¿La hipocresía de colarse en Transmilenio?

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Publicado originalmente en Junio del 2013.
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Dejémonos de hipocresías. Las cosas como son: el sistema de injusticia en el que vivimos no merece ninguna consideración. Resulta que ahora, debido al hambre que sufren millones de seres humanos y a la humillación a la que nos somete el orden en permanente “crisis”, el sistema saca a sus ideólogos baratos (disfrazados de periodistas) para mitigar lo que producen, que es la razón de su existencia.

De nuevo salen los pseudo-investigadores con argumentos simples y poco elaborados, atacando donde no es, todo con el fin de defender el estatus-quo y el ejemplo del “buen ciudadano”. Este texto nace de la indignación e ira al saber que la ley es, de nuevo, una herramienta de uso fácil para los de arriba, quienes para justificar su actuar llaman a sus medios de desinformación para llenar las ciudades, medios virtuales y mentes con argumentos que solo pretenden ocultar el trasfondo de las cosas.

No nos colamos porque sí, no es una cuestión de poner nuestra vida por debajo de la “pereza”, la “malicia” o las ganas de sentirse “el más vivo”. Sabemos que a veces la situación se torna absurda, al punto de colarse solamente por grabar un vídeo; pero por lo general existan razones más complejas. Muchas debemos escoger entre sacar copias para nuestros estudios o pagar por un sistema de transporte indigno e injusto, eso en el mejor de los casos, pero también sabemos que personas cercanas tienen que escoger entre no comer o 1.700 pesos. ¿Esto pasa? ¡SI!. Parece que ciertos periodistas no se han dado de cuenta donde viven, pues el aislamiento de la realidad social que producen los sectores acomodados y los edificios altos y pomposos les hacen olvidar que vivimos en Colombia. Razones sobran para decir porque la gente se tiene que colar (altas cifras de desempleo, inestabilidad laboral, malas condiciones de trabajo, desigualdad social, corrupción y un sinfín de elementos que hay que tener en cuenta), pero no es preciso profundizar en eso, simplemente salir, caminar y charlar en las calles del centro de las ciudades o en sus periferias.

Pero parece que los medios de incomunicación masivos no sólo ignoran la realidad social, sino que de hecho la niegan con frases estúpidas como “colarse por torniquete causa accidentes” (¿?) o “si transmilenio fuera gratis, se seguirían colando”… ya empezamos a ver por dónde va la cosa. Como ha dicho durante toda la historia por parte de ellas, la culpa de la desigualdad y la injusticia es de “la falta de educación de los pobres”, además de su “malicia indígena” (término que también tiene su trasfondo racista), pero parece que se les olvida la “malicia burguesa” de las multinacionales que nos roban la vida y los recursos, se les olvida la “falta de educación de los gobernantes nacionales” que regalan mano de obra a bajo costo y juegan con nuestra salud y dignidad. Obvio no nos colaríamos sí transmilenio fuera gratis, pero más que eso debe ser algo más: sí el transporte fuera digno, y ello involucra no solo dejar de ser sardinas enlatadas en un bus rojo, además es que el producto de su servicio sea retroalimentado a la sociedad en general y no a unos cuantos bolsillos. En ese sentido nos colaremos hasta que la transformación sea realidad.

Para los escritores de esos medios es válido hacer paralelos donde se cita la “cultura de pagar” que se tienen otros países, haciendo la salvedad de que son sistemas de transportes similares pero con condiciones socio-económicas completamente diferentes. Sin querer defender gobiernos de otras latitudes, es importante saber que la corrupción y la desigualdad impuesta aquí han adquirido niveles altísimos, diferentes a otros lugares. Entonces se peca de mala fe con estos paralelos. ¿Cómo no nos vamos a colar, si desconfiamos de quienes son dueños del transmilenio?, nuestras vecinas, familiares y compañeras de estudio o trabajo lo hacen, sin necesidad de que lean teorías económicas avanzadas, pero sabiendo que la cantidad de dinero robado por medio de impuestos, impunidad y excesivas ganancias, se lo llevan otros, quienes por cierto tienen costosísimos carros y viajan en limusinas privadas, a costa de nuestra incomodidad y falta de derechos en transporte digno. La “cultural del pago” es un plan para naturalizar el descontento popular, para esta cultura es más indignante que una persona prefiera guardar $1700 para comer o estudiar a que un millonario ,con sus arcas llenas, quiera poseer siempre más dinero a costa de la esclavitud de otras.

Y ya que se toca la cuestión de los derechos que deberíamos tener como usuarios, no podemos pasar por alto que el sistema de transmilenio en Bogotá, al estar enmarcado en una de las burocracias más corruptas del mundo, sea de los más caros, indignos e inseguros de América latina. Vimos los años pasados que tras olas de manifestaciones pacificas, que terminaban siendo violentamente reprimidas no sin una respuesta de quienes están indignadas, las directivas deciden bajar el precio del tiquete en ciertas horas. Esto no hay que entenderlo como un regalo que nos dieron las de arriba, lo vemos una conquista que se lo logró a punta de movilización, y sabemos que aún falta y seguimos en ese mismo camino.

La prensa oficialista, no bastándole con insultarnos, nos pone al mismo nivel (o quizás peor) que el de los Nule o los Moreno, asegurando que las mismas razones que nos motivan a colarnos son las mismas que motivaron a estos avaros a sacarse buenas tajadas de dinero, aparte de lo legalmente permitido que de por sí ya es un robo. Quisiéramos ver que, por la tacañería, un ladrón de cuello blanco salte una puerta de transmilenio.

Pero en algo estamos de acuerdo con estos señores de los grandes periódicos: toca atacar más profundo, cambiar lo cultural. Buscamos atacar la cultura de la competencia, del odio, de la desigualdad, del conformismo y de la resignación, aunque no sea la misma idea a la que se refieren los grandes medios al decir que el “buen ciudadano” es quien pide sus derechos de manera “que no altere el orden” –para que le nieguen sus exigencias- y al otro día vuelva y pague su pasaje, hacer lo que en la escuela llaman “lo correcto”. Lo importante, para ellas, no es que transmilenio se digne a dar un buen servicio, sino que el dinero siga llegando diariamente, si eso es así, todo está bien en la lógica de lo antilógico.

Todo lo anterior nos lleva a una serie de reflexiones más profundas. La prensa oficialista está al servicio de los bolsillos de los empresarios y gobernantes, nunca mira más allá de las cortinas de humo y termina por justificar la desigualdad legalmente impuesta, y así seguimos en lo mismo de siempre: atacan a las hambreadas pero no al hambre, niegan la lucha de clases porque son dueños de quienes cuentan la versión de la realidad. En esa misma dirección, para la no sorpresa nuestra, las leyes están hechas para blindar el bolsillo de los explotadores, obligando al explotado a seguir dejando su dignidad y vida en largas jornadas de trabajo, en oportunidades de educación perdidas o en una tarjeta electrónica, ejemplo de ello es la forma más “correcta” que encuentra el aparato estatal para controlar a quienes se colan, que en su mayoría no tienen dinero pues no se colarían, exigiéndoles más de medio millón de pesos como retribución por “robar” $1.700, y para hacerlo sonar “humanitario” se dice que el objetivo último es “salvar vidas”, ¿No será salvar bolsillos?, bueno, suponiendo que las mismas personas que nos condenan a morir en las puertas de los hospitales quieren salvaguardar nuestra integridad física y se preocupan de que el 23% de las muertes anuales alrededor del mundo sean por accidentes de tránsito, parece no importarles que la gente fallezca por enfermedades producidas por alimentos tratados con transgénicos, por las guerras impuestas por la avaricia del petróleo, por el hambre y la sed, por la desigualdad social y por la violencia que nace de todo lo anterior, quizás todo ello sea más del 23%.

Pero para exigir nuestros derechos inmediatos como usuarios, llámense servicios más regulares, menos congestionados y más baratos, y teniendo en cuenta que todo va más allá, debemos seguir una serie de papeleos que probablemente no terminarán en nada al cabo de meses o años, papeleos que para castigar a quienes se colan y proteger los ingresos de parásitos si son rápidos, pues existe eso de “leyes express”, que se hacen en cuestión de días o semanas, donde los recursos materiales y humanos (vehículos de la policía, uniformados, cámaras, etc) están a disposición del capital privado a primera hora. Pero para terminar de hacerlo más orwelliano, cada peatón usuario del sistema debe convertirse en “veedor” del mismo, es decir, esta cultura del pago y el rechazo social a colarse garantizan que cada una de nosotras sea un potencial policía de las demás, imaginémonos cuanto se ahorraría transmilenio en celadoras.

Sabemos que muchas veces el acto de colarse lo hacen personas con bastante dinero, que lo hacen por diversión o por el deseo de adrenalina, como también hay casos absurdos donde jóvenes han muerto por no esperar un semáforo en rojo o teniendo varios pasajes en sus bolsillos, esto es también criticable. Somos conscientes de que nuestra vida no vale menos que $1.700, por eso cuando nos colamos lo hacemos con seguridad de no morir en el intento. Estamos de acuerdo con que es importante desarrollar conciencia social en nuestros barrios y centros de estudio, sin hacerle el juego al sistema de injusticia. Somos conscientes también que debemos dejar salir primero, cruzar el puente peatonal, utilizar los semáforos y caminar por la derecha, son cosas simples que ayudarían a mejorar muchas cosas, pero que quede claro que aquí lo importante y primordial es la transformación de las condiciones económicas, sociales y culturales que nos imponen los de arriba, luego de ello podremos hablar de un sistema digno de transporte, de educación, de salud, de producción… de vida.

En resumen, porque no tenemos salarios dignos y porque nos burlamos del poder, seguiremos colándonos: por la puerta, abriéndola o subiéndonos al primer articulado que se detenga; por torniquete, saltándolo o devolviéndolo… ¡Colémonos hasta que todo cambie!.

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