De Atapuerca al Euro

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Más de una vez hemos podido escuchar a les polítiques del Partido Popular del Estado español decir que España es una nación antigua, una nación indivisible y única aunque esté dividida, de entre otras formas, en diecisiete comunidades autónomas. De esta manera podíamos escuchar hace más bien poco tiempo a la señora Esperanza Aguirre decir que la nación española tenía no-sé-mil-años, como si se pudiera hablar de “España” como algo identificable a lo largo y ancho de la historia humana.

La derecha española con su característico modo de pensar no tiene ningún problema en trazar la historia de la nación española de Atapuerca al Euro, como si fuera un único continuo sólido e indivisible. España siempre ha existido (al menos desde que a unos monos les dio por ponerse a dos patas y comenzar a patearse todo el planeta desde África). Por su parte, la izquierda institucional, es decir el PSOE, es incapaz de articular un discurso histórico ya sea por una cosa o por otra, pero a mí lo que me da es que la Transición y el tema de la memoria histórica les impide establecer claramente ese discurso histórico que tantes adeptes gana. Porque no nos vamos a engañar; decir que España es una y única desde tiempos de Cristo llama la atención—y por ahí hay mucho despistade.

No obstante, lo cierto y verdad es que las naciones del mundo tienen a lo sumo poco más que trescientos años de antigüedad, de hecho la inmensa mayoría de ellas no llegan ni a los cien años. El concepto de nación nace en la historia moderna como un concepto clave para el desarrollo del capitalismo y su dominación explotadora. Lo primero de todo es no confundir “Estado” con “nación”, mucho menos con “Estado-nación.” Los Estados existen desde hace mucho tiempo, milenios, pero a ellos no se les añade una “nación” hasta mediados del siglo XVII con la Paz de Westfalia. El Estado, en pocas palabras, vendría a ser el conjunto de instituciones sociales y jurídicas que administra un territorio dado y ciertas dinámicas que en ese territorio se dan. Sin embargo, el Estado moderno o Estado-nación delimita su territorio claramente sobre el mapa, adjudicándose como propio terrenos, recursos, personas, y economías, sobre todo economías. Hasta entonces, recordemos que por ejemplo Europa estaba fragmentada en un batiburrillo de feudos y territorios gobernados por familias nobles y demás gente de alcurnia.

Pero para convencer a les campesines franceses de que elles son franceses—cuando solamente una minoría menor a un tercio hablaba francés—, o para convencer a la gente de Escocia de que elles también eran parte del Reino Unido, se necesitaba mucho más que un conjunto de instituciones estatales para administrar la vida política y económica del territorio. Y así es como nace la idea de la nación: ese concepto abstracto que une a tantas personas que hasta entonces eran cada una de su padre y de su madre. Y de esta forma en Francia se instaura un sistema centralizado de educación pública que obliga a todes les niñes a aprenderse el mapa de “Francia” así como estudiar la lengua francesa. Así es como a les escoceses se les hace ver que les ingleses no son tan males porque son protestantes como elles, que les males son los franceses porque son católiques. Así nace la gran idea de la nación alemana con dramaturgos y demás escritores que realzan el “sentimiento común” del pueblo alemán.

De esta forma la “nación”, que no deja de ser un concepto abstracto y socialmente construido, se interioriza y se integra en la vida diaria de las personas. Así no es de extrañar que la gente piense que Francia ha existido “de toda la vida de Dios.” Qué vamos a decir de España, que al parecer ya hasta los celtíberos sentían los colores de la Selección y gustaban del buen vino a la sombra del ruedo de toros. Lo dicho, España una y grande desde Atapuerca hasta el Euro…

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