Lo normalidad social como traba a la libertad

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Retomando lo escrito en A razón del anarquismo social, me gustaría seguir expandiendo la reflexión crítica sobre cómo la que seguramente sea la actual vertiente dominante del movimiento conceptualiza el concepto “social.” Para ello seguiré en la misma línea que esbocé en el primer artículo: 1) la “sociedad” y el “Estado” no son dos cosas separadas, y 2) la idealización de las relaciones sociales no tienen ningún fundamento empírico en la actualidad. En este artículo me gustaría incidir específicamente en la cuestión de la individualidad, algo que normalmente se trata negativamente en los escritos/discursos del anarquismo social asociándolo así con otras ideas como el egoísmo o el sectarismo. Adelantando la conclusión del artículo, se dirá que la individualidad no es solamente un elemento propio de todo animal humano, sino que puede jugar (y juega) un papel más importante en el proceso revolucionario del que el anarquismo social admite. Como a veces advierto, poco o nada de lo que podáis leer a continuación es novedoso, yo me limito a realizar una síntesis de ideas existentes y expresarlas desde mi propia comprensión/experiencia. La crítica del anarquismo anti-social lleva rondando por el mundo, al menos con fuerza marginal, desde hace una buena década. Así que si queréis ir a la “raíz” de todo esto, os sugiero un buen punto de partida: los panfletos anarco-nihilistas griegos.

Empecemos tomando a Pablo Iglesias como punto de partida (ya se verá el porqué). A menudo, cuando escuchamos/leemos sobre las “hazañas” de Iglesias nos refieren a esta persona con términos como “referente social”, “oposición social al bipartidismo”, “representante social”, etcétera. Aquí, la palabra “social” no hace referencia a la interacción humana en un espacio/tiempo concreto. Jugar al fútbol es una actividad social. Ver la televisión con tu familia es una actividad social. La devolución inhumana de migrantes en Melilla también es una dinámica que se da dentro de lo social. Cuando nos dicen que Iglesias es un “referente social” nos están queriendo decir que Iglesias representa (supuestamente) la voz y deseos de un mayor número de personas (no solamente los suyos o los de su partido). Iglesias habla por la sociedad. Iglesias “lucha” por la sociedad. Él es el “representante social” de un Estado español controlado por “la casta.” Cuanto menos este uso de la palabra “social” resulta en un gran problema de base: cómo entendemos qué es la sociedad. Cuando dicen Iglesias es el “referente social” se está acotando el rango de inclusión de la sociedad a un determinado sector de la población. La gente de Podemos hace bien explícita esta demarcación: la casta y la ciudadanía. Lo social queda aquí reducido al conjunto de personas que no disfrutan de tarjetas “black”, favores personales del gobierno, vidas de lujo, etcétera. Este discurso se puede encontrar también en los siglos XIX y XX pero con distintos rangos de inclusión. En el siglo XIX, les líderes políticos hacían referencia a la clase trabajadora, a la masa proletaria, a los ejércitos asalariados. En el siglo XX el discurso se amplió y pasó a incluir a trabajadores del sector público, profesionales de poco poder económico, pequeños autónomos… Es decir, el discurso incluyó a las clases medias, eso que hoy se llama de manera todavía más inclusiva “ciudadanía.” Así pues, Iglesias siendo el “referente social” es el representante de toda esa gente que más o menos malvive en el Estado español: desde la limpiadora de una oficina, hasta el ingeniero adjunto de la misma oficina.

El primer problema que encontramos es la separación entre “casta” y las personas que componen lo “social.” Los movimientos sociales, en el ideario común, representan las voces de éstas últimas: la gente “normal”, la gente que sufre, la gente que pierde sus trabajos, en definitiva, la gente “de a pie.” Se traza así una línea demarcadora que separa “lo social” y “lo depredador.” Lo social se piensa como algo oprimido, explotado, esclavizado. ¡Hay que recuperar lo social! ¡Hay que luchar por los intereses sociales![1] Si encontramos un problema en este planteamiento es porque la idealización de lo social pasa por alto las relaciones humanas (sociales) que se dan en el propio seno de la sociedad. La “casta”, por seguir usando la palabra tan de moda en el discurso ciudadano, lejos de ser un elemento extraño a lo social, es parte fundamental de la sociedad contemporánea. Les explotadores no son externos a lo social, sino que se mueven dentro de la sociedad dándole forma y sentido. Como el Estado, que no es una traba externa para la sociedad, sino un elemento intrínseco de la propia sociedad actual, la “casta” compone, articula, y reproduce las relaciones sociales de explotación y servidumbre. No es que haya una parte “social” trabada por una parte “no-social” que se beneficia de la primera, sino que ambas partes son en realidad elementos de la misma cosa: la sociedad.

La idealización de lo social que realiza el discurso ciudadanista de Podemos, así como el del anarquismo social, proyecta en colectivos humanos abstractos las relaciones sociales que se dan en el espectáculo capitalista. De esta forma, cosas como la explotación laboral, la compra y venta de influencias, la subyugación de la vida material, etcétera, son depositadas en actores abstractos a les que se le dan forma y pensamiento. Así se habla de “casta” y “clase popular” (o lo “social”). Esta proyección/creación abstracta de actores sociales, además, se jerarquiza y agrupa alrededor de colectivos tan o más abstractos, lo que posibilita referirse en discursos políticos a un enorme número de personas que, supuestamente, comparten los mismos intereses, deseos, y necesidades. Claro que Pablo Iglesias goza de un amplísimo poder para influir en las personas, ¡si le estamos llamando “representante social”!

El anarquismo social de los movimientos sociales, de las asambleas ciudadanas, de los Centros Sociales[2], etcétera, participa de esta misma lógica resultante de idealizar la sociedad (o como ya se ha explicado, de idealizar una parte de lo social, la que interesa a estas personas). Tal vez no se hable de “castas”, pero sí que se habla de “ciudadanía”, “poder popular”, “orientación socio-política de las luchas”… Realmente me es difícil distinguir, muchas veces, el discurso de Podemos y el de ciertos grupos anarquistas. Con la excusa de que les anarquistas somos “gente normal”, nos terminamos metiendo en las mismas dinámicas de resistencia anti-capitalista olvidando así que el capitalismo no es el problema fundamental, sino la autoridad y el poder (sustituimos de esta forma anti-capitalismo por anti-autoritarismo). El problema que deriva de esto es la moderación complaciente del discurso revolucionario, y por tanto, de la práctica revolucionaria. Pareciera que para el anarquismo social “hacer la revolución” es crear talleres de idiomas en el barrio, publicar periódicos de “interés ciudadano”, y/o mostrar la bandera roji-negra en todas las manifestaciones posibles. ¿Por qué? Porque se está del lado de lo “social”, porque todes somes “normales” y estamos hasta el gorro de esa gente, y de ese Estado, que nos pisan la cabeza con botas forradas con billetes de quinientos euros.

Cuando una persona se deshace de esa idealización de lo social empieza a tejer un análisis bien distinto. “Normal” es la explotación laboral; “normal” es el odio racial; “normal” es la discriminación de género; “normal” son las relaciones familiares autoritarias; “normal” son las parejas celosas y posesivas. Lo “normal”, por definición, es lo que caracteriza de forma general a una sociedad. “Anormal” es cuestionar la autoridad de la policía; “anormal” es negar el poder del Estado sobre las personas; “anormal” es querer destruir las relaciones humanas basadas en la exclusividad emocional; “anormal” es, en definitiva, querer ver (y vivir si se puede ser) el final de esta sociedad opresora. Dado que la normalidad conforma las normas y reglas de comportamiento social en sociedad, y viceversa, las normas y reglas de la sociedad definen lo que es “normal”, el anarquismo social mediante su discurso y práctica termina reproduciendo todo aquello por lo que dice estar luchando. ¿Por qué lucha el anarquismo social cuando dice involucrarse en las Mareas ciudadanas? Dice que lucha por los valores anti-autoritarios del anarquismo, pero termina practicando la complaciente y sumisa rebeldía legalizada por el sistema.[3] Dentro de esta normalidad social les opresores también juegan su papel, es decir, son parte de lo “social.” No hay oprimides sin opresores, pero sobre todo, no hay oprimides sin personas que gustan de serlo. Los movimientos sociales están llenos de este tipo de gente. Gente que el sábado por la tarde protesta contra los recortes sanitarios, pero que luego no quiere perder “poder adquisitivo”; gente que protesta contra las devoluciones de migrantes, pero que luego no se plantea quiénes hicieron los bloques de viviendas en los que vive; o gente que protesta contra la “ley del aborto”, pero que luego fundamenta sus relaciones de pareja en la autoridad opresora de la exclusividad.[4] Esto sí que es lo “normal”, y ante la normalidad de lo social una postura anti-social plantea cuestionar las cosas dos, tres, y cuatro veces. Sin idealizar ni sin conceder atributos abstractos a masas amorfas de gente.

No obstante, esta crítica al anarquismo social, sus ideas, y sus prácticas, no es tan soberbia como pudiera parecer. No me cabe duda que las personas que abogan por esta tendencia realmente quieren experimentar una vida en libertad. Por ello se dejan innumerables horas de sus vidas en los Centros Sociales, o se rompen la cabeza tratando con gente que tiene una experiencia política muy distinta a la anarquista. Sin embargo las buenas intenciones no vienen libres de críticas, y así debiera ser para todo el mundo. Lo que a mí me parece que está realmente desarrollándose aquí, es una visión anarquista alternativa de la sociedad y su funcionamiento. Una visión que a mi pesar bebe demasiado de análisis economicistas resultantes de plumas marxistas. O una visión que toma prestados conceptos de dudosa validez como el de “poder popular.” Sin esto, me es difícil dar explicación en mi cabeza a la idealización de lo social que se viene sucediendo en los últimos tiempos. Una idealización que está, por otro lado, llena de tabúes. Un ejemplo claro es el trato que se da a la población migrante por parte del discurso social de ciertos grupos anarquistas. En dicho discurso se habla del migrante como de una víctima pasiva de la sociedad capitalista, cuyo comportamiento muchas veces se justifica por la dureza de las condiciones de vida que ha de llevar (explotación laboral, aislamiento social, incomunicación emocional con su familia, etcétera). Solamente de una idealización de lo social puede nacer una visión tan polarizada de un colectivo humano. Queda como tabú decir que les migrantes también delinquen de múltiples formas contra otros seres humanos: roban, intimidan, asesinan, violan, extorsionan… Queda como tabú decir que les migrantes también explotan laboralmente a otras personas, o que complacientemente aceptan los valores del capitalismo: gana más, cuanto más mejor, aspira a tener un gran coche y dos televisiones de plasma, vete de vacaciones, etcétera. En el mejor de los casos, cuando ciertos grupos reconocen que les migrantes también son parte de esta normalidad social, les excusan diciendo una vez más que son víctimas del sistema, los eslabones más débiles de la cadena.[5] Pero dicha idealización social se desmonta cuando encontramos otres migrantes que se niegan a ser partícipes del espectáculo capitalista, de la misma forma que algunas personas “autóctonas” delinquen, y otras no.

De todo esto se deriva que lo social no produce normas colectivas, homogéneas, de comportamiento y pensamiento. No existe la idílica clase obrera del pensamiento marxista, como tampoco existe el idílico movimiento social. Cabe también dudar de la supuesta “re-orientación” libertaria de los movimientos sociales que el anarquismo social pretende mediante la creación de lazos y puntos de contacto. Si el problema es la sociedad y lo “social” que genera, entonces haríamos mejor en plantearnos cómo destruir esa normalidad opresora que nos impone el sistema. Y aquí es donde el concepto de individualidad entra con fuerza. Lejos de pensar que la revolución será un gran golpe de las masas oprimidas contra el sistema autoritario, parece más razonable pensar que si algo puede hacer cada cual es empezar a desterrar lo social (lo normal) de su propia forma de vivir. Esto no se refiere a estilos de vida anarquista o modas vacías de contenido revolucionario, sino que directamente pone en la palestra el potencial de la individualidad humana, su capacidad de tomar decisiones y comprometerse con ideas y prácticas ilegalizadas por el espectáculo del poder. Se ha repetido numerosas veces que si la explotación capitalista y la sociedad autoritaria se reproducen en el tiempo y espacio es porque masas de gente sumisa siguen agachando la cabeza, ya sea por comodidad, por consentimiento, o por gusto. Las decisiones de vida pueden analizarse de manera social, pero a fin de cuentas la última y definitiva responsabilidad de los actos de una persona residen en la propia persona. No podemos decir que tal o cual colectivo está forzado a vivir de tal manera (“roban porque no tienen qué comer”, “se tiran a la droga porque están alienades”), de la misma forma que tampoco podemos decir que tal o cual colectivo tiene unos objetivos intereses (“la clase trabajadora es antagonista de la clase burguesa”). Dichos antagonismos, dichos actos (robar, consumir drogas) se dan en un espacio social conformado por el propio sistema autoritario, espacio en el cual opresores y oprimides pueden jugar al mismo juego. Lo social, lo normal, la sociedad según está conformada, es el campo en el que la autoridad y el poder tienen rienda suelta. Sin embargo, en la individualidad, en el “ego”, existe la posibilidad de deshacerse del sistema (lo que no significa que se realice en todos los casos).

Pensar en la anarquía desde el “ego” es abrir la existencia propia a todo un nuevo abanico de posibilidades. Cabe decir que el “ego” no es ese elemento “egoísta” que obvia a las demás personas y mira solamente por su propio bien sin tener en cuenta nada más allá de sus propios intereses. Un ego revolucionario, quiero pensar, lleva a las personas a relacionarse intensamente con otras personas: para descubrir, para explorar, para jugar, para disfrutar al máximo de la vida en rebeldía. Sin embargo, dicho ego revolucionario es amenazado en las grandes masas ciudadanas que ni tan siquiera se han planteado la cuestión del poder y la autoridad. Trabajando desde el ego y desde la relación con otros egos revolucionarios, una persona puede avanzar en la eliminación de todos los valores autoritarios que nos inculca la sociedad. Dicho avance personal es necesariamente obtenido mediante la interacción humana, pues el carácter autoritario de la sociedad se da a través de relaciones sociales. De ahí que hable de anti-social, de anti-normalidad, como una manera de rechazar las trabas que el poder pone a nuestra libertad. El “ego”, es decir, tú misme, termina siendo el ente que tiene la última palabra sobre su propia existencia. El hombre que viola a una mujer al amparo de la noche no lo hace por estar alienado, sino por formar parte de la normalidad autoritaria de nuestra sociedad patriarcal. La persona necesitada que se lanza al robo de otras personas económicamente explotadas no lo hace por necesidad material, sino por no haberse desecho de los valores de competitividad y depredación humana que nos enseña la sociedad actual (recordemos que las personas ricas también roban, y que si éstas no son atracadas a diario por el ejército marginal de lo que ellas llaman “barrios bajos”, es porque la gente de estos últimos no se ha desecho del respeto al poder y a la autoridad).[6] A pesar de que a menudo se dice que la sociedad actual es muy individualista, pudiera pensarse también que lo social (la sociedad) mediante numerosos mecanismos (instituciones estatales, leyes, normas morales que determinan las relaciones humanas, etcétera) reprime la creación de un ego fuerte y seguro capaz de romper con todas las constricciones sociales impuestas en sociedad.

La atomización de las comunidades poco tiene que ver con desarrollar y cultivar un ego crítico y revolucionario. Pareciera que la tendencia social-anarquista olvidase que para que haya una guerra de clases tiene que haber personas combatiendo a ambos lados del campo de batalla. Hoy por hoy la realidad es más bien un matadero (“lobos y corderos”, que dirían otres), donde la única verdadera conciencia de clase es la de la clase burguesa (y el resto se contenta con imitar el estilo de vida de les poderoses). Ésta es la realidad social. Esto es lo social de nuestras existencias. Y la individualidad, el ego revolucionario, no sucede fuera de esta realidad social sino en su seno más profundo. Producto de la adquisición de conciencia a través de experiencias humanas en el espectáculo capitalista, una persona empieza a desarrollar una individualidad que explota el potencial humano cuando queda liberado de normas sociales: “robar en el súper” ya no es tal, sino que ahora es “expropiar a les que nos explotan”; “vandalizar la vía pública con pintura” ya no es tal, sino que es “difundir la rebelión reclamando el espacio público”, y la lista como imagináis continúa para rato largo. Ahora es también cuando el ego puede experimentar al máximo sus relaciones sociales mediante la búsqueda de otros egos revolucionarios, mediante la corrupción/perturbación de esa “normalidad social” pone cadenas a nuestra libertad.

Ahora, pensemos de nuevo: ¿qué nos quieren decir cuando dicen que Pablo Iglesias es el “referente social”? Y más importante: ¿qué pensamos cuando dicen que el anarquismo debe ser el motor de los movimientos sociales?

Notas

[1] Conste que en estos discursos “social” se intercambia muy a menudo por “popular”, pero tengo la sensación de que éste último término se está dejando lentamente en desuso porque no concuerda en el imaginario común con las visiones que se tienen de las clases medias profesionales. De ahí que, tal vez, se use más “social” o “ciudadano” para incluir todavía a un mayor número de personas en las arengas políticas.

[2] Aclarar que no tengo nada en contra de las “okupas” cuando éstas funcionan como un centro de contra-información e intercambio de ideas y experiencias. En este texto hago referencia a esos Centros Sociales que se pueden encontrar a lo largo y ancho de Europa (y otros continentes) los cuales ejercen más bien como Centros Culturales para el barrio, no creando así una experiencia revolucionaria y subversiva, limitándose a aliviar las tensiones sociales y “moderar” sus ideas/prácticas bajo la lógica de “atraer a cuantes más vecines posibles.”

[3] Recordemos que en la sociedad autoritaria actual el sistema siempre deja un margen más bien ancho de disidencia. Es el propio sistema autoritario el que dicta contra qué se puede rebelar (hoy por hoy prácticamente todo), pero también dicta cómo se debe hacer dicha rebelión regulada (es decir, nada de nada, palabras que se desvanecen en el aire junto a las miles de manos desnudas de les indignades).

[4] Con esto no quiero decir que esta gente (la ciudadanía, lo “social”) no tenga buenas intenciones o sus intentos de cambio sean despreciables. Todo lo contrario, sus luchas y actos no han de ser despreciados por el anarquismo, pero al mismo tiempo debemos criticar la “foto” en todo su conjunto, sin idealizar a ciertos colectivos sociales (como la llamada clase obrera), ni sus quehaceres diarios.

[5] Quien vea racismo en este comentario es que no ha entendido nada de lo expuesto. Sugiero seguir leyendo el artículo.

[6] Este texto de por sí ya se está alargando demasiado como para debatir ahora si la emancipación del ego se da con mayor o menor facilidad dependiendo del contexto vital de cada cual.

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