Que el capitalismo no apague nuestras vidas

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En estos cinco últimos años estamos viviendo demasiados acontecimientos que integramos como  experiencias cercanas al colapso. Una pandemia, un genocidio en Palestina y la guerra en Ucrania, la crisis climática, y ahora, un apagón eléctrico en España y Portugal. Algunos pensamos que, a pesar de los memes y la psicoterapia, ya se nos está haciendo bochornosamente larga esa fase de crisis del capitalismo. Y es que se trata precisamente de eso, de analizar convenientemente los puntos de brecha del capitalismo, y que cuanto mayor es el calado de la crisis, sus salidas son decididamente más reaccionarias e imperialistas. Vencer al capitalismo no es permitir que implosione, porque mientras se desintegra lentamente está imponiendo sus intereses de clase y quiere decir que nos acabará por aniquilar a gran parte de la clase trabajadora. No estamos en el punto de celebrar que la muerte del capitalismo de esa manera a la larga sea ninguna victoria, y ni siquiera está asegurada en absoluto, hay que emanciparse imponiéndose sobre ese sistema. De lo contrario, el neoliberalismo mutará de formas posiblemente aún inimaginables pero perpetuando las violencias y la dominación sobre nuestra clase.

La Red Eléctrica de España forma parte de un holding internacional que actúa como operador del sistema eléctrico y cuyo principal accionista es la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), de titularidad pública. Sin embargo, esta gestiona tan solo un 20% de las acciones totales, porque el otro 80% son capital flotante bursátil. De entre otros accionistas se debe destacar a Amancio Ortega, a través de Pontegadea Inversiones S.L., con un 5% de acciones, o Blackrock, el fondo de inversiones neoyorkino, con un 3% de acciones. También Norges Bank, Vanguard Group, o Qatar Investment Authority tienen intereses en esta corporación de distribución de energía que posee igualmente filiales en países de América Latina. A esto hay que sumarle que las tres principales empresas que en España generan energía, es decir, Naturgy, Iberdrola y Endesa controlan el 90% de un mercado cuyo objetivo es obtener beneficios y no crear un servicio de calidad. 

Desde el gran apagón en la mañana del 28 de abril rápidamente comenzaron a correr hipótesis en torno a que fuera un ataque de Vladimir Putin para desgastar aún más a Europa, una venganza de Donal Trump por el acercamiento de España a China, o incluso una respuesta del Mossad a la cancelación de un paquete de armamento a Israel. La propia Red Eléctrica Española ha descartado un ciberataque como la causa de una pérdida repentina durante cinco segundos de 15 gigavatios, equivalente al 60% total del consumo que se estaba teniendo en el país en ese momento. No sabemos actualmente con los datos oficiales qué sucedió, aunque nuestra hipótesis, sabiendo que la gestión de servicios e infraestructuras en manos privadas siempre apunta a fallos y concatenación de errores derivados de infrafinanciación y precariedad como síntoma, prevemos tenga su origen en cuestiones técnológicas de la propia corporación —la cual tratará de evitar responsabilizarse—. Ya conocemos que los bulos suelen ser respuestas rápidas y viscerales alentados por el irracionalismo de la ultraderecha. Aparecerán conspiraciones estimuladas por la desinformación, que son el terreno en que se mueven perfectamente para avanzar en sus posiciones reaccionarias. Seguramente señalarán a alguna potencia mundial enemiga, apoyando de paso las políticas de la OTAN de militarización de los países europeos, y por la que el gobierno progresista ya ha entrado gustosamente por el aro. 

También culparán a medidas socialdemócratas en torno al cambio climático y energías renovables como debilitadoras del sistema eléctrico, sin embargo, un estudio publicado esta misma semana asegura que la demanda energética de los centros de datos de IA se cuadruplicará para el año 2030. Esto quiere decir que el capitalismo avanza hacia un consumo energético inasumible, que ya se vienen señalando los límites de los recursos. Los conflictos bélicos mundiales actuales están directamente relacionados con el control de esa producción energética necesaria para mantener su sistema, no nuestras vidas. No hay salida verde posible, solo el fin del capitalismo antes de que acabe con nosotros. Lo que está claro es que ninguna de las hipótesis sobre orígenes del apagón que parten desde la ultraderecha —o las conspiranoicas— jamás señalará al capitalismo y los grandes lobbies energéticos como responsables directos de las causas y consecuencias. Todo ello, además, favorece este estado latente de doctrina del shock, que junto a la presiones financieras estadounidenses con los aranceles, está demostrando que llevan a las sociedades a aceptar medidas que van directamente contra nuestros intereses como clase trabajadora.

Todo gobierno, igualmente, priorizará por encima de cualquier otra cuestión comunitaria los intereses capitalistas. Se ha visto en momentos como la crisis del Covid-19, o la Dana de València el año pasado donde la prioridad era mantener activos centros de producción y consumo para salvaguardar los beneficios capitalistas y no poner los recursos al servicio de lo común. Nuevamente se indujo a la responsabilidad individual de los trabajadores que fueran a su centro laboral, en lugar de suspender la actividad después de cientos de situaciones de emergencia en los transportes, personas atrapadas en ascensores o riesgos en la circulación. Los sindicatos deberían presionar e imponer al gobierno un paro en estas situaciones de emergencia social. Además, centenares de personas han tenido que pasar la noche en estaciones como Atocha o Sants. En lugar de obligar a decenas de hoteles y viviendas de uso turístico a que alojasen gratuitamente a aquellas personas afectadas e incomunicadas. No queremos olvidar que el gobierno abandona conscientemente a quienes expulsa a los márgenes de la supervivencia, porque lo vivido durante horas como un suceso excepcional, se lleva viviendo cuatro años en el barrio de la Cañada Real en Madrid —o el Distrito Norte en Granada—, cuando la empresa generadora y el gobierno les cortó la luz hasta la actualidad. Nuestras vidas están siempre en riesgo ante estas situaciones de emergencia, cuando se desatan situaciones caóticas provocadas por el sistema, somos la clase trabajadora la que nos salvamos a nosotros mismos. Quienes extendemos redes de solidaridad, quienes fomentamos el apoyo mutuo; las únicas tensiones de competitividad vienen de parte del sistema. Si somos la clase trabajadora la que demostramos que bajo nuestra autoorganización se pone en el centro lo común, habrá que arrebatarle a la clase dominante la gestión directa de nuestras vidas, que el capitalismo no nos traslade a la oscuridad por más tiempo. 

Ángel Malatesta, militante de Liza.

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