
La escena es habitual: una asamblea en la que se reparten tareas, muchas manos se levantan, las palabras fluyen con entusiasmo. Una semana después, varias de esas tareas siguen sin hacerse, los compromisos asumidos se diluyen entre excusas personales y silencios incómodos. El ciclo se repite, generando frustración, ineficiencia y, más profundamente, un desgaste colectivo que mina cualquier perspectiva de transformación duradera. ¿Qué ha fallado? ¿Qué nos impide sostener un compromiso militante con continuidad, coherencia y sentido de responsabilidad?
En un momento en que los desafíos del anarquismo organizado son tan estratégicos como subjetivos, hablar de compromiso, responsabilidad y disciplina ya no puede ser postergado. Es una cuestión política de primer orden. Sin responsabilidad militante no hay acumulación política, y sin acumulación no hay revolución.
El compromiso como práctica, no como afecto
En los márgenes del anarquismo persiste aún una confusión nociva: que el compromiso militante es un estado emocional, una motivación volátil, una disposición que depende del entusiasmo momentáneo. Desde esa lógica, asumir tareas es una opción simbólica, y su cumplimiento está sujeto a las contingencias de lo personal. Pero esa visión choca frontalmente con cualquier intento serio de construir poder popular de clase y organización revolucionaria.
El compromiso, en cambio, es un acto político, cotidiano y profundamente ético. Es la decisión consciente de vincularse con un proyecto colectivo que apunta a transformar radicalmente el mundo, y asumir las consecuencias prácticas que ello conlleva. Se trata de entender que las tareas no son deberes técnicos, sino expresiones de una voluntad colectiva que sólo se materializa si hay quienes la sostengan. En organizaciones como la Federación Anarquista de Río de Janeiro (FARJ) se insiste en que el compromiso se basa en la conciencia del militante respecto a los fines de la lucha, su inserción en las discusiones, su implicación activa en los procesos deliberativos y su disposición a ejecutar lo acordado. El compromiso es, por tanto, la forma viva que adopta la responsabilidad política.
Esa forma no se impone, no se decreta ni se espera mágicamente. Se construye, se cultiva, se ejercita. El compromiso nace de la convicción, pero se sostiene en el hábito: en la práctica consciente de estar disponible, de cumplir con lo que uno asume, de no delegar en otros la realización de lo que acordamos colectivamente. Si hablamos de militancia libertaria, tenemos que hablar de una militancia que no necesita ser supervisada, porque se regula desde la ética, no desde el castigo. Porque es autónoma, no indiferente. Porque es libre, no caprichosa.
La responsabilidad compartida como principio de organización
Una de las trampas más persistentes en el imaginario libertario es confundir horizontalidad con dispersión, o pluralidad con falta de responsabilidad. No hay nada más alejado de la práctica anarquista organizada. Como han señalado diversas experiencias anarquistas, una organización sin responsabilidad compartida tiende a colapsar bajo el peso de sus propias buenas intenciones. La informalidad, la falta de seguimiento, la ausencia de mecanismos claros para coordinar tareas, lejos de garantizar la libertad, favorecen la inercia, el personalismo y la reproducción de desigualdades internas.
La responsabilidad en un proyecto anarquista no es la imposición de tareas por parte de una autoridad superior. Es el pacto ético entre iguales que acuerdan sostener una voluntad común. Es asumir colectivamente que si no nos organizamos con rigor, otros ocuparán ese vacío: el estado, la burocracia, los partidos. La Geelong Anarchist-Communist, retomando los aportes de la FARJ, lo expresa con claridad: la organización no puede actuar si sus miembros no actúan. No hay sujeto colectivo sin sujetos concretos que hagan.
La cultura organizativa libertaria necesita estructuras que acompañen y sostengan la responsabilidad. Eso implica división de tareas, rotación, seguimiento, espacios de evaluación y mecanismos de cuidado mutuo. Implica también un lenguaje claro para hablar de lo que no se cumple, sin culpa pero con firmeza. La crítica entre compañeras no es autoritarismo: es un gesto de amor político. Porque solo a través de la crítica y autocrítica y del debate, se pueden construir organizaciones que duren en el tiempo.
La personalidad militante revolucionaria: entre la coherencia y la entrega
Hablar de personalidad militante revolucionaria puede parecer incómodo para quienes temen reproducir figuras idealizadas o autoritarias. Pero no se trata de un modelo moral, ni de un arquetipo ascético. Se trata de reconocer que la lucha transforma a quienes la sostienen, y que esa transformación implica también un trabajo subjetivo.
Ser militante revolucionario no es sólo participar en reuniones ni cumplir tareas técnicas. Es una forma de vida: una manera de vincularse con el mundo desde una ética de la coherencia, del esfuerzo y del compromiso sostenido. Es aprender a priorizar lo colectivo, a organizar el tiempo, a estudiar, a prepararse, a ceder protagonismo cuando es necesario y asumirlo cuando hace falta. Es una personalidad forjada en la práctica, en el roce con otras, en los aciertos y en los errores, en el sostener una línea política con constancia.
Fontenis, al hablar de la necesidad de una organización revolucionaria anarquista con unidad de acción, ideología y táctica, no buscaba uniformar a los militantes, sino construir un tipo de sujeto colectivo capaz de sostener un proyecto estratégico en el tiempo. Esa coherencia no se decreta: se educa, se cultiva, se exige. Y eso es lo que diferencia una organización política de un espacio de afinidades afectivas.
Las trampas del espontaneísmo y el anti-organizacionismo
La tradición anarquista ha estado marcada, en muchos momentos, por un rechazo visceral a la organización formal, resultado de derrotas históricas, infiltraciones estatales y traiciones de otros sectores de la izquierda. Pero ese rechazo, cuando se convierte en principio, termina clausurando cualquier posibilidad de acción estratégica.
La experiencia en el estado español lo ha mostrado con crudeza: la influencia de culturas contraculturales y subculturales, de dinámicas insurreccionalistas sin base social, de formas de militancia basadas en la identidad y no en la inserción popular, ha generado generaciones enteras de activistas sin herramientas para sostener un compromiso duradero. Como se señala en Los cimientos para organizarse políticamente, el anarquismo se convirtió en muchos casos en una parodia de sí mismo, alejado de la realidad de las clases populares y sin capacidad de construir fuerza social.
Combatir esas formas no implica rechazar la diversidad, ni imponer esquemas rígidos. Implica entender que la organización es condición para la libertad, y que sin responsabilidad militante no hay proyecto revolucionario que se sostenga.
Estrategias para cultivar una cultura militante sólida y transformadora
No se nace militante, se aprende a serlo. La organización debe asumir como parte de su tarea central la formación ética, política y práctica de sus miembros. Eso implica:
-Espacios sistemáticos de formación política, donde se estudie teoría, pero también se reflexione sobre las prácticas y se construyan criterios comunes.
-Estructuras claras de distribución de tareas, rotación de roles, seguimiento de responsabilidades y evaluación colectiva.
-Un lenguaje político que permita nombrar, cuestionar y corregir las fallas de compromiso sin caer en la culpabilización moral ni en el silencio cómplice.
Y también formas prácticas más concretas y cotidianas:
-Agendas compartidas y cronogramas accesibles para toda la organización.
-Revisiones regulares de tareas en asambleas breves pero periódicas.
-Apoyos mutuos: nunca dejar sola a una compañera ante una responsabilidad.
-Rondas de cuidado que pregunten: «¿cómo vas con esto?», no como presión sino como respaldo.
-Espacios para reconocer el trabajo bien hecho, visibilizando los esfuerzos que sostienen la organización.
-Cultivar la costumbre de pasar el relevo: si no puedo asumir algo, proponer quién puede.
Estas prácticas no son recetas. Son herramientas posibles, ejemplos concretos de cómo hacer de la militancia una actividad sostenible, cuidadosa, seria y, al mismo tiempo, profundamente humana.
Sin compromiso no hay revolución
La revolución no se improvisa. Se prepara, se organiza, se construye. Y esa construcción empieza por nosotras mismas: por cómo asumimos nuestra parte, cómo nos relacionamos con nuestras organizaciones, cómo cultivamos la constancia, la disciplina libertaria, la coherencia entre palabra y acción.
Hablar de compromiso militante es asumir que la lucha no es sólo un deseo, sino una práctica que exige esfuerzo, cuidado y entrega. Es afirmar que la libertad no se regala: se construye, y que para construirla hace falta más que buenas intenciones. Hace falta compromiso, responsabilidad, y una ética colectiva dispuesta a sostener el proyecto revolucionario en los momentos más duros.
No estamos aquí para acompañar la historia. Estamos para intervenir en ella. Y eso, compañera, empieza por asumir tu parte. No por obligación, sino por convicción. Porque el mundo que soñamos, sólo lo haremos realidad si aprendemos a construirlo, paso a paso, hombro con hombro, desde ahora.
Bibliografía
Federação Anarquista do Rio de Janeiro (2007). Reflexões sobre o compromisso, a responsabilidade e a autodisciplina. FARJ.
Versión en español: Reflexiones sobre el compromiso, la responsabilidad y la autodisciplina. Recuperado de: https://anarquismorj.wordpress.com/textos-traduzidos/reflexiones-sobre-el-compromiso-la-responsabilidad-y-la-autodisciplina/
Fontenis, G. (1953). Manifiesto comunista libertario. Organización Comunista Libertaria.
Recuperado de: https://mirror.anarhija.net/es.theanarchistlibrary.org/mirror/g/gf/george-fontenis-manifiesto-comunista-libertario.c109.pdf
Geelong Anarchist-Communists (2024). Militancy, commitment and responsibility. GAC
Recuperado de: https://geelonganarchists.org/2024/02/21/militancy-commitment-and-responsibility/
LUS (2023). Los cimientos para organizarse políticamente: por una cultura militante revolucionaria.
Recuperado de: https://www.regeneracionlibertaria.org/2023/02/03/los-cimientos-para-organizarse-politicamente-por-una-cultura-militante-revolucionaria/
Don Diego de la Vega, militante de Liza
