
Louise Michel ha resucitado y las banderas negras al viento vuelven a significar aviso de tormenta. Louise Michel ha resucitado y trae la buena nueva de nuevo. No hemos profanado su tumba para zarandearla cual marioneta. No es la protagonista de una pantomima adolescente. Es la propia Louise Michel en carne y hueso. En primera línea. A pie de barricada. Ha resucitado junto con la revolución social. Ya lo advirtió: “Pertenezco por entero a la revolución social”. Ciento veinte años después de su fallecimiento, Louise Michel ha vuelto de entre los muertos, ha abandonado la paz de la tierra porque ha vuelto la revolución.
El fin del Fin de la Historia
Ernest Mandel, economista marxista y líder trotskista de la IV Internacional, desarrolló la teoría de las “ondas largas” del capitalismo, influenciado por Nikolai Kondratiev. Mandel afirmaba que el capitalismo no progresa de forma lineal, sino a través de ciclos largos de crecimiento y estancamiento, que pueden durar varias décadas. Estos ciclos son afectados por factores como la innovación tecnológica, las luchas de clases, las condiciones geopolíticas y la tasa de ganancia.
Mandel identificó una “onda larga de estabilidad” que se dio después de la Segunda Guerra Mundial y que se extendió hasta los años 70. Durante este tiempo, el capitalismo tuvo un crecimiento sostenido, bajo desempleo y un aumento en el bienestar social en los países desarrollados, facilitando la integración de clases medias y la desproletarización. Este crecimiento fue impulsado por la reconstrucción después de la guerra, la expansión del Estado de bienestar y un contexto geopolítico favorable.
Sin embargo, Mandel advertía que esta estabilidad no duraría. A principios de los años 70, el capitalismo inició una nueva fase de crisis, marcada por el colapso del sistema de Bretton Woods y la crisis del petróleo de 1973, lo que llevó a la estanflación. Esto significó el final de la “onda larga de estabilidad” y el comienzo de una fase de inestabilidad, manifestándose en conflictos de clases como el mayo francés del 68 y la primavera de Praga.
Aunque estos movimientos críticos de lucha obrera y autoorganización fueron derrotados o desviados sería necio afirmar que el sistema capitalista pudo recomponerse plenamente y alcanzar el mismo nivel de estabilidad de los años de postguerra. Las contradicciones internas que seguía generando nos permiten hablar de un nuevo periodo de restauración, nunca completo, que solo logro cierto nivel de estabilización la contrarreforma neoliberal de Margaret Thatcher en el Reino Unido y Ronald Reagan en Estados Unidos y el comienzo del Neoliberalismo. Nada de esto se pudo hacer sin utilizar la fuerza y la guerra sucia, una contrarrevolución en toda regla, que logro una desideologización generalizada, la implantación de una subjetividad de consumo y la fracturación de la clase trabajadora a nivel interno y mundial.
El éxito de la ofensiva neoliberal, que ahora vemos llegar a su límite, fue una pinza ideológica y material que atenazó el conflicto de clases. El sector financiero se convirtió en un motor central de la economía global, con un crecimiento exponencial de los mercados de capitales, los derivados financieros y el crédito. Esto generó un período de crecimiento económico, pero también de creciente desigualdad y fragilidad financiera. Algunos teóricos, como David Harvey, argumentan que el período 1973-2008 no fue una onda larga de estabilidad, sino una fase de reestructuración capitalista basada en la financiarización y la globalización. El neoliberalismo no resolvió las contradicciones fundamentales del capitalismo, sino que las pospuso mediante el endeudamiento y la expansión financiera.
La derrota histórica del proletariado terminó de confirmarse para aquellos que aun albergaban alguna esperanza en el bloque socialista con la caída del muro de Berlín y el colapso de la URSS y la implantación definitiva del capitalismo de estado en China. El triunfalismo del modelo neoliberal se condensó en la obra del politólogo estadounidense Fukuyama que anunciaba con júbilo “el fin de la historia”. Desde un posicionamiento bien eurocéntrico y completamente desarmados a nivel teórico y estratégico, la extrema izquierda comenzó su largo éxodo por el desierto de la impotencia. Asumiendo las ideas de su enemigo e imbuidos en carrera por bien que lograba derribar más metarelatos se asumió como cierto parte del ideario de Fukuyama.
Esta deriva ha llevado a una crisis en la izquierda que en muchos casos ha renunciado a la idea de una alternativa sistémica al capitalismo. En lugar de buscar su superación, se ha concentrado en mitigar sus efectos negativos a través de políticas redistributivas y regulaciones, intentando construir un sujeto más amplio con la idea de multitud o de ciudadanía o simplemente teorizando la huida o las islas alternativas, siempre temporales, como líneas de fuga eternas. La revolución dejó de ser posible, idea que asumieron hasta los propios mandelistas. En este clima derrotista y depresivo de fin de la historia y de imposibilidad de la revolución es donde el cadáver de Louise Michel se descomponía junto con las aspiraciones del conjunto de la clase trabajadora.
Pero esta tendencia derrotista entro en crisis con el propio sistema capitalista en 2008. El estallido de la burbuja marcó el fin de esta fase de reestructuración capitalista en respuesta a la crisis de los años 70 y abrió un nuevo período de incertidumbre y crisis estructural en el capitalismo global. Una ola internacional de movilizaciones y protestas, que solo los negacioncitas de la clase trabajadora se atreven a fragmentar y teorizar como fenómenos aislados, sacudió los cimientos de este sistema. Si bien, faltos de experiencias y con propuestas políticas construidas desde la desesperanza fueron derrotados o desviados, abrieron ante nosotros ojos un nuevo periodo de lucha de clases.
Lo que hasta hace pocos años parecía imposible parece estar hoy al alcance de nuestra mano. Hablar de procesos revolucionarios y de revolución desde la cotidianeidad de la derrota en la que hemos estado varados parece cada vez menos anacrónico e iluso. La historia vuelve a rodar y entre las grietas del tiempo estancado que se fractura y comienza a tomar ritmo pueden oírse las amenazas que la propia Michel lanzó al tribunal criminal burgués que sofocó a sangre y fuego la rebelión de la comuna.
Una de las pocas ventajas, terrible ventaja, que tiene nuestra posición como militantes revolucionarios, es que cuando se precipitan los acontecimientos y las crisis se agudizan y extienden, no hay forma de ocultar su presencia ni de minimizar sus impactos. Los desahucios, los despidos, las colas del hambre, las movilizaciones y el descontento toman el centro de la escena y poco se puede hacer para ocultar tanta energía antagónica, tanto malestar. Las aspiraciones de las clases medias de vivir desahogados se ven amenazadas cuando no directamente destruidas, toda duda de cuál es la posición que cada quien ocupa en este sistema productivo queda drásticamente respondida, miles de vidas se despeñan por los vertiginosos bordes de la democracia al servicio de las elites. Lo hemos visto y lo volveremos a ver.
Decíamos en algún sitio que nuestra perspectiva revolucionaria no está fundamentada en ningún dogma de fe (https://www.regeneracionlibertaria.org/2024/05/29/poder-popular-y-anarquismo-especifista/). Tanto los análisis históricos como los estructurales en todos los sentidos (economía, ecología, sociología…) nos indican que el mantenimiento del statu quo y de la paz social es cada día más precaria y que el futuro cercano nos depara profundas crisis sociales.
Las metáforas acumulativas en los planteamientos estratégicos emancipadores
La forma en la que construimos nuestras posiciones estratégicas está limitada por el propio lenguaje. Para poder comunicar nuestras ideas debemos solapar definiciones, construir imágenes y metáforas. Como señalan Lakoff y Johnson en Metáforas de la vida cotidiana,
La metáfora impregna la vida cotidiana, no solamente el lenguaje, sino también el pensamiento y la acción. Nuestro sistema conceptual ordinario, en términos del cual pensamos y actuamos, es fundamentalmente de naturaleza metafórica.
Este proceso implica forzar la realidad en conceptos e imágenes que luego reconstruimos dialógicamente, permitiendo la comunicación, pero también condicionando nuestra percepción y acciones, influenciadas por las metáforas de las que nos servimos. Conocer las metáforas que dominan nuestras concepciones nos permite examinar y cuestionar cómo condicionan nuestra aproximación a la complejidad social.
En el Movimiento Libertario en particular, pero también en muchos más sectores de la extrema izquierda con objetivos emancipadores, las imágenes a través de las que decodificamos y codificamos nuestros planes estratégicos y nuestras previsiones están dominadas por metáforas de la acumulación y el atesoramiento, o en otra vertiente visual, sobre la extensión o liberación.
Este planteamiento meramente acumulativo se hegemonizó en la imaginación socialista y en los movimientos sociales durante todo ese periodo (1945-2008) cuando la revolución parecía imposible y a Louise Michel nadie la esperaba. Todas las propuestas emancipadoras de aquella época adolecen de falta de conceptualización de la crisis y del tiempo social porque sencillamente no parecía posible tal cosa.
Podemos comprobar esta afirmación en los planteamientos de todas las corrientes del movimiento libertario; la chispa que se extiende y generaliza el incendio, la acumulación de Poder Popular y de Fuerza Social, la liberación y el crecimiento de los espacios alternativos… todo nuestro imaginario está condicionado por las metáforas de la acumulación y estas metáforas a su vez afectan a nuestra forma de pensar y proyectar propuestas estratégicas.
El abandono del tiempo social
El fin de la historia supuso cierto abandono sobre la cuestión temporal. Como la historia ya no avanzaba, solo tenía sentido considerar el tiempo en relación a los avances espaciales o de volumen. Aunque es cierto que en ocasiones estos artilugios conceptuales fueron ampliados con referencias temporales, la cuestión de los ritmos y los tiempos siempre fue la menos clara y menos presente en las metáforas dominantes de la espacialidad y la acumulación de fuerzas, o quedó supeditada a la misma. Hablamos de construir organizaciones sin prisa en un proyecto de larga duración porque el tiempo nos parece infinito e inalterable o pensamos los momentos históricos convulsos y de agitación social como propicios para incidir en los objetivos de extensión y acumulación de fuerza.
Esto no lleva a entender los momentos de crisis como breves interrupciones de la cotidiana paz social, propicias para la ampliación de nuestras fronteras, para la consolidación de nuestras defensas, para el reclutamiento de nuevas tropas o para ganar experiencia. Todo parece destinado a enfocarse en un despliegue continuo y no para abordar una batalla final en condiciones más favorables en cuanto a número de fuerzas. Para la mera superación cuantitativa y consecuente claudicación de las resistencias del enemigo.
Hacemos parecer que la batalla decisiva nunca acontecerá porque nos sigue pareciendo que el capitalismo es insuperable. El riesgo de no prever la confrontación directa y abierta es no prepararse para ella. Negar su posibilidad supone ignorar la responsabilidad de un desarrollo estratégico. Entendemos la guerra de posiciones desligada de la guerra de movimientos, lo que es peor, la guerra de movimientos se entiende como pequeños avances de ampliación de los espacios liberados o de las fuerzas acumuladas. Cualquier movimiento ofensivo queda condicionado por una pretensión defensiva, pensada y realizada en términos de asegurar mejor una posición y jamás del revés. Las victorias parciales se convierten en un saco de arena que se cree fijado en nuestra última barricada, la más avanzada.
Aquí es donde la visión reformista y pactista se encuentra en su salsa llamando a la calma, denunciando a los incontrolados y pidiendo respeto por las mesas de diálogo. Ojo, que reformistas no son solo los así autodenominados, sino todos aquellos que faltos de un plan terminan asumiendo posiciones conservadoras en los momentos claves.
Si bien algunas perspectivas se acercan de forma prospectiva a la contemplación de la dimensión temporal en su conceptualización rara vez logran escapar a la lógica de la acumulación y el desborde que nos librará de la contienda. Un planteamiento que sigue ignorando el problema temporal de la aceleración y la compresión de los tiempos, y por supuesto el de la batalla final, que será ridiculizada por su cariz tremendista y épico pero que contrasta con aseveraciones como la de crisis terminal tan en moda entre los que más que mensajistas podemos considerar como masajistas. Esperar a que un enemigo tan kamikaze como el que tenemos en frente capitule y rinda sus armas es tan temerario como inconsciente. Temerario como sinónimo de irresponsable. Inconsciente como sinónimo de irracional.
La crisis de la resiliencia infinita del capitalismo
Que estemos bien lejos de aquellos que siguen afirmando la imposibilidad de la superación del capitalismo y su capacidad infinita de resistencia como Tomas Ibañez y otros post- anarquistas que han superado de forma individual y sobre un papel más de un siglo de lucha obrera no nos acerca a aquellos colapsistas que nos animan a retirarnos al campo a construir comunidades autosuficientes ante la inminente y abrupta caída del capitalismo, entre los que destaca Carlos Taibo en su deriva Landaueriana o Zerzanista. Nos parece mucho más acertado y responsable políticamente hablar de una reactualización de la época de crisis, guerras y revoluciones.
La imposibilidad del sistema para recuperarse plenamente de la última crisis económica, la pandemia mundial del Covid que anticipa un precario equilibrio socio-sanitario, el rearme imperialista ante la disputa por la hegemonía global entre China y USA que afecta directamente a las fronteras europeas, el creciente clima de tensión en Oriente medio, Asia, África y Latinoamérica, el auge de la extrema derecha, la inexorable crisis climática, el agotamiento de los recursos naturales y la crisis energética, las migraciones forzosas, la inestabilidad de las sociedades de clases medias o la bajada generalizada de la tasa de ganancia, son tanto síntomas de esta inestabilidad endémica como factores de desestabilización que se retroalimentan.
Hay datos y análisis más que suficientes para entender que el sistema capitalista está lejos de poder generar las condiciones de una nueva onda larga de estabilidad y todo parece indicar que vamos a vivir un periodo donde las crisis económicas, sociales, sanitarias y climáticas serán cada vez más frecuentes, más largas, más profundas, afecten a mas capas de la sociedad, se repitan con más frecuencia y no se recuperarán hasta niveles previos. Todas estas evidencias han hecho que Louise Michel se revuelva en su tumba.
El tiempo social es un tiempo relativo
Todos los relatos de las revolucionarias que han narrado sus experiencias en los procesos de lucha de clase coinciden en una percepción del tiempo radicalmente diferente al tiempo social sin conflicto. El tiempo revolucionario es un tiempo revolucionado. Nosotras no disponemos de una experiencia cercana de tal calado porque no hemos vivido una conflictividad tan aguda. Lo único que podemos intentar hacer en un intento por entender la experiencia de las revolucionarias es, a través de un proceso de inferencia, multiplicar por mil nuestra propia experiencia en los procesos de conflictividad social. El 15M quizás fue el periodo de mayor convulsión de los últimos años, obviamente está a años luz de otros momentos históricos de lucha de clase pero, los que participamos en él de forma activa somos plenamente conscientes de lo que hizo a nuestros calendarios y relojes, de cómo deformó el tiempo social reordenando las prioridades y las urgencias.
La acumulación de masa social y de energía política que se desbordó en las plazas y barrios del estado español precipitó la aceleración del tiempo social. Aquellos meses tuvieron la actividad política de décadas previas. Citas políticas, asambleas, reuniones, grupos de trabajo, talleres, acciones, manifestaciones, comunicaciones… una actividad frenética se apoderó de los movimientos sociales y de las organizaciones políticas. Parecía imposible estar al día de todo, muchas sentíamos que llegábamos tarde y débiles a los momentos claves. Solo desde aquí podemos intentar imaginar lo que le hará al minutero una conflictividad mayor, la lucha de clase abierta o un proceso revolucionario. Hablamos directamente de saltos temporales, de cambios drásticos en la subjetividad de las masas, en la experiencia política, en el nivel de antagonismo y concienciación. El tiempo social es un tiempo relativo porque se acelera o frena en relación a la masa social activada y a la energía desatada.
La clave es entender que las Crisis constituyen rupturas en la continuidad histórica de la paz impuesta, momentos de dislocación donde el orden establecido se tambalea y se abren nuevas posibilidades. En este sentido, las crisis se convierten en momentos de “verdad”, donde las contradicciones del sistema se manifiestan abiertamente y se ponen en juego las fuerzas que compiten por la hegemonía.
Una Teoría Revolucionaria debe anticipar y prepararse para los periodos de crisis agudas no como oportunidades para avanzar la línea de trincheras ante un previsible periodo de repliegue sino como una fase tan natural en el capitalismo como la de pacificación. La organización que pretenda tener alguna incidencia revolucionaria y que no caiga en posiciones conservadoras o incluso reaccionarias tiene que construirse de tal manera que sepa anticipar y operar en estas circunstancias.
Construirse para abordar el tiempo quebrado
Una comprensión del conflicto de clase con perspectiva revolucionaria que verdaderamente quiera construir una alternativa estrategica tiene que romper de una vez con todas con la noción lineal y determinista del progreso histórico. En lugar de una progresión suave y predecible hacia el socialismo, el tiempo político del conflicto y de la lucha de clases, debe concebirse como un espacio discontinuo, marcado por rupturas, quiebres, aceleraciones y frenazos del tiempo social. Un enfoque estratégico serio es incompatible con las concepciones estratégicas del “socialismo fuera del tiempo”.
Debemos abandonar la idea de “acumulación pasiva de fuerzas” pues necesitamos desarrollar un sentido agudo de la coyuntura que nos permita discernir el momento oportuno para la acción, adaptando las consignas y tácticas a las circunstancias cambiantes. Esto implica pensar la Organización Revolucionaria como “Caja de Velocidades” capaz de actuar con decisión y rapidez, orientando su acción hacia el desarrollo de la lucha de clases y aprovechando las oportunidades que surgen en el tiempo quebrado.
Esta propuesta tiene necesariamente dos implicaciones directas. La primera implica la necesidad de destinar una fuerza suficiente a la lectura y el análisis de la coyuntura superando la idea de que el análisis económico social se realiza en una primera fase de la construcción de la organización y que con esta prospección preliminar es suficiente.
En segundo lugar, supone que la organización debe pensarse de tal manera que pueda redirigir su actividad de forma rápida. Para que esto no suponga el abandono de espacios estratégicos o consolidados lo más apropiado parece contar con un equipo de intervención flexible. De esta manera cualquier riesgo de seguidismo queda superado puesto que el redireccionamiento de fuerzas esta únicamente vinculado al análisis de coyuntura y a un equipo especifico sin que suponga el desvío o la paralización de toda la organización.
Cómo afectan las metáforas de la acumulación a nuestros planteamientos estratégicos
La primacía del pensamiento acumulativo y la dejación de atención a los problemas de la temporalidad y la velocidad de los procesos sociales juega en nuestra contra. Nos impide explicar y abordar de manera efectiva estos fenómenos de aceleración debido a una falla conceptual que limita nuestra capacidad de acción. No incorporar herramientas que superen las metáforas de acumulación y extensión limita nuestra practica y nuestra capacidad de acción y adaptación.
Quizás una de las mayores y peores consecuencias de no incluir en nuestras teorías una concepción del tiempo social más realista y acorde a las conclusiones de las experiencias históricas de las luchas de nuestra clase es que nos aboca a posiciones conservadoras. Para ejemplo un botón; el proceso revolucionario abierto en Cataluña en 1937 enfrento a dos posiciones políticas, los que planteaban que había que ir a por el todo, consolidar el proceso revolucionario e instaurar la democracia obrera frente a los que pretendiendo consolidar los avances organizativos y la fuerza acumulada por la clase trabajadora en torno a CNT optaron por restituir el poder de la Generalitat y priorizar el Frente Popular antifascista como un paso previo al proyecto revolucionario. El pensamiento acumulativo preponderante de la estrategia anarcosindical tenía un vano en su desarrollo teórico sobre las situaciones revolucionarias y los momentos de Doble Poder por el que se coló el miedo y el conservadurismo.1
Por una teoría revolucionaria que conceptualice el tiempo y el espacio
El movimiento libertario en su conjunto y el anarquismo social organizativo ha realizado enormes avances en la teorización y en la praxis de la acumulación de fuerzas. Nadie puede poner en duda los avances que han supuesto para nuestra clase los modelos creados por el anarcosindicalismo, las posibilidades de intervención que abrió la autonomía social y como aporta al desarrollo de la subjetividad anticapitalista la aplicación de la acción directa y de la autogestión. Las aportaciones que los anarquistas han producido en esta materia son incuestionables y debemos tenerlos siempre presentes.
No obstante, en este artículo se defiende que ese desarrollo ha ido en detrimento del entendimiento del tiempo revolucionario. Probablemente estemos ante una de esas filtraciones burguesas que el anarquismo ha sufrido históricamente, en este caso las propias del pensamiento postmoderno y de su asunción del fin de la historia.
No debe entenderse que se propone un viraje de 180º ni un abandono de la tarea de desarrollar los procesos de autoorganización de clase, de autogestión y autonomía estratégica. Nada más lejos de nuestra intención. Es más, lo aquí propuesto ni siquiera va directamente dirigido a los proyectos amplios de autoorganización y lucha, estas reflexiones pretenden llegar a las compañeras implicadas en la formación de Organizaciones Revolucionarias Libertarias, de específicas que tengan como objetivo realizar una militancia dual. Pedir a espacios amplios algo así o las organizaciones de síntesis es completamente irreal por su propia esencia.
Lo que se pretende defender es que las organizaciones político ideológicas que pretendan servir al desarrollo de la construcción de Poder Popular, de consciencia y organización de clase deben armarse teóricamente de una comprensión mayor de los fenómenos de lucha social atendiendo a el factor tiempo social. Contrarrestar los abusos de las metáforas acumulativas, añadir a nuestro corpus teórico el factor tiempo y poner en el centro la cuestión de la Crisis del Capital es una tarea esencial en un momento histórico de claro aumento de la inestabilidad política. Ahora que Louise Michel vuelve a figurar entre nuestras filas, ahora que la crisis vuelve a cobrar una importancia central y que los procesos de conflicto social tienden a agudizarse trayendo de nuevo la posibilidad de la apertura de procesos de lucha social, ahora más que nunca, debemos prepararnos para poder operar en el tiempo quebrado, detectar las derivas conservadoras y contrarrestarlas para que los procesos de lucha social se desarrollen.
Miguel Brea, militante de Liza

- Tesis sobre la Guerra de España y la situación revolucionaria creada el 19 de julio de 1936. Agustín Guillamón Iborra. Descontrol. 2016 ↩︎