La amistad, cimiento de la anarquía

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Si el ideario y pensamiento ácrata son algo del todo desconocido por ti, entonces representarás la anarquía inequívocamente como sinónimo de desorden, caos, violencia, confrontación, libertinaje, revuelta espuria, fratricidio, confabulación armada, revolución sanguinolenta, etc., y aducirás, pues, que no es sólo una utopía romántica, sino que representa una lacra en las historia de los movimientos políticos y sociales; pero si ya has bebido de su filosofía, y si has conseguido aprehender lo mismo que yo tras un breve estudio de ésta, sabrás que la Idea está ligada a otra noción bien distinta, que nada tiene que ver con los adjetivos antes dados, a saber: la amistad.

Pero ¿por qué la amistad, por qué esa relevancia? Porque todo el edificio antiautoritario, si así se le quiere llamar, se asienta sobre esta noción: es su piedra angular, su cimiento, sin la cual las demás ideas capitales no tienen sentido alguno. Si la libertad es imposible sin la igualdad, podemos decir con la misma verdad que la igualdad es imposible sin la amistad, es decir, sin la fraternidad. En este sentido, la amistad no es sino la reciprocidad que sólo se puede dar entre iguales; porque si no fuera así, devendría en tiranía o en limosna, que vienen a ser la misma cosa. ¿O es que podría desarrollarse acaso la noción de igualdad sin la de amistad? Veremos que no, pero antes adentrémonos fugazmente en el desarrollo teórico y práctico que ha tenido esta idea, sobre todo, en los inicios del desenvolvimiento del querer y del hacer anarquista, esto es, en los inicios de su teoría y de su práctica.

Así, dirigiéndonos en primer lugar a lo teórico, ya podemos vislumbrar esta alabanza y esta exhortación a la amistad, a la reciprocidad, al bien mutuo y a la proporcionalidad en el libro, por decirlo de algún modo, iniciático al anarquismo en Europa [1]; me refiero, por supuesto, al más que conocido ¿Qué es la propiedad?o una investigación acerca del principio del derecho y del gobierno, del escritor y pensador francés Pedro José Proudhon, publicado en 1840. En éste, Proudhon afirma cosas como ésta:

«Entiendo aquí por equidad lo que los latinos llamaban humanitas, es decir, la especie de sociabilidad que es propia del hombre. La humanidad suave y afable para con todos, sabe distinguir sin causar injuria, los rangos, las virtudes y capacidades: es la justicia distributiva de la simpatía social y del amor universal» o «La amistad es precioso en el corazón de los hijos de los hombres».

Tampoco se puede olvidar, claro está, a Kropotkin, que en su libro El apoyo mutuo sistematiza y reafirma argumentalmente este principio bosquejado con levedad por Proudhon; de tal manera, afirma lo siguiente:

«Pero la sociedad, en la humanidad, de ningún modo le ha creado sobre el amor ni tampoco sobre la simpatía. Se ha creado sobre la conciencia -aunque sea instintiva- de la solidaridad humana y de la dependencia recíproca de los hombres».

Nuevamente, permanece latente esa reciprocidad y proporcionalidad del individuo para con el resto de la sociedad. O cuando, el mismo autor, afirma lo siguiente en Las prisiones:

«La fraternidad humana y la libertad son los únicos correctivos que hay que oponer a las enfermedades del organismo humano que conducen a lo que se llama crimen».

Para finalizar, como corolario, considero primordial esta frase de Malatesta, según la cual:

«Todos somos egoístas, todos buscamos la satisfacción propia. Pero el anarquista encuentra su mayor satisfacción en la lucha por el bien de todos, por el logro de una sociedad en la que pueda ser un hermano entre hermano […]».

Por ello que quizá, como dicen algunos compañeros, un anarquista no es más que un egoísta solidario, por muy contradictorio que pueda sonar. Pero no es así, ese egoísmo se ha de entender en un sentido lato, casi tautológico, tal como se lo daba el filósofo Max Stirner.

En mi pretensión de escribir un pequeño artículo pedagógico, evidentemente, no puedo ejemplarizar muchas más citas teóricas, pero creo que las que dejo dan buena idea de lo sustantivo del asunto.

Por otro lado, en el plano fáctico, tenemos la solidaridad desplegada por los obreros y campesinos en todo momento desde el mismo inicio de la Revolución industrial y, por tanto, desde los primeros pasos del movimiento obrero. Esta solidaridad, surgida en un principio más del instinto empático que de una teoría socialista asentada, era constante, por ejemplo, entre los obreros que cohabitaban barracas en los barrios, si es que se les puede conferir tal apelativo, marginales que salpicaban los arrabales de los perímetros industriales y fabriles de las grandes ciudades del mundo allá por el siglo XIX Y XX, que es el tiempo de la génesis del anarquismo. De tal modo, nos habla Francisco Olaya Morales en su libro Historia del movimiento obrero español (siglo XIX) del surgimiento de las primeras mutualidades obreras en la primera mitad del siglo XIX, en las que los obreros constituían cajas de préstamo para los más acuciados económicamente, ayuda para dejar a los hijos en cuidado mientras sus padres y madres trabajaban en las fábricas, asistencia médica básica, e incluso alguna que otra institución de carácter cultural. Esto, que es la quintaesencia de la reciprocidad y de la fraternidad entre iguales, aunque parezca cosa baladí, llevó sangre, sudor y lágrimas el conseguirlo, ya que al Estado monárquico, y en especial a los patronos, no les hacía gracia alguna que se constituyeran instituciones netamente obreras. Después, claro está, por las continuas injerencias gubernativas, traiciones, triquiñuelas patronales, abusos de los mismos, etc., los obreros se fueron radicalizando tanto en su modo de actuar como en sus propuestas. (¡Y aun así, qué poco pedían y qué justas sus reivindicaciones!)

Para darle una perspectiva algo más internacional, también me gustaría rememorar la proeza de un militante anarcosindicalista japonés durante una huelga fabril [2], ya en el siglo XX, que se encaramó a una chimenea industrial de 30 metros de altura, plantando en la cima la bandera negra y negándose a descender mientras no se resolviera la situación de sus compañeros y compañeras. A los doce días del suceso, y una vez ganada la pugna, debieron subir a por él para ingresarlo en un hospital, pues el pobre hombre, como es de comprender, estaba totalmente extenuado física y mentalmente.

¡Ojalá tuviera el tiempo y el espacio necesario para describir una por una todas las proezas sindicales! ¡Qué prodigio el de la amistad!

A pesar de que estos acontecimientos han sido y son comunes a todo el movimiento obrero, en mi opinión, el anarquismo le confiere a la fraternidad una naturaleza especial, pues éste enfatiza en la horizontalidad entre iguales. ¿Puede existir acaso la igualdad en la verticalidad? No es algo que pretenda desarrollar, pero la respuesta más allegada a la razón parece decirnos que no.

Por último, a modo de curiosidad, no está de más saber que la palabra compañero, proveniente del latín compania; formado por los vocablos cum ‘con’ y panis ‘pan’, etimológicamente, hace referencia a ‘los que comparten el pan’.

¡Así que cuida bien a quién llamas compañero o compañera!

[1] Godwin parece plantearlo de un modo algo más difuso y no con tanta insistencia. Por otro lado, si bien es verdad que los socialistas utópicos ya enfatizaban en el compromiso social y en la equidad, no los caracterizaría como anarquistas.

[2] García, Víctor. Museishushugi: El anarquismo japonés.

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