La lucha y la Estrella

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Es curioso ver como los propios movimientos de la izquierda anticapitalista -y dentro de estos la mayoría de grupos o colectivos que se podría decir que los forman- obvian de manera sistemática toda reflexión, crítica o polémica relacionada con el consumo, especialmente relacionada con el consumo de drogas y el consumo que llevamos a cabo en nuestros espacios y momentos de “ocio” (tanto haciendo referencia a los productos que consumimos como a los mismos espacios a los que vamos para consumirlos). Personalmente no me gusta hablar de momentos de ocio, ya que es perpetuar la división entre faena/ocio, trabajo/ocio, dando alas así al esquema que la propia dependencia y esclavitud del trabajo asalariado nos marca. Pero eso ya daría para otro artículo.

Si volvemos al tema del consumo, normalmente al consumo de drogas –incluyendo aquí evidentemente el alcohol- entramos en un terreno pantanoso que parece que conscientemente se quiera dejar de lado. Un debate que daría para mucho pero que ni tan siquiera hemos empezado a abrir. No son poco relevantes las consecuencias físicas que estas substancias conllevan y como afectan a las capacidades de los propios individuos, a los círculos sociales, familiares y de lucha. ¿Cuántas personas se han quedado por el camino directamente o indirectamente por el consumo de drogas? ¿Cuántas personas han abandonado la lucha y la implicación directa o indirectamente a causa de este consumo? Pero yendo más allá podemos encontrar muchísimas otras repercusiones negativas, que nos encasillan, que no nos dejan avanzar. ¿Cuántos espacios y causas son sustentados prácticamente de manera única gracias a la venta de estas sustancias? ¿No da para pensar la facilidad con que la mayoría de gente se gasta el dinero en tabaco, marihuana, alcohol y otras, y lo que les cuesta pagar por una camiseta antirepresiva, contribuir a un bote solidario, implicarse en un proyecto de productos “hazlo de mismx” o comprar un tíquet para una comida de un grupo autogestionado? Cada vez que vuelvo a ver cómo la gente pide latas de birra a la barra, mientras la hucha de resistencia o las paradas de fanzines, libros, ropa o música mueren por falta de recursos y por aburrimiento, se me agrieta alguna cosa dentro. Grietas que van haciendo un agujero cada vez más profundo y que llevan a plantearme, en consecuencia, muchas otras cosas de la resistencia, los ideales y de todas las personas que en teoría les damos vida. Y si aún damos un paso más, podemos debatir y analizar cómo, aunque llegásemos a considerar que anosotrxs y en nuestro espacio este consumo no nos afecta de esta forma, sí que inevitablemente deberíamos afrontar la parte de responsabilidad que tenemos al seguir perpetuándolo como parte indispensable de las relaciones sociales, de los momentos de “ocio”, de nuestras interacciones. ¿Qué es lo que estamos fomentando cuando vendemos/servimos alcohol por ejemplo? ¿Cuando decidimos gastarnos 3 euros en unas copas como forma de relacionarnos o quedar con lxs compañerxs?¿Cuando en un espacio liberado la mayoría de gente tiene en las manos una cerveza o un cigarrillo? ¿Qué es lo que poco a poco vamos interiorizando en nosotrxs mismxs y en las futuras generaciones que vendrán en los contextos de lucha y resistencia? Todas estas cuestiones y muchas otras son las que de forma cada vez más directa se me estampan en el cerebro. Las que ya no puedo hacer ver que no veo, ni puedo esconderlas más tiempo detrás de excusas y justificaciones, las que ya no puedo disimular más echándoles encima el aliento cargado de humo.

Pero creo que es difícil abordar este complejo tema, con el que la mayoría de gente se pone rápido a la defensiva, si ni tan siquiera se ha hecho el paso de cuestionar de donde viene ese alcohol que ingerimos, o el tabaco con el que nos liamos el canuto, o la mierda con la que nos destrozamos la nariz. Y es de eso de lo que me gustaría poder verter alguna cosa en estas líneas. Porqué el tema ya no es que los grupos de la izquierda anticapitalista no hagan crítica ni cuestionen como el consumo afecta a nivel individual, social, de grupo, de lucha, de saber construir alternativas… sino que tristemente ni tan siquiera se ha dado el primer paso, que haya un planteamiento de quien verdaderamente hay detrás, quien se enriquece, a qué estamos contribuyendo con todo eso que ingerimos, que vendemos, que forma parte de nuestros momentos y que tenemos prácticamente incorporado en nosotrxs mismxs.

Es paradoxal que Casales, Ateneos, sindicatos horizontales y otros colectivos que de manera directa atacan, combaten y tienen posiciones de confrontación –cada uno con sus matices y maneras de hacer- con el orden social establecido y el capitalismo que nos traga y devora, que en este tema se pase de puntillas, silenciosamente, casi como si no existiera. Seguramente el producto por excelencia que representa esta brutal incongruencia entre lo que defendemos y lo que después hacemos, es el alcohol. Y como ya he comentado no entraré ahora en hacer una crítica sobre su venta y su consumo. Sino que me centraré en el primer escalón del análisis de porqué cuesta tanto hacer un cambio en positivo, y que supuestamente, iría más concorde con lo que pensamos y por lo que luchamos. He podido observar incontables veces como las grandes marcas son las reinas de paraditas de sindicatos, de fiestas alternativas, de Casales de la izquierda independentista y de grupos varios de confrontación.Mientras que sobre papel y en nuestros lemas repudiamos multinacionales y marcas colonizadoras, explotadoras y expendedoras de miseria, cuando se trata de llevarlo a la práctica, sobre todo cuando se trata de ponerlo en práctica en nuestro ocio y consumo, le quitamos toda importancia, somos capaces de relativizarlo e incluso hacer mofa de los pocos grupos que por lo menos intentan no alimentar a los grandes monstruos que se han hecho con el control absoluto sobre todxs nosotrxs y han sabido acabar formando parte, curiosamente, tanto de los ambientes más selectos o institucionales, como de los ambientes más suburbanos o marginales.

Podemos encontrar la similitud con muchas personas que forman parte de grupos anticapitalistas o que ellas mismas se definen como tal, pero visten sin cuestionamiento pantalones o bambas adidas, nike o cualquier otra marca a la que se le tendría que vomitar encima. Y en la mayoría de veces no se trata de que aquella persona se haya encontrado unos pantalones, o un colega le haya regalado unos zapatos que no le van bien, sino que se compran enriqueciendo a los mismos poderes que después criticamos. Y se lucen hasta con orgullo. Pero incluso me pregunto, en los pocos casos en que realmente estos pantalones nos los hemos encontrado o han acabado en nuestras manos de formas casuales, si realmente tendríamos que ser un producto publicitario andante, trabajando gratis para estas asquerosas y asesinas empresas, mientras después decimos estar en contra de la explotación laboral, del imperialismo y de la destrucción del medio ambiente y de la tierra, entre muchas otras cosas. Pues lo mismo pasa –o aun peor- con el alcohol. Cuando vamos a manifestaciones con latas de xibeca compradas en el Mercadona, cuando hacemos comidas populares y ponemos sobre la mesa botellas de Coca Cola o cuando financiamos nuestros proyectos y espacios de resistencia con la venta de Estrella Damm (o otras grandes marcas corporativas) y vino cualquier supermercado que explota a sus trabajadrxs. Y es que en el caso del alcohol no es solo que nosotrxs consumamos estas marcas y por tanto hagamos publicidad cada vez que levantamos el codo, sino que encima las vendemos en nuestros espacios, las vendemos en las jornadas que nosotrxs mismxs organizamos, y las vendemos en los conciertos y espectáculos autogestionados y que intentan alejarse de las líneas convencionales y del consumo de masas.

Normalmente el debate es inexistente; ya ni tan siquiera se pone encima de la mesa el tema de porqué se está comprando Estrella Damm, Moritz, o qualquier otra. Y lo mismo podría aplicarse a los zumos, por ejemplo –si es que llegamos a ofrecerlos-. Ni tan siquiera se pregunta si hay alguna alternativa a comprarlos en cualquier supermercado, y de cualquier marca que llena botellitas con fruta de cámaras congeladas que viene de vete a saber dónde y añadiéndole toneladas de azúcar. O botellas de cristal conlúpulo cargado de pesticidas y agua contaminada del rio Llobregat, engordando aún más a la franquista familia Carceller. Las veces que se saca el tema las respuestas acostumbran a ser dos: decir que no hay alternativa, o decir que el cambio sería demasiado caro. En relación a la primera respuesta se puede estar de acuerdo en cierta parte. Encontrar bebidas de proximidad y fuera de las grandes multinacionales es más complicado. Pero no es imposible, ni tan siquiera diría que es muy difícil.

Especialmente por lo que hace a los productos alcohólicos cada vez es más fácil encontrarlos fuera de los engranajes habituales. Ya que dentro de los espacios “no oficiales”, dentro de los movimientos revolucionarios y de los grupos de lucha, la mayoría de personas hacen uso de las botellas –y no precisamente para lanzarlas contra la policía o los cristales de La Caixa-, también han nacido proyectos y opciones para adquirir alcohol. En relación a la segunda respuesta también decir que es cierta. Pero eso precisamente nos lleva, creo yo, a uno de los centros del debate, a uno de los pinchos más afilados que intentamos bordear para no pincharnos, pero que nunca nos atrevemos a quitar. Una botella de cerveza local, artesana, echa por una pequeña empresa o, aún mejor, por un grupo autogestionado, cooperativa o por algunos colegas en la casa que tienen en el pueblo, puede ser más cara. Pero es aquí donde debemos posicionarnos una vez más, como hacemos en muchos otros aspectos de nuestra vida, cuando tomamos decisiones que no dejan de ser política y declaraciones de principios. ¿Qué es lo que queremos? ¿Que la gente vaya a los espacios a emborracharse? ¿O lo que queremos es que sean y seamos conscientes de lo que hacemos, lo que tragamos, con qué y donde nos gastamos el dinero? Decir que si se vende esta clase de birra la gente no la va a comprar, es pensar y fomentar que las personas solo beban para emborracharse, para dejar en casa su consciencia o pisarla hasta enterrarla bajo el cemento. Por un lado estamos alimentando el circulo de que mejor vender y consumir mucho y barato, siendo una mierda, que vender y consumir menos pero de calidad, de la forma lo más coherente posible con lo que en la teoría pensamos. Es cierto que a menudo las personas prefieren tener en las manos todo el rato una lata llena, que comprar la mitad y degustar un producto con otra historia detrás, siendo conscientes de dónde va el dinero que sacan del bolsillo y volver a casa sin caerse por la calle. Pero precisamente esta cultura del alcohol como base para nuestras relaciones y fiestas, es con lo que deberíamos querer y poder ir rompiendo, aunque sea lentamente. Por otro lado, comentar que a veces el caro o barato son términos relativos y que van en función del valor personal que damos a cada cosa. Más de una vez he oído a alguien diciendo que “no se puede permitir” gastarse dos euros en una bebida local y casera, pero después veo que esta misma persona no parece tener problemas en dejarse 6o 8 euros tragando birras Estrella en la terraza de un bar pijo progre del centro un sábado por la tarde.

Personalmente, hasta que no empecé a plantearme toda una serie de cuestiones y a dejar de lado cervezas, porros y tabaco, no pude ver de manera fría como estaba de enganchada ya no solo a esas mierdas, sino a las relaciones basadas en esas mierdas. Hablando claro, me costaba estar dos horas sociabilizando con alguien sin tener entre las manos un vaso o un cigarro para ir llevándome a la boca. Y esto me condujo a ver lo poco libres que somos y la toxicidad en las formas con que nos relacionamos y llenamos nuestro tiempo. Creo que será difícil plantear un debate serio entorno al consumo de drogas, especialmente en nuestros espacios y en nuestros compañeros y compañeras de lucha, si ni tan siquiera nos queremos plantear qué estamos vendiendo, cómo lo estamos vendiendo y con qué finalidad. Abandonar las comodidades puede costar, pero sinceramente, si no somos capaces de renunciar a cosas como ir a llenar la nevera del local con latas del Spar, aún menos confió que podamos renunciar a privilegios más grandes que nos vienen dados, como los derivados del género o de nuestra piel blanca. O que seamos capaces de dejar de lado otras comodidades o maneras de hacer en pro de la lucha contra este sistema.

Diciembre 2016
Laia M.M.

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