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Por un modelo organizativo ágil, eficiente e internacionalista: Estrategia global y autonomía táctica local
Superar los límites: el problema organizativo en el anarquismo contemporáneo
A lo largo de su historia, el anarquismo ha sido una de las corrientes políticas más comprometidas con la transformación radical de la sociedad. Su apuesta por la libertad, la igualdad, la acción directa y la autoorganización popular ha producido formas organizativas audaces, prefigurativas y profundamente democráticas. Sin embargo, el campo libertario también ha enfrentado recurrentes bloqueos derivados de concepciones insuficientes o contradictorias sobre la organización. Informalismo paralizante, fragmentación estéril, idealización de la espontaneidad, horizontalismo como dogma, rechazo a la planificación y resistencia a la consolidación de estructuras han sido algunas de las constantes que han debilitado su capacidad de acumulación política.
Críticas fundacionales como la de Jo Freeman en The Tyranny of Structurelessness (1972) o la de Regue —militante de Embat, Organización Libertaria de Cataluña— en La trampa de la horizontalidad (2024), insisten en que la ausencia de formalización organizativa no es “más libre” ni “menos jerárquica”, sino simplemente opaca. Sin mecanismos claros de toma de decisiones, delegación, rendición de cuentas y evaluación, las relaciones de poder persisten, pero de forma informal, concentrada y no deliberada. En contextos de mayor escala, complejidad o confrontación, esta carencia se convierte en una debilidad que fragmenta las luchas, impide sostener procesos prolongados y limita toda posibilidad de acumulación estratégica.
Rodrigo Nunes (2021), en Neither Vertical Nor Horizontal[1], aporta una crítica contemporánea a la dicotomía clásica entre espontaneidad y jerarquía. Su propuesta de “redes organizadas” con grados diferenciados de centralidad funcional ofrece una vía para pensar formas de coordinación política sin caer en lógicas vanguardistas. Este enfoque, compatible con los principios anarquistas, permite pensar en organizaciones que no se agoten en su estructura formal, pero que tampoco renuncien a su capacidad de actuar con eficacia y dirección compartida.
Principios orientadores de la propuesta organizativa
La propuesta que aquí se presenta se inscribe en la tradición del anarquismo organizado, recuperando y proyectando sus principios históricos: federalismo, acción directa, construcción desde abajo, autonomía, solidaridad y prefiguración. A estos se suma una necesidad urgente del presente: construir una organización que no solo sea fiel a sus valores, sino que también sea funcional a la lucha prolongada, eficaz en la intervención y capaz de generar poder popular.
La base de esta propuesta es un modelo de confederalismo internacionalista, entendido como una articulación de organizaciones anarquistas de distintos contextos que comparten un programa político general y se coordinan estratégicamente a escala regional y global, sin perder la autonomía táctica en sus respectivos territorios. Cada organización, según su tamaño y grado de inserción, puede definir su estructura interna, siempre que respete los principios comunes de democracia directa, responsabilidad colectiva y acción transformadora.
El objetivo no es imponer un modelo único, sino ofrecer una arquitectura organizativa capaz de combinar:
- Claridad política (unidad de fines),
- Flexibilidad operativa (diversidad de medios),
- Coordinación estratégica (acciones comunes planificadas),
- Participación militante (decisión desde la base),
- Evaluación continua (aprendizaje colectivo).
El criterio que estructura este modelo es la posibilidad de intervenir con eficacia sin reproducir estructuras de dominación, y de sostener en el tiempo una organización que no sacrifique ni la participación ni la acción directa.
Aportes internos y externos al anarquismo para una organización eficaz
El anarquismo organizado ha desarrollado modelos que buscan responder de forma coherente a los desafíos de la construcción política revolucionaria. Experiencias como las de la Federación Anarquista Uruguaya (FAU), la Coordenação Anarquista Brasileira (CAB), la Federación Anarquista de Rosario (FAR) y la Union Communiste Libertaire (UCL)[2] en Francia evidencian que es posible sostener estructuras federativas, democráticas y funcionales, insertas en el tejido popular, con capacidad de intervención estratégica. Un rasgo común en estas experiencias es la centralidad de un programa político construido colectivamente, que no solo guía la acción inmediata, sino que permite una articulación orgánica entre teoría, práctica y formación política permanente (Corrêa, 2018; FAU, 2009).
Lejos de ser una simple declaración de intenciones, el programa cumple una función estructurante. Actúa como brújula táctica, como herramienta de evaluación, como espacio de síntesis política colectiva. Su eficacia depende de tres factores: que sea elaborado de forma participativa, que esté vinculado a la práctica concreta y que sea evaluado y actualizado periódicamente. Así, permite unificar criterios estratégicos sin uniformar el pensamiento, y fortalecer el compromiso militante sin erosionar la autonomía local.
Junto a estos desarrollos internos, ciertos aportes provenientes de otros campos —particularmente de la gestión organizacional contemporánea— pueden enriquecer las herramientas operativas del anarquismo, siempre que se adapten críticamente a sus principios. Modelos como la Holacracy (Robertson, 2015) proponen una estructura basada en roles funcionales dinámicos y en la distribución horizontal del poder. En una línea afín, Reinventing Organizations (Laloux, 2014)[3] explora formas evolutivas de organización guiadas por propósito colectivo y autoorganización consciente.
Por su parte, metodologías como Getting Things Done (Allen, 2001)[4], Program Management (Zeitoun, 2023)[5], The Art of Action (Bungay, 2011)[6] o los enfoques propuestos por Bent Flyvbjerg en How Big Things Get Done (2023) [7]permiten repensar la planificación estratégica, la gestión de proyectos y la ejecución eficiente en contextos de alta complejidad. Jurgen Appelo, en How to Change the World (2012)[8], ofrece herramientas ágiles para procesos de cambio participativo que pueden ser útiles en el fortalecimiento de redes militantes.
El desafío no es importar modelos corporativos, sino apropiarse críticamente de herramientas que potencien la capacidad organizativa sin socavar los principios libertarios. Una organización eficaz no es aquella que opera como una empresa, sino la que es capaz de sostener un proyecto transformador, adaptarse a los cambios, enfrentar desafíos estratégicos y cultivar una ética colectiva de compromiso, autonomía y acción política radical.
Hacia una articulación global con autonomía táctica y eficiencia estructural
Coordinación confederal internacional
La piedra angular de esta propuesta es una articulación confederal de organizaciones anarquistas a nivel internacional. Esta coordinación no implica un centro de mando ni una dirección unificada, sino una red federada de nodos autónomos que comparten principios políticos, una lectura común de la situación global y una voluntad de acción conjunta. Esta red se estructura a partir de acuerdos programáticos generales, campañas internacionales, vocerías rotativas, comisiones técnicas por áreas (formación, comunicación, estrategia, traducción) y plenarias periódicas de coordinación.
El internacionalismo aquí no es solo un principio ético, sino una necesidad estratégica: la acumulación de poder popular debe tener una dimensión global si pretende hacer frente a un capitalismo transnacional y un orden estatal que actúa en clave planetaria. La articulación internacional anarquista debe permitir la coordinación de luchas, el intercambio de experiencias, la circulación de saberes militantes y la construcción de una respuesta global a las múltiples crisis del presente.
El programa político se desarrolla a nivel internacional, como síntesis de las perspectivas, diagnósticos y horizontes compartidos entre todas las organizaciones participantes. A partir de esta base común, cada federación nacional elabora su propio programa nacional, articulando ese marco internacional con las especificidades locales y las tareas estratégicas propias del contexto. Finalmente, cada organización territorial —grupos de base, colectivos o núcleos locales— goza de autonomía táctica para implementar, desde su realidad concreta, las orientaciones estratégicas nacionales. Esta estructura garantiza coherencia general sin sofocar la creatividad militante ni la capacidad de adaptación local.
Estrategia común y delegación funcional
La construcción de una estrategia común no significa homogeneización ideológica, sino articulación táctica. A partir del programa político compartido, las organizaciones acuerdan líneas generales de acción, prioridades temáticas, ejes de intervención y criterios de inserción popular. Para ejecutar estas orientaciones, se propone una delegación funcional, siempre revocable, hacia equipos de trabajo que asumen tareas específicas por tiempo limitado.
Esta delegación no es representación permanente, sino mandatos claros, con funciones precisas, responsabilidad colectiva y mecanismos de control desde la base. Permite agilidad en la ejecución sin sacrificar la democracia interna, y previene tanto la burocratización como el caos operativo.
Autonomía táctica local con responsabilidad colectiva
Cada organización local mantiene plena autonomía táctica para actuar según su contexto inmediato. Esta autonomía se traduce en libertad para elegir metodologías, formas de inserción, alianzas coyunturales o tácticas de comunicación. Pero esta libertad se ejerce en el marco de una responsabilidad colectiva: las acciones locales deben respetar el programa nacional, que a su vez debe estar en consonancia con el programa internacional. Esta lógica en capas —internacional, nacional, local— permite una integración eficaz de escala, sin sacrificar la flexibilidad que requieren los procesos organizativos de base.
Este equilibrio entre flexibilidad y coherencia permite responder rápidamente a las condiciones locales sin perder orientación estratégica, y evita tanto el localismo disperso como la rigidez centralizadora.
Procesos claros de toma de decisiones, seguimiento, evaluación y corrección
Un modelo eficaz necesita procesos definidos que aseguren la participación sin sacrificar el ritmo organizativo. Las decisiones se toman por consenso donde sea posible, o por mayoría cualificada donde no lo sea. Las reuniones tienen facilitación rotativa, orden del día definido, actas públicas y cronogramas de cumplimiento. Se establecen protocolos de seguimiento y evaluación periódica, con indicadores de avance político, revisión de campañas y mecanismos para la corrección de errores o desviaciones.
También se promueve una cultura militante que asuma la formación política como proceso permanente. Por ello, se proponen Escuelas de Militancia como espacios de formación interna, reflexión colectiva y transmisión de conocimiento intergeneracional.
Flexibilidad estructural según tamaño organizativo
Las formas organizativas deben adaptarse al tamaño y nivel de desarrollo de cada organización. Para ello, se proponen tres marcos de referencia:
- Organización Pequeña (5-50 militantes, alcance local): funcionamiento asambleario integral, consejos de base por afinidad o sector, grupos de tarea autogestionados, redes de apoyo mutuo y toma de decisiones por consenso ampliado.
- Organización Mediana (51-500 militantes, alcance nacional): estructura federal por regiones o frentes, asambleas regionales y nacionales, equipos de coordinación rotativa, comités de trabajo permanentes, y espacios regulares de formación y evaluación.
- Organización Grande (500+ militantes, alcance internacional): confederación de federaciones, con un programa político común, articulación por sectores y regiones, congresos periódicos, comisiones internacionales y protocolos de seguridad y comunicación segura.
Aplicación práctica: funcionamiento en organizaciones reales
Este modelo puede ser implementado progresivamente, partiendo de las capacidades actuales de cada organización. Una organización local puede comenzar adoptando procesos claros de toma de decisiones y evaluación, al tiempo que establece vínculos horizontales con otras similares. A medida que crece, puede federarse con otras, establecer comisiones técnicas, desarrollar su programa y conectarse con redes regionales o internacionales.
El modelo es modular: cada componente puede ser adaptado según la etapa de desarrollo de la organización, sin perder la coherencia general.
Escenarios por escala y grado de desarrollo
- Escenario local embrionario: colectivo de base construye su identidad, define su horizonte político, establece reglas básicas de funcionamiento y se vincula con luchas populares inmediatas.
- Escenario regional consolidado: organizaciones medianas se federan, crean una coordinación común, desarrollan un programa compartido y sostienen campañas articuladas.
- Escenario internacional articulado: redes de organizaciones consolidadas acuerdan posicionamientos políticos, estrategias globales y protocolos de solidaridad activa ante coyunturas de alcance global.
Ejemplo ilustrativo: La Internacional Anarquista Revolucionaria (IAR)
Imaginemos la creación de una Internacional Anarquista Revolucionaria (IAR): una articulación intercontinental de federaciones anarquistas revolucionarias activas en América Latina, Europa, el Magreb, Medio Oriente, Asia del Sur y regiones de América del Norte y Oceanía. Esta internacional no constituye un centro dirigente ni una organización única global, sino un espacio confederal para la construcción programática, la coordinación estratégica y la acción militante internacionalista.
Su eje estructurador es un programa político internacional, elaborado colectivamente, que sintetiza principios y horizontes compartidos: anticapitalismo, antiestatismo, anticolonialismo, antipatriarcado, poder popular, ecologismo radical, y autogestión social. A partir de este programa, cada federación nacional desarrolla su estrategia política propia, vinculando las líneas internacionales a su contexto específico. Así, una organización en Túnez puede enfocarse en luchas por soberanía alimentaria y sindicalismo combativo, mientras otra en Filipinas trabaja en defensa de territorios ancestrales y educación popular.
La autonomía táctica es garantizada a nivel local: los colectivos de base tienen libertad para decidir cómo implementar las estrategias nacionales, según sus condiciones y recursos. Pueden centrarse en redes de apoyo mutuo, organización territorial, autodefensa, comunicación popular o militancia cultural, siempre enmarcados en los principios generales y en diálogo permanente con su federación.
La IAR celebra un Congreso Internacional cada tres años, que reúne portavocías mandatadas desde las bases. No existen estructuras permanentes ni cargos jerárquicos: todas las funciones son temporales, rotativas y sujetas a control colectivo. Entre congresos, la coordinación se mantiene mediante comisiones temáticas interregionales, responsables de áreas como formación política, comunicación, logística, seguridad digital y solidaridad internacional.
Además, la IAR sostiene una Red Global de Solidaridad Anarquista, que responde ante situaciones de represión, desplazamiento, desastres o guerra. También impulsa una Escuela de Militancia Internacionalista, con materiales multilingües, encuentros formativos y metodologías compartidas que alimentan la construcción de cuadros políticos comprometidos y preparados.
Este ejemplo muestra que una Internacional Anarquista Revolucionaria no solo es posible, sino necesaria. Frente a un capitalismo globalizado y un autoritarismo en expansión, el anarquismo necesita articularse con visión estratégica, voluntad de coordinación y ética revolucionaria. Sin estructuras jerárquicas ni homogeneidad obligatoria, pero con claridad política, compromiso colectivo y vocación de transformación mundial desde abajo.
Sostener la llama: continuidad, compromiso y adaptación en las organizaciones anarquistas
Organizaciones que perduren: construir a largo plazo desde lo colectivo
Una de las grandes debilidades históricas del movimiento anarquista ha sido la discontinuidad organizativa. Muchas experiencias potentes nacen con fuerza, pero se disuelven tras unos pocos años por agotamiento, fracturas internas o incapacidad de adaptarse a los cambios. ¿Cómo construir organizaciones que perduren más allá de coyunturas o ciclos de movilización? La clave está en dejar de pensar la organización como mera herramienta puntual de intervención y entenderla como una comunidad política organizada que se proyecta en el tiempo.
La FAU (2009) sostiene que la organización debe ser vista como un “instrumento acumulativo”, donde se sedimentan aprendizajes, se sintetizan experiencias y se desarrolla una práctica consciente de largo plazo. Esto exige estructuras que no dependan de un pequeño grupo de “militantes fuertes”, sino que distribuyan funciones, documente procesos y generen mecanismos de renovación interna. También implica que la organización tenga inserción social real: sin vínculos con las luchas populares, las estructuras se vuelven autorefenciales y vulnerables al desgaste.
Compromiso militante: nutrir y sostener la entrega política
El compromiso militante no se impone ni se presupone: se construye y se cuida. ¿Por qué la gente entra a una organización, y por qué se queda? Más allá de las convicciones ideológicas, las personas se comprometen cuando encuentran un espacio que da sentido a su acción, que reconoce su aporte, que acompaña sus procesos y que les permite desarrollarse políticamente.
En Los mitos y las experiencias[9], se afirma que muchas organizaciones fallan por reproducir lógicas de sobrecarga, informalismo y agotamiento. Por eso, es fundamental construir una cultura del cuidado militante: establecer ritmos sostenibles, promover la corresponsabilidad, generar espacios de escucha y cuidar el equilibrio entre vida personal y compromiso político. La formación continua, el acompañamiento a nuevxs militantes y la rotación de tareas también son claves para evitar el estancamiento o la concentración de saberes.
El compromiso también crece cuando se participa de forma significativa en la definición de la estrategia y no solo en la ejecución de tareas. La democracia directa no es solo una forma de tomar decisiones, sino una pedagogía que potencia la implicación política.
Elementos transversales para un modelo organizativo flexible
La rigidez estructural puede ser tan nociva como el caos. ¿Cómo construir organizaciones que sean claras en su funcionamiento, pero capaces de adaptarse a distintas situaciones? La respuesta está en definir elementos transversales que garanticen coherencia sin impedir la flexibilidad.
El primero de ellos es la claridad funcional: cada rol, comisión o estructura debe tener funciones definidas, plazos y mecanismos de rendición. La rotación periódica previene la burocratización, y la delegación revocable asegura que la función no se convierta en poder. La documentación sistemática (actas, informes, balances) permite que el conocimiento no dependa de personas individuales, sino que sea parte de la memoria organizativa.
Otro elemento clave es el federalismo dinámico: la articulación entre distintos niveles de la organización (local, regional, nacional, internacional) debe ser fluida, con espacios de coordinación claros pero sin imposiciones jerárquicas. Finalmente, una cultura de la autoevaluación y el ajuste permite que la organización se reinvente sin perder su esencia.
Gestionar oscilaciones y evitar rupturas generacionales
Toda organización atraviesa ciclos de mayor o menor actividad, momentos de crecimiento y etapas de reflujo. ¿Cómo sobrevivir a esas oscilaciones sin desorganizarse? Una organización viva debe ser capaz de modular su ritmo, sin perder sus estructuras básicas. En momentos de reflujo, hay que sostener lo esencial: formación, vínculos, cuidado de la estructura, memoria política. En momentos de auge, hay que evitar el desborde y fortalecer los espacios organizativos.
Un riesgo frecuente es la quiebra generacional: cuando una generación militante se agota y no ha formado ni incorporado a la siguiente. Para evitarlo, es fundamental construir puentes pedagógicos entre distintas trayectorias, promover el diálogo entre experiencias, y crear espacios específicos de transmisión de saberes. La formación no es solo “teórica”, sino también organizativa, emocional y táctica.
Evaluación y ajuste organizativo: pensar el presente, proyectar el futuro
Ninguna organización puede mejorar si no se detiene a pensar qué hace, cómo lo hace y para qué lo hace. La evaluación organizativa debe ser parte del funcionamiento regular, no una excepción. Para ello, se pueden combinar indicadores cualitativos (nivel de participación, satisfacción militante, claridad estratégica) y cuantitativos (número de acciones, crecimiento, inserción social). Pero más allá de los datos, lo esencial es generar espacios de balance colectivo que permitan revisar la estrategia, reconocer errores, identificar logros y corregir el rumbo.
Una organización que no evalúa se vuelve autista; una que evalúa sin corregir, se vuelve cínica. La cultura del aprendizaje colectivo es lo que permite que una organización no solo resista, sino que crezca con sentido, con pasión y con capacidad real de transformar la realidad.
Esta segunda parte completa el modelo propuesto: no basta con tener una buena estructura; hay que saber sostenerla, cuidarla, hacerla crecer y adaptarla a las condiciones del tiempo histórico que nos toca vivir. Sólo así podremos construir un anarquismo revolucionario eficaz, arraigado y duradero.
Cerrar el círculo, abrir caminos: por una organización anarquista eficaz, viva y arraigada
A lo largo de este texto he intentado pensar, desde la experiencia y la convicción, cómo puede construirse una organización anarquista que no solo resista, sino que transforme. Me propuse revisar críticamente los modelos organizativos que ha producido el anarquismo —dentro y fuera de sus fronteras históricas—, para rescatar sus aprendizajes y superar sus bloqueos. Porque creo, profundamente, que sin una práctica organizativa sólida, estratégica y sostenida, nuestras ideas quedan atrapadas en el margen, condenadas a repetirse sin impacto real.
Desde ahí, tracé una propuesta que parte del internacionalismo, del federalismo dinámico y de la autonomía táctica, pero también del compromiso militante, la gestión colectiva del desgaste y la necesidad de sostener estructuras a lo largo del tiempo. No propongo un esquema cerrado ni una receta única. Lo que ofrezco es un marco desde el cual podamos pensar juntos una organización libertaria viva, útil y profundamente transformadora.
Porque si algo tengo claro es que el anarquismo no puede reducirse a una ética personal ni a una estética marginal. Es, para mí, una apuesta radical por una sociedad sin jerarquías, construida desde abajo, con paciencia, con estrategia y con pasión revolucionaria. Y esa apuesta necesita organización: no cualquier organización, sino una que refleje nuestros valores mientras nos prepara para los conflictos del presente.
En un mundo que se derrumba bajo el peso de la injusticia, la desigualdad y la catástrofe climática, no basta con resistir. Hay que construir. Y para construir, necesitamos estructuras que no solo nos sostengan, sino que nos proyecten. Necesitamos cuidarnos, formarnos, planificar, evaluar y crecer. No porque creamos en el poder por el poder, sino porque creemos en el poder popular, en la capacidad de los pueblos de autoorganizar sus vidas, de transformar sus realidades y de derribar los muros que nos impiden vivir con dignidad.
Escribo esto no como una verdad definitiva, sino como una invitación. A pensar, a debatir, a corregir, a enriquecer. Porque si algo he aprendido es que la organización anarquista no se impone, se construye. Y se construye entre compañeras y compañeros, con los pies en el barro y la mirada en el horizonte. Si este texto puede servir como una herramienta más en ese camino, entonces habrá cumplido su tarea.
Don Diego de la Vega, militante de Liza

[1] Nunes, R. (2021). Neither Vertical Nor Horizontal: A Theory of Political Organization. Verso Books.
[2] Union Communiste Libertaire, Federação Anarquista de Rosario, Coordenação Anarquista Brasileira. (s.f.). Documentos programáticos y organizativos. Publicaciones internas.
[3] Laloux, F. (2014). Reinventing Organizations: A Guide to Creating Organizations Inspired by the Next Stage of Human Consciousness. Nelson Parker.
[4] Allen, D. (2001). Getting Things Done: The Art of Stress-Free Productivity. Penguin.
[5] Zeitoun, A. (2023). Program Management: Going Beyond Project Management to Enable Value-Driven Change. Wiley.
[6] Bungay, S. (2011). The Art of Action: How Leaders Close the Gaps Between Plans, Actions and Results. Nicholas Brealey Publishing.
[7] Flyvbjerg, B., & Gardner, D. (2023). How Big Things Get Done: The Surprising Factors Behind Every Successful Project, from Home Renovations to Space Exploration. Penguin Press.
[8] Appelo, J. (2012). How to Change the World: Change Management 3.0. Leanpub.
[9] Neto. (2015–2016). Los mitos y las experiencias: Aportes para la reflexión estratégica del anarquismo organizado. Regeneración Libertaria.
Parte I: https://www.regeneracionlibertaria.org/2015/06/09/los-mitos-y-las-experiencias-i/
Parte II: https://www.regeneracionlibertaria.org/2016/06/17/los-mitos-y-las-experiencias-ii/