Islam, democracia y ultraislamismo: lo que no quisimos aprender en Chechenia

Por MrBrown
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Con la guerra en Siria, se habla intermitentemente de Rusia como potencia que no se resigna a dejar de serlo. Hay incluso quienes, llevando el antiimperialismo por religión más que por posicionamiento moral y político, quieren ver en ella una esperanza en forma de contrapeso al eje Washington-Tel-Aviv (pero ¿alguien ve Burger King como un contrapeso a McDonald’s?). Esto va en alguna ocasión de la mano de alusiones a los miembros chechenos de la oposición yihadista al régimen sirio, pero a los menores de treinta años esto de Chechenia no parece sonarles mucho –ni a los mayores importarles–. Si hay una región con motivos para recordar la historia reciente de Chechenia, probablemente sea la española, pero, teniendo en cuenta el desinterés de nuestras paisanas por la historia del suelo que pisan, esperar nuestro interés por ese pequeño país del Cáucaso sería mucho esperar.

Cheche… ¿qué?

Imaginad un estado de una superficie como la mitad de Cataluña o el doble de la provincia de Madrid que en la década de 1990 tenía un millón de habitantes. Imaginad el resto de la Federación Rusa, mil veces más grande –literalmente– y ciento cincuenta veces más poblada. Imaginad las ganas que tenían las chechenas, un pueblo de pequeñas campesinas y ganaderas mayoritariamente musulmanas, de ser anexionadas por Rusia en el siglo XIX, teniendo en cuenta que la invasión empezó en 1819 y no pudo completarse hasta entrada la década de 1860. Imaginad un bandolerismo nacionalista –supervivencia armada contra el Estado que ha usurpado su soberanía y contra los colonos y colaboracionistas que han usurpado sus mejores tierras– que entroncará con todos los levantamientos nacionalistas posteriores. Imaginad que con la revolución bolchevique hay una fuerte esperanza en el colectivismo, pero también cierta desconfianza por el origen de ese colectivismo: mayoritariamente de fuera, de las grandes ciudades eslavas, industrializadoras y desconocedoras de la idiosincrasia chechena. Imaginad una integración en la URSS más tolerada a desgana que acompañada con entusiasmo y uno de cuyos principales valedores, Mirsaid Sultan-Galiev (representante musulmán en el Comisariado popular para las nacionalidades, presidido por Stalin, encargado de la estrategia para llevar el leninismo a la comunidad musulmana), sería depurado en 1923, detenido en 1923, 1928-1931 y 1937-1940 y fusilado en este último año. Imaginad tensiones crecientes bajo el liderazgo de Stalin, desengaño ante la promesa incumplida de un mayor autogobierno, persecución de los líderes informales de la comunidad y de los líderes religiosos. Imaginad a toda la población chechena evacuada a la fuerza a Qazaqstán y Siberia en el invierno de 1944 (todavía se debate si el pueblo de Jaibaj fue deliberadamente borrado del mapa o la muerte de sus setecientas habitantes fue un cúmulo de torpezas y desgracias), acusada de traición colectiva por la supuesta intención de algunos de sus líderes de colaborar con el nazismo. Imaginad a esa población, como la armenia de Turquía en la primera guerra mundial, diezmada por la deportación: por sus condiciones y por el asesinato de quienes se resistían, imaginadla recibida en su destino como una horda de reos filonazis y autorizada a volver a su tierra sólo con la desestalinización. Imaginad un retorno a la normalidad considerado una amnistía de esa traición colectiva que las chechenas y otras minorías habrían cometido durante la «gran guerra patria»: sin reconocimiento del crimen sufrido, sin repatriación organizada, sin derecho a volver a sus casas y tierras más que comprándolas, inhabilitadas para algunos trabajos y funciones públicas, teniendo que padecer cuatro días de pogrom anticaucásico en 1958. Imaginad otros treinta y cinco años de integración a desgana.

Más recientemente.

Con el fin de la URSS y en paralelo a otras partes de la Unión, varias cosas se constatan en Chechenia: existen líderes del viejo sistema que quieren encabezar una nueva etapa (empezando por el capitán de aviación D. Dudaiev y A. Masjadov, en el caso checheno), el sistema no ha permeado tanto como cabría pensar las mentalidades de la población indígena (cuya identidad está marcada, sobre todo, por hasta siete círculos de entramado social en red, de la familia nuclear al país, pasando por el clan, etc. y antes por la región norcaucásica que por el nacional-cosmopolitismo de la URSS/Rusia) y se dice que las redes de la economía informal –contrabando, tráfico, etc., históricamente vinculados al bandolerismo nacionalista, los abrek– están generando, junto al renacer nacionalista, un submundo capaz de convertirse en un equivalente checheno de la mafia siciliana, al calor del recién llegado liberalismo (la obshina o «comunidad», supuestamente creada por chechenos de Moscú con lazos en su tierra).

El 6 de septiembre de 1991, Chechenia se declara independiente y se encuentra con una actitud de no-reconocimiento y no-agresión por parte de la URSS, a la que quedan menos de cuatro meses de vida. En los años que siguen, se extienden por la ex-URSS los rumores que subrayan esa idea de la mafia nacionalista y los que dicen que la población de habla rusa estaría siendo progresivamente marginada, acosada y extorsionada por la mayoría chechena y viéndose forzada a un exilio cada vez mayor. No hay datos que lo demuestren, pero sí parece que hubo emigración rusohablante, como en otras partes de la ex-Unión, y que tuvo que ver con la desindustrialización y el paro que provocó, pero también mucho con la (in)seguridad: la transición de la URSS a la Chechenia independiente no estuvo muy organizada, lo cual significó, en lo represivo, que, cuando no existían esos lazos sociales tradicionales –es decir, sobre todo para población rusohablante y urbanita–, ser víctima de un delito era mucho más fácil. También se habla de chechenos que habrían combatido al ejército rojo en Afganistán, junto a los muŷahidin más o menos islamistas de medio mundo, algunos de los cuales, a su vez, habrían combatido después con Azerbaiyán contra los independentistas proarmenios del Alto Karabaj y contra Yugoslavia y Croacia en Bosnia.

Esta situación con respecto a la Federación Rusa prosigue hasta que, en diciembre de 1994, la Federación lanza una guerra que se revelará infructuosa y concluirá, en el verano de 1996, con el acuerdo de paz de Jasav-Yurt y la salida del ejército ruso de Chechenia.

Habían muerto entre setenta y tres mil y noventa mil mil chechenas (entre ellas, el presidente Dudaiev, al que mató un misil ruso) y más de cinco mil rusas, pero se ganó la guerra y se ganó la paz.

Desinterés internacional.

Decíamos que sólo la F. Rusa se interesó por Chechenia, para intentar invadirla, concretamente, así que, en tiempos de paz, nadie se interesó por el pequeño país norcaucásico.
¿Nadie? En realidad, hay un estado al que parece interesar cualquier país de mayoría musulmana e incluso la comunidad musulmana de cualquier país: Arabia Saudí. Explicar la historia de dicho país sería extenso y desbordaría tanto este artículo como nuestra capacidad, así que nos centraremos en señalar lo más importante y reciente. Arabia Saudí, monarquía absoluta que hasta en su nombre lleva la preponderancia de la familia real, los Saud, es un importante aliado regional de EEUU y su bloque por al menos dos motivos: 1) es el mayor productor mundial de petróleo y 2) no sólo no representa un modelo político próximo-oriental alternativo a Israel, sino que lleva desde 1967 sin atacar a dicho país, pese a que no ha dejado de ocupar los dos islotes que Arabia Saudía tenía junto al golfo de Aqaba. Además, esta petromonarquía se sitúa en la interpretación wahhabita del Islam, una rama reciente (siglo XVIII) con una visión taqfirista (sectaria), misántropa y violenta de la religión que sólo comparten Qatar y uno de los Emiratos Árabes Unidos y que Arabia Saudí ha intentado exportar con la ayuda del abundante capital que genera su petróleo.

Si en 1952-1970 su gran enemigo fue el nasserismo, laico y panarabista, desde 1979 es el Irán de los ayatollahs. En primer lugar, por sus respectivos roles en la tradición musulmana (islam sunní contra islam shií), pero, sobre todo, por el carácter del régimen iraní, menos clasista y más basado en la idea de la soberanía popular y por su capacidad para influir en países con exponentes de ambas comunidades como Iraq o, más aún, el Líbano, donde los admiradores del Irán reciente (Hezbollah) se han ido convirtiendo en un referente realmente nacional y antisionista mientras Arabia Saudí, que promueve el odio a toda la comunidad judía sin dejar por ello de convivir pacíficamente con el sionismo, financia a todo el campo contrario, desde la derecha cristiana hasta los yihadistas. El enfrentamiento, decíamos, empieza con la revolución de 1979, que es también el año en que la CIA aprueba apoyar (armas, instrucción, etc.) a los taliban mientras Arabia Saudí los adoctrina en lo religioso-político, todo ello en paralelo la construcción del aparato propagandístico wahhabita. En 1978 fundan el periódico Ash-Sharq al-Awsat, en 1988 compran el veterano Al-Hayat y en 1991 fundan con los EAU el grupo MBC (Middle East Broadcasting Corporation) que desde 2003 incluye la cadena de informativos 24 h/día por satélite Al-Arabiyya, competidora directa de la qatarí Al-Jazeera (en aquel entonces, una prestigiosa televisión). Ofrecen en sus universidades una formación que permite a los teólogos de cualquier país volver a a él explicando las bondades del wahhabismo y proliferan también las mezquitas financiadas por aquel estado, con imanes seleccionados por ellos, y, desde la década de 1990, el sector más fanático se aseguraría de disponer de agentes en cada embajada saudí.

El 27 de enero de 1997 tienen lugar las últimas elecciones normales en Chechenia hasta la fecha. Decimos que fueron normales en cuanto a que no tenían lugar bajo ocupación, pero hablamos de unas elecciones medio año después de una guerra en la que ocho o nueve de cada cien habitantes han muerto y otras muchas miles se han ido del país o siguen desplazadas en su interior, y en las que las candidatas prorrusas no están permitidas. Dentro de esos condicionantes, los resultados son claros: el primer ministro Masjadov recibe el 59% de los votos y el militar Shamil Basaiev (el más destacado de esos muŷahidin que mencionábamos), el 23,5%, dejando menos del 18% para todos los demás candidatos, incluido el jefe de estado en funciones, Iandarbiyev.

En la Federación Rusa, como en el resto de la antigua URSS, florece el libre mercado y, con él, proliferan la opulencia y la pobreza, el paro y la economía informal, incluida una vasta red de crimen organizado. No está clara la relación entre las autoridades y este mundo, pero huelga decir que nadie tiene más facilidades para ejercerlo o encubrirlo que quienes disponen de poder institucional. En torno a la primera guerra chechena, como pasaría en la segunda, abundan las historias sobre militares rusos que habrían aprovechado el ser enviados a Chechenia para todo tipo de negocios y contrabandos (empezando por el de petróleo, abundante para la pequeña superficie del país). De hecho, si bien hemos mencionado a la supuesta obshina, en la Rusia postsoviética se habla de todo tipo de mafias, con mayor o menor componente étnico, y de la consolidación como estado dentro del Estado, como Estado profundo, de los llamados siloviki: funcionarios militares, policiales y del FSB (Servicio Federal de Seguridad, ex-KGB) capaces de comprar o coaccionar políticos electos, jueces o periodistas. Abundando en esto, entre 1998 y 1999, los agentes de una unidad especial del FSB salen a la luz para denunciar que se les está encargando, aseguran, que intimiden o asesinen a personajes que molestan a sus superiores mientras se normaliza el que ellos (los agentes secretos) ganen dinero extorsionando a pequeños empresarios.
En paralelo, la proliferación de armas favorecida por la primera guerra facilita la proliferación de delitos, especialmente de secuestros y atracos y la presión de un lobby integrista minoritario en la calle, pero bien situado en las instituciones –empezando por el propagandista Movadi Uduglov y por Shamil Basaiev– consigue que en febrero de 1999, Masjadov quiera proclamar Chechenia república islámica e implementar la ley islámica. Un intento de desarmar a ese lobby integrista que no ayudaba a la credibilidad internacional de la pequeña república y obligaba al parlamento a desautorizarle.

Entre el 4 y el 22 de septiembre de 1999, poco después de un ataque a Daguestán dirigido por Basaiev y a meses de las elecciones presidenciales en que el heredero político de Ieltsin será Vladimir Putin, ministro de Defensa, estallan bombas en edificios de viviendas de Moscú y otras ciudades rusas, con 293 personas muertas y más de mil heridas. Desde el FSB apuntan al Cáucaso norte y suenan tambores de guerra: hay que invadir Chechenia de nuevo.

El agente M. Trepashkin, también del FSB, encuentra indicios de que los atentados de septiembre podrían ser obra del propio FSB, pero no es escuchado y pronto será apartado del caso y del Servicio y, cuando colabore como abogado con las familias de las víctimas, será acusado de distintos delitos con tal de quitarlo de en medio. Dos cosas han cambiado: Rusia no quiere empantanarse como en ocasiones precedentes o como EEUU en Vietnam y no está asegurada la sucesión de Ieltsin por Putin, encarnación de los siloviki como ex-agente del KGB y el FSB que es. Así pues, Putin ganará la mayor parte de sus galones electorales capitaneando esta guerra que se basará aún más en destrozar moral y materialmente a las chechenas: si la especialidad chechena es la guerra de guerrillas (apoyo popular, conocimiento del medio y explotación de las debilidades del invasor), Rusia les dará el triple de tropa que atacar (140.000 efectivos) y, sobre todo, precedida y acompañada de mucha más artillería.

Padre, en tus manos nos encomendamos.

A finales de diciembre, la Federación Rusa toma el control de Grozni (ruinas y poco más) y, en mayo de 2000, restablece oficialmente el gobierno directo sobre la pequeña república caucásica. Unas ciento veinte mil de sus habitantes habían muerto en esta segunda guerra, había casi un soldado ocupante por cada tres ocupadas y el parlamento checheno pasaba a la clandestinidad.

Desde 2000, esas serían las opciones. El único interés internacional fue el proselitismo ultra de Arabia Saudí y la implicación de Turquía (recordémoslo: socia de la OTAN, aliada euro-estadounidense) como principal país de asilo de exiliadas chechenas y principal suministrador de contratas para la reconstrucción del país. Para colmo, esas contratas se hicieron sobre todo con mano de obra turca, por lo que apenas revirtió en puestos de trabajo para la población chechena. De cada cinco chechenas, sólo una tiene trabajo a tiempo completo.

Ante la integración de la gran mayoría en ese régimen de ocupación y la actuación, cada vez mayor, de las colaboracionistas kadirovistas en la represión (secuestros, asesinatos, saqueos), la minoría resistente, muchas de cuyas integrantes habían perdido a familiares y cercanas en las dos guerras, dieron por perdida la república chechena y, encontrando alguna solidaridad en las otras etnias norcaucásicas de mayoría musulmana (daguestaníes, cherkeses, avaras, kabardinas, etc.) abandonaron su religiosidad tradicional –generalmente sufí– y se echaron en brazos de esa otra importada del golfo Pérsico, extrema y extremista. Masjadov había muerto en combate en 2005 y su sucesor, Abdul-Halim Sadulaiev, con un perfil político más religioso, buscó hacer frente común con otros grupos musulmanes anti-rusos del Cáucaso; murió en otra operación militar rusa en 2006. Su sucesor, Dokka Umarov, proclamaría el Emirato del Cáucaso Norte en 2007, encomendándose a Dios y dando por muerta la república chechena y la mera noción de soberanía nacional; se llevaba consigo a la mayor parte de combatientes. La mayoría de la población que no ha muerto en las guerras ni elegido la emigración ha tenido que elegir entre la integración en el régimen kadirovista o en la insurgencia yihadista (recientemente dividida, a su vez, entre este emirato o el califato de Raqqa). Las noticias de la verdadera Resistencia chechena, sea del parlamento clandestino o de los pocos boivikii (combatientes no yihadistas) que quedan, son escasas y confusas, y ni siquiera tenemos constancia de otras formas de resistencia al invasor.

Lo que no quisimos aprender.

Igual que España fue abandonada en 1939, igual que lo fue después Palestina, así lo fue Chechenia (como después le llegaría el turno a Iraq). No hubo derecho internacional que valiera, no hubo más ley que la ley del más fuerte. Síndrome de Estocolmo colectivo, la población española, en general, aceptó el régimen del vencedor o las opciones disidentes que querían pactar con él. En Palestina, donde la integración en el régimen enemigo no se ha conseguido normalizar, se ha torpedeado desde Israel y desde la llamada «comunidad internacional» (EEUU y amigos, ante todo) a la Resistencia y, al macerarse esta –mayoritariamente laica– en sus errores, crímenes y contradicciones, se ha conseguido favorecer el auge de un integrismo de importación que ya es electoralmente mayoritario en Gaza y se ve pujante en Cisjordania. (En la foto, el líder pactista de la Autoridad Nacional Palestina, Mahmud Abbas, con el presidente colaboracionista checheno, Ramzan Kadirov.) Para algunos aprendices de brujo, Hamas es algo que se les ha ido de las manos y que, para colmo, no deja de ser una organización nacional que realmente responde antes a las claves de la política palestina que a la nostalgia de los tiempos del profeta Muhammad.

Con Chechenia, la cosa ha salido mejor. No hay, que sepamos, un equivalente checheno de Hamas, no digamos un equivalente de lo que en su día fueron el FPLP y demás. La internacional del liberalismo, donde sólo algunas han usado a Chechenia como arma antirrusa por simpatía atlantista, en general la olvidó. La internacional de la nostalgia stalinista también la olvidó y algunas de sus exponentes, desamparadas con el desmorone de cualquier régimen que les sirviera de faro en las últimas décadas, obsesionadas con la geopolítica y los estados-nación (daría para varios artículos la convergencia de algunas, en el nacionalismo y el complotismo, con la ultraderecha) ahora la considera un símbolo del mal menor ruso frente al yihadismo y a su protector, el mal mayor yanqui-sionista, el único imperialismo que su visión sesgada le permite ver. Da igual si Lenin se apoyó en el imperialismo alemán para volver a Rusia, da igual si la URSS pactó con la Alemania nazi incluso la entrega de refugiadas antifascistas, da igual su ataque a Finlandia (1939-40), su invasión de Estonia, Letonia y Lituania (1940), sus posteriores pactos con EEUU y Reino Unido en la segunda guerra mundial o su injerencia en los países ocupados (1945-55) de Europa del este y central, así como sus invasiones de Hungría (1956) y Checoslovaquia (1968), da igual la guerra sino-soviética de 1969, el ataque chino a Vietnam (1979) o su apoyo a las milicias antivietnamitas en Camboya (Jmeres Rojos) y Laos (Frente de Liberación Nacional Lao), que para ellas no hubo imperialismos ni intervencionismos soviético ni chino, no lo puede haber ruso y, si lo puede haber turco o puede haber expansionismo wahhabita, es sólo dentro del imperialismo estadounidense.

No podemos evitar detenernos en este tema, y hacerlo tanto, porque es un problema recurrente y que parece irresoluble: no basta con abordar un problema, hay que desarmar esas trampas que son las falsas soluciones. Si ya sabíamos que poca cosa se podía esperar del liberalismo o de las distintas capillas de la ultraderecha –donde, en esto, como en el Donbass o en Palestina, hay posiciones para todos los gustos–, esperábamos que al menos las que se llaman a sí mismas marxistas-leninistas hicieran el mínimo esfuerzo de intentar ser materialistas y partir de los hechos para llegar luego a las valoraciones, en lugar de establecer valoraciones primero y tratar luego a los hechos consecuentemente, como algunas, nos tememos, hacen. Afortunadamente, no es el caso de todas, pero con algunas sí vemos cómo la historia se repite y el pueblo de turno (españolas, chechenas, kurdas… poco importa) es acusada y condenada de estar en el lado que no debían de esa frontera que separa a las buenas de las malas en el imaginario mundo bipolar.

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