¿Esos veganos quieren llevarnos a la ruina?

Por MrBrown
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Este mismo otoño, ocurría algo no muy novedoso: eran liberados unos tres mil faisanes de una granja de Macotera (Salamanca). Para mí -me permito hablar en singular, pues esto es, en cierto sentido, personal- era otra acción exitosa por la liberación animal de la que tenía noticia. Pero tuve noticia de ello por un conocido, al que tengo en buena estima, que es familiar de los criadores de faisanes en cuestión y que estaba más que furioso por la noticia y más que asombrado de saber que existía algo como el Frente de Liberación Animal. Ver algo así y ver la distancia de ideas entre ambos me hizo ver aún más la importancia de abordar esa misma distancia.

Creo que somos unas cuantas las que tenemos la impresión de que cada vez se habla más de veganismo, pero no tanto de liberación animal, que es el principal corazón del veganismo. En esta misma web lo hemos visto a veces: está claro que las antiespecistas aspiramos a acabar, entre otras cosas, con la ganadería y la pesca, pero no tan claro qué queremos a decir a quienes directa o indirectamente dependen de ellas y que, en su mayoría, pertenecen a nuestra misma clase, la clase oprimida.

¿Qué proponen las antiespecistas a quienes viven del especismo?

El antiespecismo explica a las personas especistas -y todas o casi todas lo hemos sido durante años y años- que los animales de otras especies son más cercanos a nosotros que a los demás seres vivos (vegetales, hongos, etc.) y que en ningún caso son cosas, lo que lleva a la necesidad de darles un status moral y jurídico que sea más cercano al nuestro, considerarles en función de lo que son y no de lo que nos parece hacer con ellos. Suscita resistencia que a una le pidan que se cuestione sus relaciones con los demás animales, cosa que implica, para empezar, nada menos que dejar de comer carne y pescado (algo así como una tragedia inconmensurable, a juzgar por algunas reacciones). Cuando se trata de una persona que vive de ello, la cosa va más lejos: le estamos llamando a renunciar a su sustento del momento, el cual, a menudo y para colmo, es un trabajo heredado en la familia, algo casi tan difícil de poner en duda como el lugar en que vive o el color de su pelo.

Partiendo del antiespecismo anarquista -que es el único que entendemos y defendemos-, nos encontramos con la dificultad de explicar a otras libertarias qué proponemos exactamente. Suponiendo que podamos y queramos seguir venciendo cada vez más resistencias o, como mínimo, que queramos hablar a quienes estén dispuestas a escucharnos, aunque no sepan si posicionarse con o contra nosotras, ¿qué queremos decirles?

En realidad, un sistema comunista libertario y no especista no sería tremendamente distinto de otras formas de entender el comunismo libertario tal como lo hacemos hoy (en lo que el anarquismo ha evolucionado hasta hoy: consciencia de los límites materiales y energéticos de la economía, de la falta de neutralidad del saber y de la técnología, etc.).

Est articulista entiende que la base sería el individuo soberano en el seno de una comunidad también soberana. Comunidades soberanas que seguramente tenderían a ser mucho más pequeñas que las grandes ciudades actuales: estas cubren superficies inmensas que obligan a recorrer distancias absurdas, con el consecuente gasto de tiempo x energía (cuanto menos de lo uno, más de lo otro) que responde a lo que el mercado empujó a hacer a nuestros antepasados (emigrar a la ciudad, hacerla crecer, desarrollar medios de transporte rápidos) que a algún tipo de necesidad. Tampoco vemos cómo se podría creer una verdadera comunidad, con verdaderos lazos humanos, entre cientos de miles o millones de desconocidos. Hablamos de soberanía política para tomar decisiones, pero también de soberanía alimentaria y, en definitiva, económica: cada comunidad tendría que compensar los límites de lo que se encuentre en su territorio y trocar con otras, lo más cercanas que sea posible, aquello que les sobrase por aquello que les faltase. Y hablamos de una economía sin salario, con altísima rotación en las tareas y poca especialización (no cualquiera vale para cirujano, pero la mayoría de trabajos requieren una cualificación escasa o adquirida mediante la práctica) sin apenas servicios y cuya industria y construcción probablemente se basaría antes en la reparación de lo ya fabricado o construido que en la fabricación o construcción de cosas nuevas. De todos modos, el pricipal sector probablemente volvería a ser el primario, en este caso, en forma de agricultura y recolección. En el estado de devastación al que la agroindustria ha llevado al suelo (mención especial para la forrajera, la destinada al consumo de ganado para que sea, a su vez, consumido por nosotras) la desurbanización mencionada es especialmente importante: todo el suelo y toda la vegetación son pocas para intentar dejar a los ecosistemas reponerse del maltrato al que han sido sometidos. En este sentido, no sólo el respeto por los demás animales nos pone contra la ganadería, la preocupación por el envenenamiento del suelo por los purines nos pone contra la ganadería intensiva y especializada desde ya (comparemos la cantidad de cerdos que viven en una granja media y el territorio que ocupan: hablamos de fincas básicamente regadas con el orín de los cochinos, cosa que se reproduce a gran escala en zonas de Segovia o del interior de Catalunya, sin ir más lejos).

La agricultura sería fundamental, pero no podrá ser la de hoy día, no por mucho tiempo. El mercado ha empujado a la agricultura al envenenamiento generalizado mediante pesticidas y a los monocultivos que empobrecen el suelo y convierten algunas plagas en catástrofes, sería conveniente que la agricultura se fuera emancipando de esos lastres y tendiera a la rotación en función de lo que las diferentes especies hacen a cada suelo (y del suelo en sí: no todas las tierras sirven para el regadío, asumámoslo). En todo caso, la recolección iría de la mano de la agricultura. Muchas especies comestibles de plantas y hongos se pueden encontrar de manera salvaje y podrían consumirse de manera razonable, como han hecho históricamente comunidades de todo tipo; de hecho, hoy día solemos consumir un puñado de especies particularmente interesantes, pero históricamente se han consumido unas siete mil especies vegetales (si consideramos todo el planeta) y la inmensa mayoría de las especies comestibles (más de treinta y cinco mil)  no son nada o casi nada comidas, si bien a veces se come una parte (frutos, por lo general) y se ignoran otras que pueden también ser comestibles (raíces, tallo, hojas).

¿Hoy día se puede avanzar algo en esta dirección?

Hoy día, siendo cuatro las anarquistas y antiespecistas y dos las que estamos por ambas cosas, por así decir, probablemente lo que se pueda avanzar sea poco tirando a casi nada, pero eso ya es más que nada. El trabajo, a día de hoy, podría seguir en paralelo (en el caso del antiespecismo, denunciar las industrias ganadera y pesquera, la experimentación en animales, la caza deportiva, etc.; en el caso del anarquismo, la inserción en el ámbito sindical, en el movimiento por la vivienda, grupos de apoyo mutuo, por la asistencia sanitaria universal, etc., aunque también la elaboración y difusión de consignas y planteamientos explícitamente anarquistas). No obstante, toda confluencia puede ayudar a tender puentes que harán falta, sea el apoyo a las plantillas en conflicto de empresas especistas (en este momento, en el caso de la región española, existe el de Servicarne) o la puesta en contexto de posiciones geopolíticas respecto de intereses industriales pesqueros y del expolio de caladeros (¿qué hacen pesqueros españoles en aguas marroquíes? ¿y en aguas que administra Marruecos, pero que son reivindicadas por la resistencia saharaui? ¿y qué hacen en aguas somalíes? ¿alguien cree que todo esto no tiene contrapartidas y repercusiones?), por poner dos ejemplos.

Más allá de esto, aumentar la inserción social de las anarquistas habrá de aumentar la (especialmente escasa) inserción social en el ámbito rural. En la medida en que el tejido social, incluido el apoyo mutuo material, haga menos acuciante la necesidad de dinero procedente de estas actividades, la presión capitalista se aflojará y, además, si bien no se les proporcionaría un apoyo en un sentido proteccionista en que se suele pensar (mayores, ni siquiera, iguales subvenciones supraestatales o estatales) menos aún se haría esto con quienes les hacen la competencia desde la gran industria intensiva. Si conseguimos una presencia relevante entre asalariadas y pequeñas propietarias de estos sectores, tendrán que saber que no queremos dejarlas tiradas, sino facilitarles y acompañarles en algo que entendemos necesario antes o después: el desmantelamiento y reconversión de sus actividades a la agricultura, recolección, reforestación y demás.

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