¿Qué es la autonomía de clase y cómo se defiende?

Contra la fetichización de la autonomía personal, por una autonomía estratégica de clase

Por liza
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En los últimos meses ha regresado con fuerza el debate sobre la cuestión de autonomía, la autonomía obrera o de clase y cómo está puede ser preservada y asegurada. Este debate es pertinente tras el último ciclo político donde toda la fuerza social y el descontento que se acumuló —una auténtica crisis de legitimidad o crisis orgánica del sistema capitalista burgués y del pacto del 77— fue desviada por los proyectos neorreformistas y populistas hacia una restauración burguesa. Es pertinente también después de un ciclo de confusión teórico analítica y del abandono del horizonte socialista por la mayoría de la izquierda completamente carente de estrategia. Porque no solo podemos culpar a los agentes reformistas que capitalizaron para sus proyectos personales y políticos dentro de los márgenes del capital toda esa fuerza social. Esa tarea solo fue posible por la asunción acrítica de la desaparición del proletariado como sujeto político y de la reivindicación de la multitud y de la ciudadanía en un desarrollo o degeneración de la idea de autonomía obrera en autonomía social.

El debate sobre la autonomía, uno de los principales en el movimiento obrero y en los proyectos revolucionarios, es mucho más claro si se le dota de apellidos. Cuando hablamos de autonomía obrera o de autonomía de clase hablamos de autonomía estratégica para la consecución de los intereses de clase. Es decir, de la consolidación de las condiciones necesarias para la construcción de un sujeto político consciente de sí y de sus intereses frente al resto de sujetos. Históricamente este debate ha estado en el centro de los problemas a resolver por los revolucionarios porque la amenaza real del desvío siempre ha estado ahí. Es un problema íntimamente ligado con la construcción de una conciencia de clase y de la hegemonía revolucionaria, cuestión más sencilla de enunciar que de resolver.

Tras las históricas derrotas y derivas, contrarrevolucionarias primero, reformistas más tarde y contrarrevolucionaria otra vez, de los principales actores del movimiento obrero, los sectores más conscientes de la clase trabajadora empezaron a buscar soluciones a la burocratización y el desvío de los proyectos emancipadores. Algunas de estos intentos por superar los problemas políticos que se habían evidenciado buscaron la respuesta en la crítica radical a los modelos organizativos a los que ellos había visto degenerar. El partido bolchevique liderado por Lenin o los espartaquistas de Rosa Luxemburgo señalaron los límites de la estrategia socialdemócrata propugnada primero por Bernstein y más tarde por Kautsky. Del mismo modo, el consejismo de Pannekoek o Mattick reaccionaron ante la deriva burocratizante y autoritaria del partido bolchevique propugnando la revolución sin partido.

En el anarquismo este problema se abordó históricamente de una forma mucho más primaria e instintiva activando una alarma ante todo lo que sonase a unidad. La forma de asegurar la independencia estratégica de clase era imposibilitar y señalar como anti anarquista y autoritaria a la organización política que intervenía en los movimientos de masas, fuese esta cual fuese, a la vez que se defendía la idoneidad de la intervención a nivel de masas de forma individual o en pequeños grupos de afinidad. Sin entrar en la profunda contradicción que supone entender que es más libertario actuar de forma individual que organizada lo que podemos afirmar es que esta manera de intervenir no supuso un avance para la defensa de la autonomía estratégica de clase sino todo lo contrario.

La realidad es que ni el consejismo, ni la intervención anarquista a nivel de masas logró superar la intervención de los agentes desviadores u autoritarios ni las burocratizaciones, muchas de ellas protagonizadas por los propios anarquistas. En el primero de los casos por pecar de voluntarista ya que los consejos obreros no se pueden crear a voluntad, son una emergencia del desarrollo de la lucha de clases, no se pueden invocar ni construir artificialmente. Surgen cuando el conflicto se ha desarrollado de tal manera que grandes sectores de las clases desposeídas se hacen cargo de la actividad política y productiva de forma directa constituyendo un embrión de poder popular. En el segundo porque la participación atomizada fue incapaz de hacer frente a los agentes bien formados y organizados. La actividad individual siempre es más errática y débil que la que puede realizar una organización. Siguiendo la misma lógica, la actividad de una organización grande, bien articulada y bien confeccionada tiene más capacidad operativa que cualquier grupo de afinidad temporal y laxo.

Otro problema propio del anarquismo se derivó de la falta de una teoría revolucionaria desarrollada hasta el final, hasta allí donde empieza a doler e incomodar porque nos saca del buenismo moral. Faltos de teoría, en los momentos claves, en las pruebas de fuego en que la historia nos puso, terminamos por improvisar y por plegarnos a la estrategia de otros. El anarquismo se mostró falto de autonomía estratégica al estar falto de un desarrollo estratégico holístico. El anarquismo de estado y el frentepopulismo antifascista son clara muestra de este déficit. 

La idea de independencia estratégica de clase empezó a desdibujarse y a dejar de tener un sentido claro. Ya no se trataba solamente de que la clase trabajadora lograse construir una conciencia propia que le empujase a luchar por sus intereses, sino que esto tenía que hacerse libre de cualquier influencia, como si esto fuese posible. Pero esta comprensión maniquea y simplista de la intervención política solo se atribuía a aquellos militantes organizados. Un anarquista militante de una organización política que intentase aportar línea política o estratégica en una organización de masas podía ser acusado de vanguardista o dirigista. Si lo hacía tal o cual militante que solo respondía ante sí mismo y su ego estábamos ante un gesto de libertad plena. El modelo de síntesis que tantas veces hemos criticado favoreció la militancia individual e individualista. No es una forma inocente y neutra de organización, responde a comprensiones más propias de la burguesía que a las de nuestra propia clase y cultura que siempre fue cooperativa y colectiva.

El tiempo paso, y el capitalismo entro en un largo ciclo de relativa estabilidad que redujo la lucha de clases al mínimo. Una de las herramientas de las que se sirvió el capital para desarmar a la clase trabajadora fue la implementación de partidos y sindicatos sin una estrategia rupturista, una ampliación del estado, una estrategia de usurpación de la autonomía estratégica favorecido por la deriva autoritaria y burocrática del socialismo real y de los personalismos ególatras libertarios. El movimiento obrero, lógicamente reaccionó ante las innumerables traiciones y ataques. Allí donde se agudizó el conflicto se produjeron núcleos autónomos que luchaban por su autonomía estratégica. Este fenómeno es al que se le ha bebido a denominar autonomía obrera.

La historia siempre es una interpretación parcial de lo ocurrido y, desde ciertos sectores, está autonomía obrera se ha idealizado caracterizándola como una unidad de obreros sin influencia de ninguna organización política. La realidad es más compleja y esa autonomía obrera realmente estaba conformada por trabajadores independientes, por trabajadores anarquistas o comunistas que intervenían a nivel de masas, de forma individual u organizada, pero también por organizaciones revolucionarias más pequeñas que defendían una crítica radical a la socialdemocracia pactista, al estalinismo contrarrevolucionario y al individualismo.

Al ciclo largo de estabilidad capitalista que no terminó de quebrarse hasta la crisis de 2008 favoreció la filtración burguesa de la idea del fin de la historia en el movimiento obrero con la consecuente extinción de la clase trabajadora y la aparición de ciudadanía que la sustituía. La autonomía dejó de ser autonomía estratégica de clase, porque la clase dejó de existir, se convirtió en Autonomía Social. Al conceptualizar la desaparición de las clases todo proyecto político se convertía por definición en multiclasista y lo más importante, la estrategia máxima que se pudo implementar fue la que no asustase a las clases medias, es decir se generó una coalición de clases que impidió el desarrollo de la conciencia de clase y la autonomía estratégica. 

Desde esta lógica lo que había que defender y preservar no era a una clase que había dejado de existir sino a un sujeto plural de los envites de los artefactos al servicio de la democracia burguesa, es decir, partidos y sindicatos. Obviamente una comprensión tan sumamente precaria de la realidad pronto derivó en una defensa de la autonomía individual frente a cualquier tipo de organización. Está propuesta terminó por degenerar, a falta de debates profundos, en una autonomía personal, en la atomización o sectorializacion de las luchas y en aún menos autonomía de clase, cada vez mas indefensos y falta de estrategia propia hasta el punto de que movimientos sociales creen ver su independencia amenazada por organizaciones libertarias o anarcosindicatos. Si venimos definiendo al autodenominado movimiento autónomo como autonomista es porque ante este panorama se produjo una fetichización de la propuesta política de la autonomía despojada de la comprensión sistémica y del antagonismo de clase.

¿En base a qué criterios estos militantes deciden repartir carnets de anarquistas? ¿No es también su objetivo la ruptura con la sociedad de clases? ¿Por qué da tanto miedo probar a organizarse desde la formalidad y la coherencia? Quizá encontremos la razón de este pavor en que el enfrentamiento al conflicto inherente al sistema implica descender de la poltrona reconfortante del purismo amnésico.

Ahora bien, si aceptamos que la necesidad real de la clase trabajadora es la de poseer una independencia estratégica frente a quienes la explotan, el debate debería salir del absurdo identitario y de la fetichizacion para responder de forma honesta y profunda a la pregunta ¿Cómo podemos generar espacio con independencia estratégica de clase y cómo la defendemos? 

Para poder responder a esta pregunta tenemos que dejarnos de esencialismos y de posicionamientos pseudo radicales. Debemos aceptar que la negativa a la participación de agentes reformistas o autoritarios no se puede evitar con las tácticas que hemos implementado. Es más, negar la participación de las organizaciones políticas en los espacios amplios favorece la actividad de los agentes burocráticos al servicio del status quo o de su propio ego. Frente a esto, la participación individual y el dogma anti organizativo, postulamos la participación obligatoriamente descubierta. Que cada participante exponga su filiación para que el conjunto de nuestra clase pueda realizar fácilmente el ejercicio de vincular a cada cual, con su práctica, con sus propuestas. Hagamos de la honestidad una obligación y una táctica de desvelamiento de los burócratas y agentes reformistas o autoritarios.

Además, es obvio que la organización revolucionaria libertaria tiene más capacidad para combatir a los agresores de la independencia de clase que los agentes atomizados. Si cuatro ojos ven más que dos, una organización necesariamente tendrá más capacidad de combatir que militantes por separado por su facilidad para compartir información, generar análisis e implementar medidas.

La Autonomía Social, por otro lado, ha mostrado con creces sus limitaciones. Afortunadamente el movimiento autónomo, degenerado en autonomista, empieza a ser consciente de esta problemática y entiende que el ciudadano no ha superado a la clase trabajadora, que la clase trabajadora nunca desapareció porque solo puede superarse con la liquidación de este sistema de explotación. Ahora toca revertir el impacto de ese discurso que durante años ha colonizado el sentido común y, hoy por hoy, es la lógica de los movimientos sociales y para eso tenemos que ser conscientes de que los postulados de la autonomía social fueron uno de los principales factores de pérdida de autonomía estratégica porque impidieron entender que su propuesta estaba limitada al conformarse por sujetos con intereses contrapuestos a la vez que opacaba la posibilidad de discernir la responsabilidad política de cada sujeto político. 

Esto se expresa claramente en los intentos incipientes de superar las derivas centristas que facilitaron el desvío neorreformista. Ante esto no basta con utilizar conceptos como federación de lucha o Poder Popular como significantes vacíos. La autonomía se defiende con el debate profundo y definido. Que la clase trabajadora debe dotarse de una estrategia propia no significa que está deba brotar como una flor en primavera, sino que debe ser la conclusión de dicha pelea política en su seno. Y desde luego, para abordar esta tarea, nada aportan comprensiones erróneas o parciales de la conformación de clase de los espacios asumiendo la clase social como una realidad sociológica en vez de como un proceso político.

Autonomía estratégica de clase frente autodefensa socialista

Hay que reconocer la capacidad que ha tenido el Movimiento Socialista (MS) para abrir debates estratégicos claves. Lástima que para las compañeras abrir el debate simplemente sea realizar una formulación completa y acabada —sin dar espacio y tiempo al diálogo que debe asumirse por el conjunto del movimiento o de los espacios— bajo pena de ser tachados de socialdemócratas. Aunque no es la manera más honrada de plantear una discusión nosotras tomamos la palabra porque el tema lo merece.

La posición del MS en esta cuestión viene determinada por su idea de partido revolucionario como partido único de masas al más puro estilo estalinista. Para las compañeras la respuesta a todas las cuestiones vitales para la lucha del proletariado, cómo se construye una estrategia propia, cómo se defiende, cómo se hegemoniza, cómo se articula y expande, se responde con una misma clave: El Partido. Y por supuesto, su partido. Aunque denominen a este modelo como bolchevique y en su expresión más degenerada guarde similitud, la formulación original a estas cuestiones por la teoría marxista y leninista no encaja en esta forma de resolver todos los problemas con el golpe en la mesa.

Pero no es aquí donde toca discutir sobre la coherencia y el alineamiento con las posiciones bolcheviques o las problemáticas de una comprensión tal del partido. Aquí la tarea es señalar que la hegemonía no es cooptación. Si creen que tienen la razón que nos convenzan con palabras y con hechos, que se ganen los espacios. Si realmente demuestran que su propuesta es la más adecuada para desarrollar los procesos de lucha de clases, las trabajadoras y trabajadores, que no son estúpidos, las harán suyas. Menos paternalismo y menos pseudo radicalidad autorreferencial y más ejemplo. 

La razón se demuestra en la propia praxis y no parece que los compañeros estén realizando dicho camino cuando son mucho más comunes en su breve historia las intrigas, las traiciones, los golpes de efecto y exabruptos. Los liderazgos, las referencias y las guías se obtienen de forma natural en la lucha, no se pueden forzar. En el II Congrés d’Habitatge de Catalunya se ha vuelto a evidenciar que, en lugar de convencer a través de la acción, demostrando con hechos que los espacios liderados por su formación han sido capaces de realizar más avances que el resto, cuestión que ni de lejos ha llegado a producirse, han decidido anteponer la construcción de sus sindicatos rojos condenados a la marginalidad política y al sectarismo. 

La consigna nada fuera del partido que se completa con la de todo lo que hay dentro del partido es socialismo les empuja a una deriva agonística de competición fratricida que dinamita o merma todos los espacios que entran en su órbita. Una parte de los movimientos sociales entienden esta dinámica como una agresión a su autonomía, otra vez desde planteamiento más individualistas que de clase. Lo que para nada favorece la profundización del debate y como mucho se materializa en una conversación de besugos, eso sí, por Twitter.

Miguel Brea, militante de Liza

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Liza es una plataforma revolucionaria de socialistas anarquistas ubicada en la ciudad de Madrid.
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