Libertarios contra libertarianos

El Capitalismo disfrazado de Libertad

Por liza
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En los tiempos que corren, pocas palabras han sido tan maltratadas políticamente como el concepto «libertario». Lo que en sus orígenes en el siglo XIX designaba a quienes, desde el socialismo revolucionario, luchaban por una sociedad sin estado ni clases, ha sido cooptado por una corriente de pensamiento que glorifica el mercado, la propiedad privada y la desigualdad como expresiones supuestas de la libertad. Esta apropiación, promovida desde el mundo anglosajón a mediados del siglo XX bajo el rótulo de Libertarianism, ha dado lugar a una serie de aberraciones conceptuales, entre ellas la más grosera: el llamado anarcocapitalismo.

Este oximorón, que reúne dos conceptos histórica y filosóficamente antagónicos, no es solo una impostura teórica: es una operación ideológica al servicio de una agenda reaccionaria. El presente texto busca desmontar esa impostura desde una perspectiva anarquista, rescatando las raíces socialistas y colectivistas del anarquismo y evidenciando el papel de los libertarianos como aliados de facto del autoritarismo neoliberal y la extrema derecha. Como anarquistas, reivindicamos el término «libertario» en su sentido original y afirmamos la necesidad de nombrar con precisión a quienes, bajo el disfraz del radicalismo antiestatal, defienden la perpetuación del capitalismo: los llamamos, con claridad conceptual, libertarianos.

La genealogía de lo libertario

El término «libertario» fue utilizado por primera vez por Joseph Déjacque en su artículo «Del ser humano, hombre, y mujer» en 1857, para oponerse a aquellos que se decían liberales, hijos de la Revolución Francesa o la Revolución de los Estados Unidos, pero contrarios de una verdadera soberanía individual y social. Lo libertario nació como sinónimo de anarquismo, como negación simultánea del Estado y del capital, como afirmación de una organización social basada en la cooperación voluntaria, la ayuda mutua y la igualdad radical. La tradición que arranca con Proudhon, Bakunin, Kropotkin y Malatesta se desplegó en múltiples formas organizativas a lo largo del siglo XX: desde federaciones agrícolas colectivizadas hasta comunas urbanas autogestionadas, o desde escuelas racionalistas hasta brigadas antifascistas.

El anarquismo no es, ni ha sido nunca, una doctrina del individuo abstracto separado de la comunidad. Su apuesta ha sido siempre por una libertad concreta, encarnada en relaciones sociales emancipadas del mando, la explotación y la alienación. Por ello, ha sido una corriente profundamente anticapitalista. Para los anarquistas, el capital y el estado son dos caras de la misma moneda: estructuras jerárquicas que niegan la autonomía popular.

De Ludwig von Mises a Murray Rothbard

A contramano de esta tradición emancipadora, el «libertarianismo» surgido en Estados Unidos a mediados del siglo XX se apropia de la retórica de la libertad para legitimar un orden basado en la acumulación de capital. De la mano de autores como Ludwig von Mises, Hans Hermann Hoppe y sobre todo Murray Rothbard, se construye una visión del mundo donde la libertad equivale a la propiedad privada ilimitada y el mercado es elevado a mecanismo supremo de organización social.

Vale la pena detenerse en una declaración reveladora del propio Rothbard, figura central del anarcocapitalismo, quien en su texto “¿Son «anarquistas» los libertarios?” (1954), reconocía sin ambigüedades:

“Por lo tanto, debemos recurrir a la historia para esclarecerlo; aquí nos encontramos con que ninguno de los proclamados grupos anarquistas corresponde a la posición libertaria, que incluso los mejores de ellos tienen elementos irreales y socialistas en sus doctrinas. Además, nos encontramos con que todos los anarquistas actuales son irracionales colectivistas, y por lo tanto se encuentran en el polo opuesto de nuestra posición. Por tanto, debemos concluir que no somos anarquistas, y que los que nos llaman anarquistas no tienen bases etimológicas firmes, y están siendo totalmente ahistóricos.

No se trata, pues, de una confusión inocente, sino de una maniobra consciente de reapropiación terminológica. Rothbard no solo se deslinda del anarquismo histórico: lo desprecia y lo niega como referente legítimo de su propia ideología, que encuentra su inspiración no en Bakunin o Kropotkin, sino en el capitalismo manchesteriano más radicalizado.

El oximorón del anarcocapitalismo

El llamado anarcocapitalismo representa el intento más extremo de esta apropiación. Pretende conjugar anarquismo con capitalismo, dos nociones absolutamente incompatibles. Si el anarquismo busca abolir toda forma de autoridad jerárquica, el capitalismo es, por definición, un sistema basado en la autoridad del propietario sobre quienes no poseen medios de producción de la vida.

Para los anarcocapitalistas —o, con mayor rigor, libertarianos— la libertad se reduce a la posibilidad de firmar contratos privados entre individuos. Pero esta idea de voluntarismo contractual es una ficción, porque no todos los individuos tienen igual poder o condiciones para negociar. Como señala la teoría anarquista, las relaciones económicas en el capitalismo están mediadas por la coacción estructural de la necesidad: trabajar o morir.

El anarcocapitalismo no elimina la dominación, la privatiza. Sustituye la autoridad del estado por la autoridad del capitalista. En lugar de una policía pública, propone ejércitos privados; en lugar de una justicia estatal, arbitrajes entre propietarios. No hay en ello emancipación, sino feudalismo de mercado.

Reaccionarismo y mercado van de la mano

El libertarianismo contemporáneo, al centrarse en la defensa de la propiedad y el individualismo radical, se convierte en una plataforma idónea para el ascenso de proyectos reaccionarios. No es casual que muchos libertarianos hayan sido aliados del trumpismo en Estados Unidos, del bolsonarismo en Brasil o del mileísmo en Argentina. Javier Milei, economista ultraliberal devenido presidente, se declara a la vez libertario y admirador de Rothbard, Mises y de la Escuela Austriaca de Economía. En su discurso coexisten la apología del mercado con el desprecio abierto hacia los sindicatos, los movimientos sociales, el feminismo y la justicia social.

En nombre de la «libertad económica», se ataca toda forma de organización popular, se criminalizan los movimientos sociales y se niega la existencia de las opresiones estructurales. Se repudia cualquier lucha que cuestione la supremacía del mercado. El anarcocapitalismo es, en la práctica, una ideología de guerra contra los pobres.

La Organización Libertaria como construcción colectiva

Frente a esta caricatura perversa de la libertad, el anarquismo reivindica la organización desde abajo, la construcción de poder popular y la democracia directa. No se trata de atomización individual, sino de la afirmación de estructuras colectivas horizontales, construidas desde la base. Desde cooperativas de vivienda hasta redes de solidaridad de barrio, desde sindicatos autónomos hasta espacios educativos autogestionados, el anarquismo despliega una práctica social concreta, viva, material.

Como afirmaba Bakunin: «la libertad de uno no puede realizarse sino en la libertad de todos». La libertad de un individuo no queda limitada por la de otro individuo, sino que las libertades particulares solo quedan complementadas debidamente bajo una libertad común de toda la sociedad. No hay libertad posible sin igualdad. Y no hay igualdad sin cuestionar la propiedad privada de los medios de producción. Por eso, el anarquismo propone una economía socializada, autogestionada, donde el trabajo sea liberado del yugo del capital.

Libertad sin socialismo es privilegio e injusticia; Socialismo sin libertad es esclavitud y brutalidad

No es solo urgente, sino fundamental, distinguir con claridad el anarquismo de su distorsión liberal-capitalista. Frente a la mercantilización de la vida, el anarquismo afirma la dignidad de lo común. Frente al autoritarismo nacional o corporativo, organización y lucha de clases. Frente al egoísmo posesivo, solidaridad revolucionaria.

Ser libertario no significa simplemente ser antiestatista: significa ser anticapitalista, antipatriarcal y anticolonial. Implica construir poder desde abajo, desde la horizontalidad y la autogestión, y no desde el mito del individuo propietario que «elige» bajo coacción estructural.

A las compañeras libertarias en Argentina que hoy enfrentan las políticas antisociales del libertariano Javier Milei, les enviamos toda nuestra fuerza, nuestra solidaridad militante y nuestro compromiso internacionalista. Vuestra lucha también es la nuestra.

Porque no hay anarquismo sin revolución social. Y no hay revolución social sin romper con el capital.

Don Diego de la Vega, militante de Liza

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Liza es una plataforma revolucionaria de socialistas anarquistas ubicada en la ciudad de Madrid.
1 comentario
  • No sé si os pasa también a vosotras pero yo veo más abuso del terminó ” libertario” referido a Milei etc. por parte de medios de izquuerda que de la propia derecha. ¿ mala fé? me temo que sí.
    Salud y anarquía.

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