El marxismo que no nos contaron (III)

Por MrBrown
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Si el triunfo de la revolución rusa había atraído y canalizado a distintos grupos y organizaciones, incluso a algunos que no simpatizaban con el marxismo por tener tendencias más libertarias, el malestar con la deriva soviética no será tan capaz de organizarse en un movimiento. Pese a ello, se irá conformando un sector marxista crítico a veces más distinguible de los sectores trotskistas (sobre todo al principio) y a veces menos.

En Francia, el ruso-francés Boris Souvarine o Suvarin (Boris Lifschitz, en realidad), dirigente de la Sección Francesa de la Internacional Comunista, luego PCF, se irá enfrentando al lobby del Kremlin en los años 1923-1925, hasta ser expulsado del partido. Lenin sigue siendo prácticamente incuestionable, casi sagrado, y desde el Círculo Comunista Marx y Lenin, Suvarin escribe contra lo que él llama «el leninismo de 1924», que considera una «caricatura [del comunismo]» y llega a hablar de la burocracia como clase explotadora en 1925 (lo comentaría Trotskiy, sin estar de acuerdo, claro, en En defensa del marxismo). Entre quienes siguen en el PCF, 1925 sería quizá el año clave en este conflicto, llegándose a publicar el «Llamamiento de los 250», donde más de doscientos cincuenta militantes y cuadros del partido criticaban la línea impuesta por la dirección: reuniones largas, ineficaces y mal dinamizadas (¿no nos suena?), falta de formación a las militantes, estructuración territorial ineficaz, torpeza estratégica y triunfalismo, y censura para acallar el fracaso de esas torpezas estratégicas; en el origen de todo esto, el hiperliderazgo de la dirección y la falta de implicación de las bases. Media decena de ellas confluirán en torno a la revista, aún existente, La Révolution prolétarienne (1925-1939 y desde 1947 en adelante) con Suvarin y todo tipo de antistalinistas que se consideran comunistas de una u otra manera: Albert Camus, Jean Maitron, Victor Serge, Daniel Guérin, Simone Weil y, por supuesto, Pierre Monatte, militante sindical y alma de la publicación.
Suvarin acabará alejándose más políticamente, pero durante años militará con figuras como Lucien Laurat (Otto Maschl, en realidad), Georges Bataille o, de nuevo, Simone Weil en torno a la publicación La critique sociale (1931-34).

Este tipo de posiciones, no obstante, estarán más patentes en el mundo de las ideas que en el activismo, de modo que, en la práctica, este marxismo humanista será totalmente eclipsado por el de la KomIntern, además de convivir mal que bien con el leninismo trotskista. Existe toda una corriente informal en este sentido, pero quedará como algo más bien testimonial. Hablaríamos, además de los citados, de los investigadores y profesores de la Escuela de Frankfurt (Theodor W. Adorno, Max Horkheimer, Herbert Marcuse, Erich Fromm), del grupo surrealista de París (principalmente, André Breton y, sobre todo, Benjamin Péret) y de uno de los principales nexos entre ambos, Walter Benjamin, personaje atípico que, por ejemplo, en 1929 defendía en una carta a las surrealistas que «el componente anarquista» de la acción revolucionaria era necesario sin por ello sacrificar la «preparación metódica y disciplinada de la revolución a una praxis que oscila entre el ejercicio y la fiesta».

En este contexto prebélico, la Francia de 1939 ve la publicación de dos libros de lo más interesante, ambos publicados por exiliados: Au pays du mensonge déconcertant («En el país de la mentira desconcertante») y La bureaucratisation du monde («La burocratización del mundo»). El autor del primero es Ante (a veces llamado Anton) Ciliga, croata, uno de los fundadores del Partido Comunista de Yugoslavia y antiguo secretario para los Balcanes de la KomIntern, que, después de enfrentarse al liderazgo del PCUS, se vio perseguido, encerrado en el «aislador» (prisión para disidentes, de régimen laxo, en medio de la estepa rusa) de Verjné-Uralsk y enviado luego al gulag. El del otro es Bruno Rizzi, uno de los miembros del Partido Socialista de Italia que se apartó para crear el PCI, también enfrentado a la dirección stalinista de la KomIntern y de su antiguo partido. Se trata de trayectorias paralelas también porque ambos se acercaron al trotkismo asqueados por los excesos del stalinismo, para acabar descubriendo la semilla de esos excesos en el propio leninismo.

Ciliga lo cuenta desde la experiencia personal (capítulo IX de su libro), como una terrible decepción que le sobrevino en Verjné-Uralsk al intentar distinguir el legado político de Stalin del de Lenin. Al mismo tiempo, fue sujeto y testigo de intensos debates en el seno de la KomIntern y luego en Verjné-Ouralsk, donde, más que anarquistas, la mayoría de las personas internas eran decistas o trotskistas (también estaba Serguei Tiyunov, simpatizante o miembro del Grupo Obrero). Cuenta cómo las decistas defendían el leninismo de El estado y la revolución contra las decisiones tomadas bajo el liderazgo del propio Lenin y cómo tanto ellas como las trotskistas, más enfrentadas al liderazgo soviético por cuestiones de formas, confianza y credibilidad que por una línea política clara –la del PCUS daba giros–, acababan desorientadas intentando encajar cada movimiento y cambio de coyuntura en las mismas categorías de análisis, encontrándose con debates o rendiciones por parte de trostkistas de centro, derecha o izquierdas, decistas, … Cómo, cuanto más se interesaba por los conflictos que hemos contado en el texto anterior y los posicionamientos de Lenin –ante el ascenso de la burocracia, Ulianov no recomendó, en uno de sus últimos artículos, buscar la participación popular, sino crear un departamento de especialistas en desbucrocratización (¡!)–, más veía en él al máximo responsable de la burocratización y su carácter de emergencia de una nueva sociedad de clases.

Rizzi, en una línea más cientificista y desapasionada, intenta hacer un retrato de la sociedad soviética y no puede menos que constatar que existe una clase dirigente, a cuyo servicio están el Estado como aparato represivo y la ideología dominante, y una clase dirigida y mayoritaria que, salvo excepciones, no aspira a socializar nada. El italiano lo engloba en un fenómeno histórico e internacional de ascensión de la burocracia como nueva clase hegemónica y, en ese sentido, lo relaciona con el nazismo, el fascismo o el New Deal estadounidense. Curiosamente, Ciliga cita a un preso decista, Volodia Smirnov, diciendo prácticamente lo mismo, cosa que le valdría ser expulsado del núcleo de presos decistas.
Bruno Rizzi estaba aislado de su propio partido, pero se puso en contacto con el movimiento troskista y captó la atención del propio Trotskiy, que lo rechazó como «ultraizquierdista», pero no quedó indiferente. De hecho, el trotskista estadounidense James Burnham, probablemente al corriente del debate entre Trotskiy y Rizzi, abandona en 1940 su organización (el WP o Partido de los Trabajadores) abjurando del marxismo y publica en 1941 La revolución de los técnicos, también traducida como La revolución gerencial, La revolución de los gerentes o La revolución de los directores, que retoma las ideas fundamentales de La burocratización del mundo, sin citarlo en ningún momento. Se sabe que George Orwell leyó a Burnham y rebatió varias de sus posiciones y no se sabe que hiciera lo propio con Rizzi o Ciliga, pese a lo cual es difícil leer sus respectivas obras sin pensar en 1984 y en Rebelión en la granja.

En 1940, Trotskiy es asesinado, el stalinismo ya ha hecho sus peores estragos en España y en la URSS y la segunda guerra mundial se encargará de reorganizar el mundo en dos polos: liberalismo estadounidense o leninismo soviético.

La tercera vía en el nuevo orden mundial

La visibilización de un imperialismo soviético en su área de influencia, la emergencia de nuevos regímenes leninistas a consecuencia de él y de la lucha de los partidos de la KomIntern en 1941-45, el progreso de la industrialización internacional, pese a todo, las tensiones coloniales y postcoloniales (raciales)… casi todo animaba a nuevos análisis. El trotskismo se va quedando progresivamente pequeño y, así, se separan de él autores como el sinólogo húngaro-francés István (o Étienne) Balázs, que publica en 1947 Qui succédera au capitalisme? o figuras como Cornelius Castoriadis o Claude Lefort, en torno a los cuales surge en Francia la revista Socialismo o barbarie, que aglutinará este nuevo marxismo humanista.

Entre medias (1946), Pannekoek publica Los consejos obreros, posiblemente la obra más contundente, pese a su brevedad, en cuanto a marxismo no dirigista. El astrónomo defiende las asambleas de trabajadores coordinadas en consejos o soviets como poder proletario emergente opuesto al Estado burgués y su capacidad para generalizarse hasta abarcar toda la sociedad (un poder que se vuelve absoluto, una dictadura, pero dictadura que, al completarse, hace desaparecer al estado), de modo que la dictadura del proletariado no es una dictadura transitoria de una camarilla que aspira al comunismo, sino una condición que aboliría la sociedad de clases al organizar a toda la clase trabajadora y obligar a la burguesía a integrarse como personas y desaparecer como clase o intentar una guerra en vano.

A la vez, la internacional trotskista o IV Internacional, ya sin su principal líder y con cada vez menos que perder, se permite, ya bajo el liderazgo de personas como Natalia Sedova-Trotskiy, girar a la izquierda y acercarse a este tipo de posiciones. La invasión de Hungría (1956), como después la de Checoslovaquia (1968), no harán más que reafirmar, cada vez más a la desesperada, esta necesidad de un comunismo humanista y, en última instancia, libertario: el profesor francés Henri Lefebvre (coautor en 1958 de El romanticismo revolucionario) influye a, y confluye con, la constelación de grupos (COBRA, Internacional Letrista) de donde saldrá la Internacional Situacionista; exiliados españoles vinculados al POUM como Pelai Pagès (Víctor Alba), Albert Masó (Vega) o el mexicano-español Manuel Fernández-Grandizo Martínez (Grandizo Munis) consiguen mantener el debate en esta difusa corriente internacional y la agitación intelectual llegará a concretarse en proyectos como el fugaz Fomento Obrero Revolucionario (Munis y Péret, entre otras) y su boletín Alarma o la llamada Tendencia Johnson-Forest en EEUU. Esta última, en torno a C. L. R. James (J. R. Johnson) y Raya Dunayevskaya (Freddie Forest), antes vinculadas a la corriente de James Burnham y Max Schachtman, publica Correspondence y News and Letters («Noticias y cartas»).

También entre estadounidenses, británicas, sudafricanas –a menudo, exiliadas– y alemanas del oeste se configura una corriente donde conviven promiscuamente consejistas, socialdemócratas de izquierda, trotskistas (Murray Bookchin, en aquel entonces) y otros buscadores de esa tercera vía en el llamado MDC Movement for a Democracy of Content (Movimiento para una Democracia de/con Contenido), que tiene sus publicaciones en inglés y en alemán, Contemporary Issues y Dinge der Zeit, respectivamente. Esta corriente, de todos modos, tendrá puntos débiles como tender a evitar elementos de análisis típicamente marxistas como la lucha de clases, pero también aspectos notables en su época como haber logrado participar en, y alimentar, campañas como el boicot a los autobuses de Alexandra (Sudáfrica) en 1957 o preparar debates como el del consumismo y la escasez por venir.

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