Contra el ghetto y el derrotismo en lo libertario

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Quisiera escribir un pequeño artículo a vuelapluma sobre una cuestión de actitud importante en el anarquismo actual. Se trata de la falta de militancia en espacios amplios. No quiero entrar en lo de los espacios políticos amplios, como pueden ser las campañas o las coordinadoras de grupos distintos que tratan una problemática común, ya que poco a poco el sector libertario va estando cada vez más presente; se trata de la falta de inserción en espacios sociales. Yo lo achaco a dos causas que aparentemente se contradicen: al elitismo y al derrotismo.

Comencemos. Considero que el movimiento libertario ha sido el eterno perdedor de las izquierdas durante el siglo XX. Esto nos ha llevado a una situación de marginalidad política en la mayoría de sociedades en las que tenemos presencia. Afortunadamente las ideas y los colectivos anarquistas en nuestros tiempos tienen ya un alcance mundial. Pero seguimos perdidos políticamente, sin capacidad de incidencia, más allá de campañas puntuales o de protestas callejeras visibles.

Esta situación nos conduce a dos conclusiones:

—Una es la que somos lo mejor de la sociedad. Que los demás no están a nuestro nivel teórico o que no han acertado históricamente a dar con las soluciones que han aportado las libertarias, exceptuando posiblemente consejistas, autónomas, luxemburguistas, comunistas de izquierda y otros tipos de marxismos libertarios. De aquí se desprende uno de los grandes problemas de las izquierdas a la hora de hablar con «la gente normal», el elitismo. Inevitablemente nos consideramos mejores que nuestras vecinas por el hecho de ser anarquistas. Y esto se puede trasladar a la hora de cómo consideramos a las demás tendencias políticas que hay en la sociedad. Resultado: «Yo no me junto con ésta o esta otra porque no está a mi altura y no nos entendemos».

—La otra conclusión es la opuesta. Si nos juntamos con otra gente es muy posible que nuestras ideas y prácticas queden diluidas en la cacofonía de las muchedumbres. Nuestra idea es una de tantas y no es probable que se imponga sin una larga, desagradable y desgastante pugna de ideas. Hay quien va más allá y defiende que no merece la pena entrar en espacios plurales porque otras fuerzas políticas se mueven como pez en el agua en esos terrenos. Por tanto, nuestro esfuerzo solo servirá para contribuir a la victoria de esas fuerzas. El resultado es que «yo no entro en esto porque no merece la pena el esfuerzo».

Ambas conclusiones son hijas de un hecho bastante palpable, que es la falta de seguridad, o directamente la negación de la posiblidad de una transformación social (llámese revolución) en un plazo de tiempo breve. Y como este cambio social es para dentro de muchos años, pues los años que nos quedan los aprovechamos en nuestros espacios de confort, que se suele conocer como el «ghetto» o el mundillo. ¿Para qué mezclarse con gente que no te va a comprender? ¿para qué entrar en espacios sociales donde tu existencia será una guerra constante con otras visiones? La respuesta fácil es vivir tranquilamente los años que dure tu socialización como anarquista.

Si el movimiento anarquista ha dejado de creer en la posibilidad del cambio social, ¿a qué juega? Pues a lo que puede jugar: a vivir la anarquía aquí y ahora, dentro del capitalismo. Esto no es otra cosa que dar la espalda a la sociedad que no te comprenderá e intentar una coherencia libresca que te alejará aún más de la sociedad que no te comprende.

La gente que está en los espacios plurales y comunes con otras personas de otras tendencias políticas es raro que esté de otra manera que a título individual. Participas como persona interesada en X, y no como miembro del movimiento libertario que también se interesa en X. Como digo esto cada vez más se va superando en lo social y en el activismo.

Pero donde no se está superando es en la vida cotidiana. Y por ello vemos cosas como que los padres y madres del entorno libertario prefieren crear una escuela libre desde cero a luchar desde el AMPA del cole por una educación decente en una escuela pública. O crear un grupo excursionista desde el Ateneo Libertario que durará 1 año a lo sumo, a integrate en la unión excursionista de tu ciudad. O que es mejor montar un ciclo de cine-forum en tu CSO que no entrar a participar en el grupo de cine de barrio que monta las cosas en el Centro Cívico. O que mejor tener una asamblea popular agonizante o una coordinadora de colectivos que recuperar y revitalizar las asociaciones vecinales. Todo esto son ejemplos de lo expuesto: no nos creemos el cambio social que proclamamos y no buscamos extender nuestras ideas más allá de las paredes de nuestros locales.

Por que si no haríamos como nuestros sobre-mitificados antecesores que no creaban ateneos libertarios sino ateneos obreros (hasta casi la Guerra civil no hubo el primer ateneo apellidado libertario), que participaban en las agrupaciones esperantistas, en los grupos corales, en las uniones excursionistas, en los equipos de fútbol, en los certámenes literarios y poéticos, en los juegos florales…

Por poner las cosas en su lugar, en 1870 cuando se funda la FRE, sección de la Internacional en España, el congreso decidió abrir un debate público sobre el socialismo con sus oponentes políticos. Invitaron a varios tertulianos burgueses y llevaron a cabo un debate durante varias horas. Creían en lo que hacían. Creían sinceramente en la revolución social. Querían convencer. Querían englobar en su movimiento a su vecindario, a sus compañeros de trabajo, a sus familiares… Y no querían separarse simbólica o estéticamente de su entorno. Y si lo hacían era porque estaban convencidas de su hegemonía total en el territorio.

Fue a partir de los años 50, 60 o 70 (dependiendo del país) cuando apareció la dinámica del consumismo, del individualismo, del querer diferenciarnos de los de al lado. El capitalismo nos representaba como consumidoras únicas e irrepetibles. Nos hablaba a cada una para vendernos sus productos. Con aquella bonanza (más o menos) económica llegó la educación pública para casi todo el mundo. Generaciones de jóvenes recibieron instrucción y fueron socializadas por la publicidad. En aquellos años se iba configurando una identidad juvenil que fue ayudada por la cultura popular de su tiempo, la cultura que iban creando en base a la música y a sus gustos estéticos.

La exaltación del «yo» y definir tu identidad en base a tus gustos estéticos y musicales traspasó a los movimientos contestatarios. Y cuando las opciones radicales fueron derrotadas a finales de los 70, solamente quedó una radicalidad estética y cultural, o subcultural. De esta forma el ghetto activista, izquierdista y anarquista ha estado poderosamente influido por la estética, incluso estética del lenguaje. Al tener la certeza de que tu opción política no cambiará las cosas, te pones a pulir el lenguaje y te encierras en los principios; que obviamente excluyen al resto de la población, que se rige por otros principios.

El ghetto anarquista no es algo nuevo, llegado en los 90. Escritores anarquistas nos definen muy bien el ghetto en París en 1890, en Barcelona en 1905 y en 1931, en Buenos Aires en 1925 o incluso en Moscú en 1918. El crear ghettos es una tendencia incluso lógica en el comportamiento humano que se basa en juntarte con quien tienes afinidad. El problema es cuando te consideras un movimiento revolucionario. Entonces el ghetto supone un freno en las expectativas del cambio social, ya que solamente te interesa tu gente.

Y el ghetto, que se basa en unos clichés, en unas normas sociales de comportamiento, de lenguaje y en unos cuantos principios compartidos, se vuelve en contra de toda posibilidad de cambio social. Cualquier lucha de la gente común no es lo bastante radical. Cualquier cambio, es inútil. Cualquier nuevo movimiento social masivo es reformista. Y así sucesivamente, en una dinámica de apariencia derrotista, ya que no importa lo que se haga, que no servirá para nada.

La pregunta final es, ¿queremos realmente un cambio social o nos gusta vivir la vida pirata dentro del capitalismo?

@blackspartak

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