La sociedad autoritaria como mito fundacional

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Se tiende a pensar que las sociedades humanas siempre han estado estructuradas de forma jerárquica; que siempre ha existido un elemento de autoridad vertical en cualquier grupo humano organizado de forma eficaz. El presente artículo pretende desmitificar el origen jerárquico de las comunidades humanas; un mito que impide la real emancipación de la especie humana.

En la actualidad, la gran mayoría de grupos humanos en el mundo están organizados de forma vertical, y esto ha sido así durante miles de años. La deriva en el tiempo de organizaciones verticales ha posibilitado la institucionalización profunda de estas jerarquías que, con el tiempo, se han naturalizado de tal forma que ya no se cuestionan. ¿Acaso alguien cuestiona la posibilidad de que mañana no salga el sol? De la misma forma, muchas personas no conciben la sociedad sin estar ésta organizada jerárquica y verticalmente (incluso ideologías como la marxista teorizan que las jerarquías humanas son inevitables en cualquier sociedad).

No obstante, numerosos estudios antropológicos han demostrado que la dominación entre seres humanos no es un elemento intrínseco ni natural. Dorothy Lee, estudiando el lenguaje de distintas comunidades nativas americanas, comprobó que algunas de ellas ,como la Wintu, carecían de verbos transitivos que denotaran posesión y dominación sobre personas y objetos. De esta forma, los Wintu no usaban verbos como “tener” o “poseer.” En este tipo de comunidades tribales no solamente las instituciones sociales (como la familia) eran igualitarias, sino que el mismo lenguaje también evitaba jerarquizar la vida social de las personas.

Uno de los rasgos característicos de estas comunidades humanas era el profundo respeto entre personas de la misma comunidad. Las personas se respetaban de igual a igual atendiendo a las diferencias materiales que pudieran existir. El antropólogo Paul Radin denominó esto como “el principio del mínimo irreductible.” Este principio aseguraba la existencia de cualquier persona en la comunidad independientemente de su aportación material al grupo; todas las personas tenían un derecho vital a vivir en la comunidad de forma digna, ya fueran personas ancianas, enfermas, o disminuídas. Como señala Murray Bookchin, en estas comunidades, conceptos como el de “igualdad” no tenían sentido porque no existía “desigualdad”, pues las asimetrías materiales (como una discapacidad de nacimiento) eran compensadas por la propia comunidad siguiendo el principio del mínimo irreductible.

Organizaciones sociales como las anteriormente mencionadas no son cosa exclusiva del pasado remoto; en la primera mitad del siglo XX se podían encontrar grupos de características similares en diversas partes del mundo. En estas comunidades, todos los individuos estaban altamente integrados en la vida política de la comunidad, y el grupo social se hacía cargo de aquellas personas que por varios motivos no pudieran ejercer su derecho a la vida. Además, no existían dinámicas coactivas, sino más bien persuasivas de tipo mágico o ritualístico, las cuales servían para mantener al grupo unido y reproducir las instituciones socioculturales.

De la misma forma, las primeras comunidades humanas si bien diferenciaban entre distintas tareas grupales (por ejemplo, las mujeres tendían a recolectar frutos mientras que los hombres cazaban), se ha probado que las relaciones sociales entre hombres y mujeres eran de igual a igual. La comunidad era un elemento orgánico y unitario: existía igualdad en la diferencia. Las personas ancianas eran respetadas por su sabiduría y experiencia vital; las mujeres organizaban la vida familiar y doméstica (de máxima importancia en un mundo sin vida “política-pública”); y los hombres aportaban seguridad frente a comunidades vecinas y se encargaban de la obtención de alimentos cárnicos (sin significar esto un estatus superior ni la existencia de una jerarquía social). Como vemos, el principio de justicia en estas comunidades igualitarias era muy diferente. Hoy en día se habla de “igualdad para todes”, sin embargo, las primeras comunidades humanas y muchas tribus hasta mediados del siglo XX se regían por un principio de “igualdad en la desigualdad.”

Estas primeras comunidades, además, se organizaban de manera igualitaria porque creían en la descendencia común, es decir: todas las personas de una comunidad provenían de unes antepasades comunes, y por ende, nadie era superior a nadie (al menos dentro de la comunidad). Sin embargo, la deriva social dio lugar en muchas comunidades a una incipiente jerarquización de la organización social. Las evidencias antropológicas apuntan primero al incremento del estatus social de les ancianes, les cuales institucionalizarían poco a poco una jerarquía basada en la edad (recordemos que en estas comunidades las personas ancianas, las voces de la experiencia, disfrutaban de un alto prestigio simbólico, por lo que sus sugerencias y recomendaciones eran normalmente escuchadas). De esta manera surgieron las gerontocracias, incluyendo mujeres y hombres.

Sin embargo, a medida que la jerarquía en base a la edad se asentaba, también lo hacía la jerarquía en base al sexo. Los hombres empezaron a adquirir mayor estatus social a medida que las comunidades crecían en número y se enfrentaban en el espacio físico. Los hombres, que siempre fueron los encargados de la vida “civil” o “pública” de las comunidades, empezaron a adquirir poder social para así poder lidiar con comunidades vecinas que amenazaran la existencia de la propia comunidad. Aun así, dentro de estas incipientes jerarquías la igualdad seguía siendo un elemento distintivo, pues si bien los patriarcas y las matriarcas eran elementos de poder, cualquiera podía adquirir ese mismo poder si vivía lo suficiente para ello.

Esta dinámica de jerarquización se dio de forma lenta pero segura, modificando las tradiciones culturales anteriores y redibujando el mapa del poder social. Los varones adultos fueron adquiriendo más y más poder a medida que el conflicto entre comunidades vecinas aumentaba. Les ancianes dejaron de tener poder puesto que elles no podían luchar para defender a la comunidad, y de esta forma la guerra dio paso al poder del varón adulto, quien estaba al mando de las relaciones diplomáticas entre comunidades así como de la organización pública de la propia comunidad (puesto que en un estado de guerra lo militar tiende a imperar sobre el resto de elementos).

Sea como sea, es de vital importancia ver que mucho antes del nacimiento de las clases sociales y de la diferenciación social en base a elementos económicos y productivos, ya existía una incipiente jerarquización de la vida social en base a otros elementos. Y es precisamente esta dinámica histórica de jerarquización la que hace que hoy en día muchas personas vean como natural y esencial la existencia de un orden autoritario, jerárquico, y basado en la dominación “del hombre por el hombre” (o mejor dicho, “de la mujer y el hombre por el hombre”).

Como he mostrado, un punto de inflexión muy importante en la historia de la humanidad fue el nacimiento de los guerreros, los cuales se apoderaron del viejo poder de las personas ancianas. Estos guerreros fueron abandonando poco a poco la antigua concepción de linaje: la comunidad ya no se estructuraba por compartir antepasades comunes, sino por vasallaje y alianza. Los jefes tribales, al principio, solamente admitían personas de su mismo linaje en su círculo cercano, sin embargo, esta dinámica se fue rompiendo a medida que las alianzas entre comunidades aumentaban. Este punto de inflexión es de suma importancia puesto que desde él las comunidades humanas tomaron un rumbo autoritario y jerárquico, dejando de lado la igualdad y complementariedad (recordemos que el mundo, como ha demostrado la antropología, no es hobbesiano en ningún caso: no existió ningún “estado natural de guerra”, sino que los sexos eran complementarios, la estructura de edad atendía a comportamientos respetuosos, etcétera).

Así, las tribus dieron lugar a las ciudades, y éstas, más tarde, a los Estados modernos. El cambio fue lento e inconsistente, dándose de diversas formas en distintas partes del mundo. Pero como apunta Murray Bookchin, es más que lógico pensar que el cambio de una sola comunidad hacia posturas jerárquicas obligó al resto de comunidades igualitarias a cambiar. Cuando tus vecines se vuelven autoritaries y guerreres, tu propia comunidad tiene que defenderse de alguna forma, dejando la puerta abierta a jefes tribales y procesos de jerarquización autoritaria. Una vez que las bases de la dominación del “hombre por el hombre” se establecieron a lo largo del tiempo, el capitalismo en un par de siglos consiguió naturalizar la dominación humana y la jerarquización de forma espectacular, la cual se entiende fácilmente si observamos que los avances materiales de estos dos últimos siglos son inmensamente más grandes que todos los cambios sociales previos juntos.

El advenimiento del capitalismo no solamente reprodujo la organización jerárquica de las comunidades humanas, sino que la mitificó de forma científica y la justificó de forma moral. Esto ya sucedió, de distinta forma, en las primeras comunidades jerarquizadas, pero la diferencia radica en la eficacia de la dinámica capitalista. El burgués es más eficiente que el aristócrata vago y remilgado; la empresa capitalista es más productiva que el terrateniente ocioso. La ciencia económica lo demuestra (según la clase burguesa), y por ello es normal que los más inteligentes hagan más dinero y se merezcan un mejor puesto en la sociedad. Como vemos, la concepción de la vida difiere mucho de aquella visión igualitaria y complementaria de las primeras comunidades humanas. Me gustaría advertir que nada de esto significa que debamos defender posturas primitivistas o anti-tecnológicas. La dominación y la jerarquización no es cosa exclusiva del capitalismo y su avanzada tecnología, como tampoco la tecnología produce dominación de forma inevitable.

Muchos son los siglos que he obviado en este artículo; siglos que son de vital importancia pues son los testigos del nacimiento de los Estados-nación y del sistema capitalista. Sin embargo, espero que estos breves apuntes sobre el devenir humano arrojen algo de luz a la cuestión de la organización social. Como anarquista me niego a concebir la imposibilidad de un mundo igualitario. Por fortuna, disciplinas como la antropología social nos ayudan a fundamentar de manera científica una postura que torna más que urgente en un mundo dominado por la autoridad, la opresión, y la esclavitud enmascarada. Si algo podemos sacar en claro de todo esto es que el mundo no siempre estuvo jerarquizado de manera autoritaria y, por lo tanto, el futuro sigue estando abierto a la verdadera libertad: aquella que no se basa en la autoridad impuesta desde arriba.

Bibliografía

Bookchin, Murray (1989) Remaking Society, Montréal: Black Rose Books

Lee, Dorothy (1959) Freedom and Culture, Englewood Cliffs: Prentice Hall Inc.

Radin, Paul (1960) The World of Primitive Man, New York: Grove Press

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