e igualdad en el proceso.

Y el punto complicado viene con la universidad autónoma, especialmente por la financiación. Esta ha sido hasta ahora la palanca que evita que los otros dos puntos del proyecto se pudieran llevar a cabo de forma real, por la dependencia de la organización de los estados y las corporaciones. En realidad los otros dos puntos tampoco son viables en una sociedad con distintas formas de dominación generalizadas y operando a la vez. Es aquí donde hacemos el silencio. Nos callamos lo que pensamos para evitar ser tachados de pretenciosas, utópicas e ingenuas. No defendemos nuestro modelo de universidad con todas las consecuencias, sólo lo hacemos en parte y eso se nota cuando empiezan a cojear las argumentaciones y a despegarse de la realidad, asumiendo que es imposible todo lo que pedimos cuando no lo es. No lo es.

Llegados a este bache, para superarlo y definir nuestro proyecto tenemos que profundizar en lo que pedimos. Debemos entender que aquí nuestro proyecto confluye con otros proyectos, asumir que la universidad deseada sólo es posible en un escenario en que el Estado y la empresa cambien completamente. Cambien por redes horizontales de producción y consumo, donde la universidad sería un átomo más en la red, pues sólo en una red el autogobierno de uno de los nodos tiene sentido. Es solo en una economía de principios anticapitalistas, libre de la especulación y la propiedad privada de los recursos, en la que la financiación de la universidad es una prioridad básica en la que usar los recursos disponibles. Es una cuestión de coherencia y de realismo. Durante las últimas décadas en las universidades el movimiento estudiantil ha experimentado con modelos de participación verdaderamente brillantes que se han dado una y otra vez contra los muros del gobierno y de la empresa. ¿Qué sentido tiene una democracia interna universitaria si esta tiene que supeditarse al control financiero, académico o curricular de entes externos? La respuesta es la que dan constantemente los estudiantes: eso no vale para nada.

Sí, estoy asumiendo que sin una ruptura revolucionaria que elimine el poder del Estado y las empresas en la sociedad no será posible este proyecto de universidad. Pero lo que es más importante, estoy asumiendo que después de la ruptura revolucionaria se pretende conservar el patrimonio intelectual acumulado durante siglos por los trabajadores de bata y tiza. Entiendo desde mi punto de vista que estas son las inquietudes que mueven a las miles de personas que de vez en vez echan sus horas, su dinero y sus ganas en participar de organizaciones y asambleas estudiantiles que escudándose en el progresismo muchas veces su programa pasa por propuestas maximalistas (democracia, laicidad, gratuidad) sin entrar al fondo de la cuestión. Yo, y creo que la inmensa mayoría de las personas con las que he compartido calle y aula de este movimiento, tenemos esa sensación de que todo lo que queremos es imposible mientras no ocurra esa transformación de toda la sociedad. Es por eso que nuestro discurso siempre suena cojo, porque nunca se contempla completamente todo el proyecto, porque este pasa por algo tan ambicioso como una revolución social. Sí, frente a Bolonia, la LOU, o los recortes somos capaces de hacer críticas muy convincentes, críticas propias de quién tiene un buen proyecto en la manga. Pero a la hora de discutir sobre qué queremos siempre hay una incertidumbre y un silencio incómodo cuando hay que llegar hasta el final. Se puede decir que el movimiento estudiantil anda desorientado, sin estrategias por falta de sinceridad consigo mismo. Hay que decirlo alto y claro: el movimiento estudiantil es un movimiento revolucionario anticapitalista. Hay que tenerlo claro y hay que contemplar sin ingenuidades que una transformación puede darse y que tenemos que trabajar tanto para que se dé como para que nos sea útil.

Admitir que el proyecto es ambicioso no impide que se adapten tales o cuales estrategias para llevarlo a cabo. Este punto es también crucial para entender que declarar que el movimiento estudiantil es revolucionario y anticapitalista no resta pluralidad al movimiento, ni contradice el trabajo realizado hasta ahora. Tan sólo sirve para cohesionar los discursos y desarrollar nuestras luchas con una mejor visión global de cómo encajarlas en el puzzle de una transformación más grande. Pero nos chocamos de nuevo con ese muro que suponen los prejuicios ante lo político heredados del silencio franquista y la mentira democrática. Nadie va a tirar ese muro por nosotras.

Por otro lado nuestras acciones hablan por sí solas, o eso intentamos siempre. Pero para que nuestras acciones tengan contenido por sí mismas deben tener un respaldo en nuestra mente y nuestra voluntad que hasta ahora es cosa de cada una. Es raro sorprenderse de que las motivaciones que mueven a la gente a participar en luchas estudiantiles puedan ser diametralmente opuestas. Es raro porque no suele haber ocasión de conocer esas motivaciones. Resulta que a la hora de evaluar la práctica llevada hasta ahora cada cual la valora a su manera, revelando diferencias en la percepción del movimiento y sus fines entre compañeras. La impresión que yo he sacado siempre al ver los análisis de luchas concretas es que falta poner en común qué se entiende como objetivo final para poder evaluar si la práctica mantenida es coherente o no. Falta poner en común el proyecto para poder crear consciencia colectiva.

Cuando hablo de la práctica llevada hasta ahora me refiero, claro, al movimiento en su conjunto, puesto que por la diversidad de composición del mismo es comprensible que se tenga que dar en él un avance dialéctico, en varias direcciones que a veces son opuestas. Dos pasos para adelante y uno para atrás.

Por ejemplo, Valladolid

Evaluando el movimiento como si persiguiera de verdad un proyecto definido se podría decir que normalmente se plantean programas etapistas, y siempre nos quedamos en la primera etapa: ahora queremos más democracia, más control sobre las prácticas, más accesibilidad quitando tasas… La primera etapa consiste en conseguir cosas pequeñas que nos demuestren que somos capaces de conseguirlas, eso significa empoderarse. La primera etapa es empoderarnos como estudiantes.

Tal vez los objetivos marcados no son alcanzables con nuestro nivel, y por ello hay que ir poco a poco. En las luchas contra Bolonia desde el principio se marcó como objetivo seguir la corriente estatal e ir a parar el proceso. Se hicieron encierros y manifestaciones de forma casi automática y sin trabajarse objetivos más asumibles. El movimiento se disolvió entre unas cosas y otras[1]. En las experiencias más recientes el proceso para construir conciencia y empoderar a los estudiantes ha ido algo más despacio, empezando por tomar espacios para reunirnos y manifestarnos[2], a veces jugando con herramientas institucionales y a veces no, de forma que tras varios meses de pruebas y trabajo tenemos un grupo amplio de estudiantes capaces de proponerse nuevas metas y construir movimiento con bases sólidas. Quiero decir con esto que en la práctica el movimiento estudiantil, al menos en Valladolid, ha aprendido de esos errores que solo puede cometer quien se mueve. Andando se hace camino y la lucha es el único posible.

[1] Valladolid y Bolonia. Dramas y Fiestas. 2009  www.lahaine.org/index.php?p=42009

[2] El origen de la actual asamblea de estudiantes de la UVA aparece de la mano de Alternativa Universitaria que había entrado en contacto con otros colectivos como ADEPública o 15M Valladolid para crear espacios de debate y organización estudiantil universitaria. El planteamiento era reunirse en lugares comunes de las facultades (vestíbulos). Sólo salió bien una de las convocatorias, la primera. En ella las trabas institucionales forzaron a la asamblea a cambiar de sitio. Se debatió durante muchas asambleas si pedir o no pedir permiso para hacer las asambleas que ya se estaban haciendo en esos espacios comunes. La práctica superó a los discursos y esos espacios se tomaron sin más. Lo mismo se puede decir del uso de la calle para manifestarse, combinando las coberturas legales con la espontaneidad. Esa mini lucha, a la que en el ciclo de luchas contra Bolonia no se le dio ninguna importancia, es lo que ha servido para motivar y cohesionar el conjunto, pues sin esas tácticas no se hubiera podido plantear un trabajo tan constante de agitación y movilización que mantiene vivo el movimiento.

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