Aquí y ahora

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Es de vital importancia entender el hecho de que el Estado se está organizando dentro de una realidad social que tiende hacia una forma siempre más estática, rígida e irreversible, contra la cual será cada vez más difícil combatir.

No se está hablando de ciencia ficción cuando uno afirma que prácticamente nos controlan, que con una velocidad siempre mayor nos están encerrando en el interior de un circuito telemático absoluto, y que dentro de dicho circuito el individuo no es más que un burdo número, siempre fácil de localizar y controlar. Un circuito tecnológico con capacidad de controlar nuestras acciones tanto a priori como a posteriori. En esta realidad que se forma ante nuestros ojos, es cada vez más evidente y necesario hacer algo, aquí y ahora, no cuando todos estemos encerrados por completo en el proyecto de control del capital y del Estado.

Así pues, que vuelen por los aires las comisarías, los tribunales, las cárceles y las multinacionales. Es un simple ataque al espectáculo del capital y al control del Estado. De esta manera se rechaza no solamente lo impuesto, sino también las organizaciones del equilibrio del poder, de la espera, de la muerte. Ante la estructura monolítica del poder político, se le encara otra monolítica estructura de trabajadores. La acción es una crítica concreta de la posición de espera, suicida, de este tipo de organizaciones.

Existe una sobredosis de información. A la gente le hastían las lecturas de los clásicos, las discusiones teóricas, las reuniones, las manifestaciones inútiles, las infinitas distinciones y la monotonía. Solamente es indispensable una mínima orientación estratégica preventiva. Sin alardes, sin grandes premisas analíticas, sin complejas teorías de apoyo. Solamente el ataque inmediato cuenta.

El hecho de quemar un coche de policía no reside tanto en la funcionalidad de la acción en sí misma, sino en lo que dicha acción representa o simboliza. Pasar al ataque encarna y representa la primera condición real para terminar con su autoridad moral. Es el reflejo de nuestra negación ante su presencia y existencia.

Al destruir con una fría determinación el exterior, solamente lo estamos sincronizando con nuestro interior. Cuando un sistema entero nos persuade de que el problema somos nosotros, que el defecto está en el individuo, empezamos a no saber distinguir dónde está el que verdaderamente causa los problemas. Ya sabéis, aquello del control social y el necesario desplazamiento de la ira y la desesperación desde su objetivo genuino pero nebuloso (el sistema compuesto por el Estado, la industria, las finanzas y el comercio), hacia el único objetivo accesible; el individuo aislado en una cultura en que la insurrección y la insumisión masiva son cada vez menos pensables. Es en este aspecto cuando delineamos la presencia real del enemigo, cuando exteriorizamos y materializamos nuestra propia autodestrucción y la proyectamos hacia la destrucción de las condiciones exteriores.

Date prisa en armarte.

Radix

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