
La organización ha sido uno de los debates más persistentes y complejos dentro del anarquismo. Lejos de una posición homogénea, el movimiento ha oscilado entre propuestas de estructuración rigurosa y defensas de la espontaneidad o la informalidad. Como señala Felipe Corrêa en Bandeira Negra[1], el anarquismo no puede prescindir de una teoría de la organización si pretende intervenir con eficacia en los conflictos sociales y construir un proyecto revolucionario sostenido. Sin embargo, esta organización debe ser coherente con los principios libertarios, y no una simple réplica de modelos autoritarios.
Para abordar esta cuestión, distinguimos cuatro dimensiones que componen cualquier modelo organizativo: principios (el horizonte político), estructuras (la forma formal de organización), dinámicas (las relaciones internas de poder y cooperación) y procesos (los mecanismos de acción y decisión). Esta diferenciación nos permite analizar críticamente cómo se combinan libertad y eficacia, autonomía y coordinación, sin perder de vista el carácter político de toda forma organizativa.
Modelos organizativos dentro y fuera del anarquismo
El problema de la organización no es exclusivo del anarquismo, aunque en su seno haya generado algunos de los debates más intensos. También fuera del campo libertario, en ámbitos tan diversos como los partidos políticos, los movimientos sociales, las cooperativas o incluso las empresas, se han desarrollado múltiples formas de organizar colectivamente el poder, el trabajo y la toma de decisiones. Modelos verticales, participativos, híbridos o incluso experimentales como Holacracy o las llamadas organizaciones Teal —presentadas como innovaciones en el mundo del business & management— abordan cuestiones similares: cómo distribuir autoridad, cómo sostener la acción colectiva y cómo adaptarse a contextos cambiantes.
En el anarquismo, estas preguntas se plantean desde una lógica radicalmente distinta: no se busca optimizar el rendimiento ni preservar el orden institucional, sino construir formas de organización que prefiguren una sociedad sin dominación. Sin embargo, esta intención no exime a las organizaciones libertarias de los mismos desafíos que enfrentan otras experiencias colectivas: la concentración informal del poder, la falta de continuidad, la tensión entre autonomía y coordinación, o la dificultad para sostener procesos a largo plazo. Por eso, más que aferrarse a una forma única, lo que define un modelo organizativo anarquista no es solo su estructura formal, sino su capacidad de articular principios, dinámicas y procesos de manera coherente con una ética emancipadora.
Con esto en mente, resulta imprescindible detenernos en los fundamentos que han guiado, dentro del campo libertario, la reflexión y la práctica sobre cómo construir formas organizativas que no reproduzcan la dominación. Lejos de una única receta, el anarquismo ha desarrollado múltiples estrategias para enfrentar este desafío desde una ética revolucionaria.
Principios Organizativos Anarquistas
Desde sus orígenes, el anarquismo no ha sido únicamente una ideología de rechazo al Estado o al capital, sino también una propuesta integral para organizar la vida social sobre nuevas bases[2]. En ese sentido, la cuestión organizativa ha sido central. Lejos de ser una preocupación secundaria o técnica, el cómo se organiza un colectivo libertario refleja y condiciona su visión del mundo. Las distintas corrientes anarquistas —del mutualismo proudhoniano al comunismo libertario, del sindicalismo revolucionario al especifismo— han asumido este desafío con distintos enfoques, pero con una constante: el intento de construir formas organizativas que prefiguren una sociedad libre de jerarquías, opresiones y dominaciones.
A diferencia de los modelos verticales, centralizados y autoritarios típicos del marxismo-leninismo o de los aparatos partidarios tradicionales, el anarquismo ha apostado por la descentralización, la autoorganización y la federación de base como mecanismos fundamentales. Sin embargo, la historia del movimiento libertario revela que esta apuesta no está exenta de tensiones internas. El riesgo de caer en la espontaneidad permanente, en el informalismo paralizante o en la fragmentación estéril ha sido ampliamente reconocido por distintas generaciones de militantes. Como señalaba Jo Freeman en su célebre crítica a la “falta de estructuras”[3], la ausencia de organización formal no equivale a igualdad: simplemente encubre relaciones de poder no explícitas.
En respuesta a estos dilemas, el anarquismo ha desarrollado modelos organizativos cada vez más sofisticados, que intentan combinar horizontalidad con responsabilidad colectiva, autonomía con coordinación, diversidad con cohesión política. La propuesta plataformista de Makhno y Arshinov en 1926 fue uno de los primeros intentos sistemáticos por superar las deficiencias organizativas del anarquismo clásico mediante una estructura basada en unidad teórica, unidad táctica, responsabilidad colectiva y federalismo. Décadas después, en América Latina, estas ideas encontraron una reelaboración fértil en el especifismo, impulsado por la Federación Anarquista Uruguaya (FAU)[4][5], que plantea la necesidad de una organización anarquista específica, con inserción en las luchas populares y capacidad de construcción estratégica a largo plazo.
Este debate no es meramente histórico ni doctrinal. Hoy, frente a un mundo marcado por crisis sistémicas —ecológicas, económicas, sociales y políticas—, la cuestión de cómo nos organizamos adquiere una urgencia renovada. La experiencia acumulada de colectivos anarquistas, tanto en el Norte como en el Sur global, evidencia que sin estructuras claras, sin procesos de decisión democráticos pero eficaces, sin vínculos orgánicos con las luchas del pueblo, el anarquismo corre el riesgo de reducirse a una ética de resistencia individual o a una estética marginal. Por eso, repensar críticamente los modelos organizativos no implica renunciar a los principios libertarios, sino, al contrario, hacerlos viables en la práctica cotidiana de la transformación social.
Tipos de estructuras organizativas
Estructuras informales

La estructura informal ha sido, en muchos casos, una de las formas predominantes en ciertos sectores del anarquismo, especialmente aquellos que privilegian la espontaneidad, la afinidad inmediata o la acción puntual. A menudo asociada a pequeños colectivos, grupos de afinidad o redes descentralizadas, esta forma organizativa opera sin reglas explícitas, sin división formal de tareas ni mecanismos establecidos de toma de decisiones. Su atractivo radica en la flexibilidad, la rapidez operativa y la aparente igualdad entre sus miembros. Sin embargo, esa aparente horizontalidad muchas veces encubre relaciones de poder difusas y difíciles de cuestionar.
Jo Freeman, en su crítica a los movimientos feministas de los años setenta, ya advertía sobre la tiranía de la falta de estructuras: la ausencia de reglas claras no elimina la jerarquía, simplemente la oculta bajo formas informales, donde quienes poseen mayor carisma, experiencia o capital simbólico terminan concentrando influencia sin control ni rendición de cuentas. Desde una perspectiva anarquista, una estructura informal puede funcionar de manera limitada y temporal, pero carece de las condiciones mínimas para sostener una organización revolucionaria a largo plazo. Su debilidad en términos de acumulación estratégica, transmisión de saberes, rotación de responsabilidades y capacidad de respuesta la convierte más en un punto de partida que en un modelo a consolidar.
Estructuras horizontales

Las estructuras horizontales se definen por la distribución equitativa del poder y por el rechazo explícito a cualquier forma de jerarquía fija. En ellas, las decisiones se toman colectivamente, idealmente por consenso, y no existen cargos permanentes ni cadenas de mando. En teoría, esto garantiza la participación igualitaria, la autonomía de cada persona y la rotación de funciones. Muchas organizaciones anarquistas han adoptado este modelo, especialmente en contextos donde se prioriza la vivencia cotidiana de los valores libertarios.
Sin embargo, en la práctica, la horizontalidad absoluta enfrenta desafíos importantes. La ausencia de mecanismos claros de coordinación puede conducir a la parálisis organizativa, al exceso de asambleísmo o a una fragmentación que debilita la acción colectiva. Además, cuando no se implementan formas efectivas de rotación, delegación y formación, las mismas personas tienden a concentrar las tareas y las decisiones, reproduciendo jerarquías de facto. La horizontalidad, sin estructura, puede convertirse en un ideal inmovilizador.
Este problema ha sido señalado con contundencia por militantes del propio campo anarquista. En su texto La trampa de la horizontalidad, Regue [6]advierte que buena parte del anarquismo contemporáneo —especialmente en contextos del Norte global— ha caído en una forma de fetichismo horizontalista que, lejos de potenciar la acción transformadora, la encierra en dinámicas autorreferenciales y microgrupales. La ausencia de organización sólida, sostiene, no es garantía de libertad, sino muchas veces el síntoma de una retirada estratégica frente a la complejidad de la lucha social. Frente a ello, propone recuperar una visión del anarquismo como proyecto colectivo y militante, capaz de construir poder popular y no solo de resistir en los márgenes.
Como ha señalado también el anarquismo especifista, es necesario distinguir entre la horizontalidad como principio ético —irrenunciable— y la horizontalidad como técnica organizativa, que por sí sola resulta insuficiente. Sin estructura, sin delegación clara y sin compromiso organizativo, la horizontalidad puede derivar en una forma suave de ineficacia política.
Estructuras federativas

Frente a los límites del horizontalismo absoluto, el federalismo anarquista ha sido una de las formas estructurales más consistentes y duraderas del movimiento. Inspirado en las propuestas de Bakunin y sistematizado por Malatesta, el federalismo se basa en la articulación de colectivos autónomos mediante acuerdos mutuos, formando redes de cooperación que permiten coordinar acciones sin centralizar el poder. Cada grupo o núcleo mantiene su soberanía organizativa, pero se vincula a otros en función de principios compartidos, programas comunes y decisiones colectivas tomadas en instancias federales.
Este tipo de estructura permite escalar la organización sin sacrificar la autonomía de base, y ha demostrado su eficacia en momentos históricos clave. La Federación Anarquista Ibérica (FAI), en estrecha relación con la CNT, logró mantener durante años una coordinación sólida entre grupos locales ideológicamente comprometidos. La Federación Anarquista Uruguaya (FAU) ha sostenido por décadas una estructura federativa que combina inserción social con estrategia política, a través de núcleos de militancia territorial articulados en frentes de trabajo y una coordinación general con funciones específicas.
El federalismo, sin embargo, también implica tensiones. La diversidad interna puede derivar en dispersión política si no existe una base programática fuerte; la toma de decisiones colectivas puede ralentizarse por la necesidad de consulta amplia; y la autonomía local puede entrar en conflicto con la necesidad de acción unificada. Por eso, las estructuras federativas requieren no solo acuerdos formales, sino una cultura organizativa compartida, mecanismos de rendición de cuentas, y una clara delimitación de funciones y niveles de decisión.
Centralización estratégica

Aunque el anarquismo rechaza toda forma de autoridad coercitiva, esto no ha impedido que se planteen formas limitadas y temporales de centralización funcional, especialmente en contextos de lucha intensa, represión o emergencia. Esta centralización no equivale a jerarquía: no se funda en el mando, sino en la delegación, y debe ser siempre revocable, con rendición de cuentas ante las bases. Su función es operativa, no ideológica; busca facilitar la acción coordinada sin sacrificar el control colectivo.
Un ejemplo histórico elocuente son los Comités de Defensa de la CNT durante la Revolución Española, que asumieron funciones de coordinación militar, logística y organizativa frente a la ofensiva fascista. Aunque operaban con cierto grado de centralización, lo hacían bajo mandato asambleario, con una clara responsabilidad ante la base militante y sin burocratización estructural. De manera similar, algunas experiencias guerrilleras anarquistas, como la de la Federación Anarquista Comunista de Bulgaria (FACB), establecieron comandos operativos en condiciones de clandestinidad, sin abandonar por ello sus principios federativos.
La clave en estas experiencias es distinguir entre autoridad funcional1 y jerarquía estructural. La primera puede ser necesaria para la acción eficaz; la segunda contradice los principios anarquistas. Por eso, cualquier centralización estratégica en una organización libertaria debe estar limitada por el contexto, controlada desde abajo, sujeta a rotación y basada en criterios colectivos, no en la concentración permanente de poder.
Estructuras mixtas dentro y fuera del anarquismo: aportes, aprendizajes y tensiones para la organización revolucionaria
Estructuras híbridas desde la práctica libertaria
En distintos contextos, especialmente en América Latina, el anarquismo ha ensayado estructuras híbridas que combinan principios organizativos clásicos —como la horizontalidad, la autogestión o la federalización— con mecanismos operativos más flexibles y definidos. En organizaciones especifistas como la FAU o la FARJ, por ejemplo, se articulan espacios de base con instancias de coordinación política, asambleas con comisiones de trabajo, y vocerías rotativas con responsabilidad colectiva. Estas formas no buscan mimetizarse con estructuras externas, sino resolver problemas prácticos como la sostenibilidad organizativa, la intervención eficaz o la formación de cuadros militantes. Lo híbrido aquí no es concesión ni eclecticismo, sino el resultado de una praxis que toma en serio los límites de la pura espontaneidad.
Holacracy y la organización basada en roles

Uno de los modelos empresariales contemporáneos que más ha generado debate es el de la Holacracy[7]. Desarrollado como alternativa a la jerarquía corporativa tradicional, se basa en la definición clara de roles funcionales, círculos organizativos interdependientes y mecanismos de toma de decisiones distribuidos. En lugar de una estructura piramidal fija, se organiza a través de equipos autónomos que se relacionan mediante reglas explícitas, bajo el principio de “autoridad distribuida”.
Desde una óptica anarquista, el modelo Holacracy ofrece aprendizajes valiosos sobre cómo estructurar la toma de decisiones y la distribución del poder sin recurrir a jerarquías fijas ni centralización autoritaria. Su propuesta de roles funcionales, círculos autónomos y gobernanza distribuida puede inspirar formas de organización libertaria más eficaces y coordinadas, sin sacrificar la horizontalidad ni la autonomía individual. Al separar las funciones de las personas y promover estructuras dinámicas basadas en la responsabilidad colectiva, Holacracy permite imaginar una autogestión operativa más clara, ágil y adaptable. Sin embargo, para que estas herramientas sean útiles en un contexto revolucionario, deben ser reapropiadas críticamente desde una perspectiva política anticapitalista, evitando su uso como mera técnica de gestión neutra y vaciada de contenido emancipador.
Sociocracia: consentimiento, círculos enlazados y retroalimentación

La sociocracia, desarrollada inicialmente por Gerard Endenburg, también ha sido adoptada por colectivos sociales, escuelas libres y cooperativas. Su principio clave no es el consenso, sino el consentimiento: una decisión puede tomarse siempre que no haya objeciones fundadas. Además, propone una estructura en “círculos” —equipos autónomos pero conectados entre sí—, con roles claros, elección sin candidatos, y mecanismos formales de retroalimentación constante.
Algunas de estas herramientas son fácilmente compatibles con los principios libertarios: la toma de decisiones por consentimiento, la existencia de círculos semi-autónomos enlazados mediante delegaciones revocables, la elección abierta de roles mediante argumentos colectivos y los ciclos de retroalimentación constante se alinean con la lógica federalista, horizontal y antiautoritaria del anarquismo organizado. La sociocracia ofrece métodos prácticos para distribuir el poder de forma equitativa, fomentar la corresponsabilidad y evitar tanto el caos informal como la concentración de tareas en pocos militantes. Adaptadas críticamente y politizadas desde una perspectiva revolucionaria, estas herramientas pueden fortalecer la capacidad operativa de los colectivos anarquistas sin sacrificar sus valores fundamentales.
Organizaciones Teal y el mito de la autogestión apolítica

El modelo de organizaciones Teal, formulado por Frederic Laloux, propone estructuras basadas en la autogestión radical, la “plenitud” personal en el trabajo y el alineamiento con un “propósito evolutivo”. Estas organizaciones renuncian a la jerarquía formal, promueven procesos internos abiertos, y buscan que las decisiones emerjan desde cualquier punto de la organización.
Pese a su discurso emancipador, este modelo arrastra una carga ideológica peligrosa: la despolitización. Al centrar el conflicto en el desarrollo personal y el “propósito” abstracto, se ocultan las relaciones materiales de poder y se reemplaza la lucha colectiva por el bienestar individual. Desde el anarquismo, el modelo de organizaciones Teal puede ofrecer inspiración en la construcción de estructuras autogestionadas que promuevan la autonomía, la integralidad y un sentido colectivo de propósito. Su énfasis en la autogestión radical, en la expresión plena de las personas dentro del espacio organizativo y en la evolución continua del proyecto resuena con la ética libertaria de crear comunidades vivas, horizontales y transformadoras. Si bien carece de una crítica al capitalismo o al Estado, y se expresa en un lenguaje a menudo espiritualizado o postideológico, el modelo Teal puede ser reinterpretado como una invitación a cultivar formas organizativas donde la eficacia operativa no esté reñida con el cuidado mutuo, la creatividad política y la construcción de una subjetividad colectiva emancipadora.
Estructuras flexibles y células autónomas
En algunos movimientos sociales —y también en organizaciones libertarias más recientes— se ha explorado el uso de estructuras celulares o redes de núcleos autónomos coordinados. Esta forma se adapta bien a contextos de represión, permite la multiplicación de iniciativas y evita la dependencia de centros únicos de coordinación. Su flexibilidad, sin embargo, puede volverse fragilidad si no hay mecanismos de articulación estratégica, acumulación de experiencia o coordinación ideológica. La clave aquí está en dotar a lo “flexible” de un horizonte político, que evite caer en la dispersión o la autocomplacencia.
Dinámicas y procesos organizativos a distintas escalas: estructuras libertarias desde lo internacional a lo local
Escala internacional: solidaridad militante, acumulación global y coordinación de luchas
Desde sus orígenes, el anarquismo ha concebido la dimensión internacional no como un gesto simbólico, sino como una necesidad estratégica. La participación en la Primera Internacional (AIT) y la creación de la Alianza de la Democracia Socialista por parte de Bakunin reflejan un esfuerzo temprano por articular una propuesta revolucionaria antiautoritaria a nivel global. Esa aspiración ha sido retomada en distintas épocas por redes que buscan construir una estrategia común entre organizaciones libertarias de diversos continentes.
Entre las experiencias más relevantes están la Internacional de Federaciones Anarquistas (IFA), que articula federaciones de Europa, América Latina y el norte de África; Anarkismo.net, como plataforma política y comunicacional para organizaciones especifistas, plataformistas y anarco-comunistas; y la extinta pero influyente Plataforma Internacional del Anarquismo Revolucionario (PIAR)[8], creada en 2011, cuya propuesta estratégica sigue vigente en muchas de las organizaciones que la impulsaron.
La PIAR no solo formuló un programa basado en unidad teórica, unidad táctica, responsabilidad colectiva y federalismo, sino que también planteó la necesidad de impulsar una Red Anarquista Internacional de organizaciones ideológicas libertarias y una Tendencia Clasista e Internacionalista en el movimiento de masas. Esta doble construcción apuntaba a combinar organización específica con intervención popular articulada a escala mundial, a través de posicionamientos conjuntos, campañas compartidas y elaboración política común.
En cuanto a los procesos organizativos en esta escala, el tamaño y la dispersión geográfica imponen condiciones particulares. La toma de decisiones requiere mecanismos de delegación controlada, documentos preparatorios, traducciones, plenarias virtuales o presenciales, y acuerdos basados en principios comunes pero flexibles. La gestión de campañas o intervenciones colectivas debe coordinarse a través de comisiones internacionales, con mecanismos de consulta interna y rendición de cuentas adaptados al ritmo y realidad de cada organización miembro.
En este nivel, más que la velocidad o la ejecución inmediata, importa la sostenibilidad de los vínculos políticos, la claridad estratégica compartida y la capacidad de generar procesos acumulativos. Para el anarquismo revolucionario, una articulación internacional eficaz no significa imponer homogeneidad, sino construir una inteligencia colectiva y una práctica militante global desde el respeto mutuo y el compromiso compartido.
Escala estatal: cohesión política, estrategia común y organización federativa
En la escala estatal, los desafíos se intensifican a medida que crece la organización. Aquí ya no se trata solo de afinidades locales o relaciones directas, sino de articular múltiples núcleos territoriales, con trayectorias diversas y realidades sociales distintas, en torno a una línea política común. Organizaciones como la Federación Anarquista Uruguaya (FAU), la Organização Socialismo Libertário (OSL) o la Union Communiste Libertaire (UCL) en Francia y Belgica han demostrado que esto es posible sin renunciar a los principios libertarios.
El tipo de procesos organizativos necesarios en esta escala está condicionado por el tamaño y la complejidad estructural. La deliberación debe apoyarse en instancias escalonadas: asambleas locales que mandaten a delegaciones regionales o estatales, plenarias generales periódicas, reuniones intermedias por sectores o comisiones, y espacios de coordinación ejecutiva con funciones claras pero limitadas. Las decisiones requieren tiempo y mecanismos estructurados para garantizar participación y coherencia táctica, sin caer en el burocratismo ni en la dispersión.
La ejecución política se organiza por áreas (formación, propaganda, inserción, finanzas, relaciones externas), con roles rotativos y colectivos, mientras que la evaluación se realiza mediante balances periódicos, informes militantes y congresos que revisan tanto la práctica como la teoría. La rendición de cuentas es un principio operativo: toda instancia ejecutiva o técnica debe responder ante los órganos deliberativos, con posibilidad de revocabilidad en caso de desvío.
A mayor tamaño, la gestión interna se vuelve una dimensión estratégica en sí misma: no basta con el entusiasmo militante; se requiere planificación, registro, memoria organizativa, protocolos de funcionamiento, formación continua y cultura política común. Una organización estatal no puede operar solo sobre la base de la espontaneidad; necesita procesos sistematizados que, sin sacrificar la horizontalidad, garanticen continuidad, eficacia y capacidad de intervención sostenida en los conflictos sociales.
Escala local: arraigo territorial, autonomía concreta y prefiguración libertaria
Es en la escala local donde el anarquismo encuentra su expresión más directa y tangible. Aquí, las relaciones son cara a cara, las decisiones pueden tomarse de forma inmediata, y la construcción de confianza es el principal capital organizativo. El barrio, el territorio, el espacio comunitario o el grupo de trabajo son el terreno donde se materializan las ideas libertarias en prácticas cotidianas: solidaridad, autogestión, apoyo mutuo, acción directa, pedagogía popular.
En organizaciones pequeñas o de base territorial, los procesos organizativos pueden ser más ágiles: reuniones abiertas, toma de decisiones por consenso o consentimiento, asambleas deliberativas frecuentes, rotación informal de tareas, coordinación por afinidad o compromiso tácito. Sin embargo, esta aparente flexibilidad puede volverse ineficiente o injusta si no se desarrollan mecanismos claros de participación, memoria y continuidad. Aun en los colectivos pequeños, la rotación de funciones, el registro de decisiones, la planificación de acciones y la evaluación colectiva son prácticas necesarias para evitar la concentración de poder informal, la sobrecarga de tareas o la reproducción de desigualdades ocultas.
A medida que los grupos locales crecen o se insertan más profundamente en luchas de mayor escala, los procesos deben complejizarse: se incorporan comisiones, roles de facilitación, cronogramas de trabajo, mecanismos de seguimiento y evaluación, sin perder por ello la participación directa ni la autonomía. El tamaño no debe ser una excusa para jerarquizar, pero sí un factor para organizar mejor. La eficacia política, en clave libertaria, no es un sacrificio de principios: es su puesta en práctica concreta.
Lo local es el punto de partida de toda organización revolucionaria, pero también debe ser su base sostenida: el lugar donde se forja la militancia, se construye poder popular desde abajo y se prueba, en cada gesto colectivo, la posibilidad de otro mundo.
Don Diego de la Vega, militante de Liza

[1] Corrêa, F. (2018). Bandeira Negra: Rediscutindo o Anarquismo. Faísca Publicações Libertárias.
[2] Schmidt, M., & van der Walt, L. (2009). Black Flame: The Revolutionary Class Politics of Anarchism and Syndicalism. AK Press.
[3] Freeman, J. (1972). The tyranny of structurelessness. Berkeley Journal of Sociology, 17, 151–164.
[4] FAU – Federación Anarquista Uruguaya. (2009). El poder popular. Capacidad del pueblo de organizar su propia sociedad. https://federacionanarquistauruguaya.uy/poder-popular-desde-lo-libertario-fau/
[5] FAU – Federación Anarquista Uruguaya. (s.f.). Documento de Fundamentos de la FAU. https://www.nodo50.org/fau/documentos/docum_historicos/docum_fau.htm
[6] Regue. (2024). La trampa de la horizontalidad. Regeneración Libertaria. https://www.regeneracionlibertaria.org/2024/02/13/la-trampa-de-la-horizontalidad/
[7] Robertson, B. (2015). Holacracy: The New Management System for a Rapidly Changing World. Henry Holt and Co.
[8] PIAR – Plataforma Internacional del Anarquismo Revolucionario. (s.f.). Programa político de la PIAR. https://barcelona.indymedia.org/usermedia/application/7/PAR-ESP.pdf
- Autoridad funcional – Facultad de mando que ejercen varios funcionarios en un mismo grupo de trabajo, cada uno para funciones distintas. Es una autoridad restringida y una actividad determinada, y existe en forma paralela a la autoridad lineal. https://biblioteca.ciess.org/glosario/termino/autoridad-funcional ↩︎