Los mitos y las experiencias (I)

Por O Neto
18 min. de lectura

Empiezo mi colaboración en este espacio con una serie de artículos que surgen más como una necesidad personal de poner en orden vivencias y reflexiones, que como respuesta a la coyuntura político-social actual. Y aunque sean reflexiones personales, viscerales, incluso lleguen a incomodar a algunas, espero que sirvan para una reflexión más compartida, conjunta y colectiva.

Aclarar también, que uso el femenino en algunas formas no como género si no como forma resumida de personas.

Hace unos meses, en un interesante debate en un local de Madrid, surgió una línea de discusión que quiero recuperar aquí. Y básicamente se centraba en diferenciar entre mitos y experiencias. Me pareció una conversación ya vivida y con posicionamientos muy diferentes, pero significativos. Desde quien se aferra, de forma consciente, o no, al mito y quien quiere profundizar en la experiencia.

¿A qué nos podemos referir con “mito” y con “experiencia”? En este caso pretendo hacer un breve repaso por algunos mitos que he ido recogiendo dentro del anarquismo. No de forma sistemática ni ordenada, más bien visceral y vivencial. Basada en conversaciones, textos, debates, etc. Y diferenciarlo de la experiencia, elemento valioso para la acumulación de voces y pensares que expliquen las victorias y derrotas, y que éstas sirvan para avanzar en la transformación social.

No pretendo desarrollar cada mito en esta introducción, tendrás que leerla más como una lista que me hago para en posteriores artículos intentar, en la medida de mis pocas y limitadas posibilidades, ir desgranando cada uno de esos recuerdos y vivencias, que me han llevado a formular esta lista. Y, advertencia: aunque algunas sentencias suenen a caricaturescas, las he vivido o escuchado en entornos anarquistas, y aquí sólo están sintetizadas y resumidas.

 Intento de compendio de mitos:

la infalibilidad del anarquismo: si fracasó algo fue porque “los otros” hicieron…

Ésta puede ser la típica reflexión que se desprenda de algunos de los más cansinos debates sobre el 36, Revolución Rusa o Kronstad; por citar algunos episodios ampliamente recordados por el imaginario anarquista. En que se construye un malo maloso que nos llenó el camino de zancadillas, y pudo tumbarnos a pesar de lo buenos que fuimos y lo bien que íbamos para conseguir la victoria. Vamos, una discusión a la altura de las que se suelen escuchar sobre un partido de fútbol con un arbitraje, digamos, dudoso.

Pues bien, el uso de este mito, como recurso, es típico de discusiones sin ningún objetivo constructivo, pero que además lo único que construyen es una caricatura. Desfigurando toda posibilidad e intento de aprendizaje o la posibilidad de debate, impidiendo estrujar la experiencia hasta el punto de ver la humanidad y los errores en su contexto. Siendo todo esto un posible reflejo, como dice un compañero, de una carencia, de no querer enfrentarse a ciertas contradicciones, y utilizar el mito como refugio cómodo, casi podríamos decir infantil.

Cualquiera que se haya molestado en leer actas y textos que se salen de los ampliamente difundidos, o incluso de los difundidos pero poco leídos escritos en el momento histórico se puede dar cuenta de los matices, contradicciones y cuestiones importantes que intentaban desgranar ya en ese momento histórico. Que parezca casi imposible en ciertos momentos hacer lo propio a 80 años vista nos debería hacer reflexionar. Estoy pensando en algunos textos de Peiró o de los Amigos de Durruti, para poner ejemplos concretos. Textos muy críticos con cuestiones que normalmente se obvian: la cuestión de la toma del poder, y las que usan la revolución como un paraguas para sus desmanes. Textos que hay que leer, entiendo yo, como cualquiera,  en su contexto, intentando no caer en un enfoque presentista que nos nuble e impida beber de la experiencia de otras.

– las anarquistas no participan en política

Este mito es bastante curioso, ya que por un lado presupone que “la política” sólo se hace desde ciertos órganos de poder, y que lo que hacen los movimientos sociales, populares o las organizaciones político-sociales es, simplemente, otra cosa. Hay muchas maneras de hacer política, desde la creación de instituciones populares propias hasta incidir en cambios legislativos en un marco de democracia representativa convencional. Por poner dos ejemplos fáciles de comprender.

Por otro lado, tiene otra connotación que a mi me resulta bastante “dolorosa”. La connotación casi canónica, que determina qué hacen y qué no hacen las anarquistas.

A lo largo de la historia, hay unos cuantos ejemplos de participación táctica en instituciones copadas por la clase social opuesta (burguesía-capitalistas). Así de memoria, y sin entrar en detalles me vienen a la cabeza Proudhon, Salvochea y Fanelli. Pero sin duda hay muchos más, me consta que en ciertos momentos históricos los anarquistas en algunas localidades colocaban a gente afín en instituciones, cuando no, compañeros destacados que se ponían al servicio de los intereses del movimiento social local para ser usados como cabeza visible en una candidatura a la alcaldía. Y así poder disputar algunas cuestiones a la burguesía en su terreno, o simplemente tener mejores escenarios en su localidad o zona de influencia. No como libertarios, si no como personas destacadas en la sociedad, es decir lideres o personas que infundían respeto, y que se ponían al servicio de ese movimiento en ese complicado equilibrio entre las fuerzas populares y las instituciones de gestión propias de la otra clase social.

Contra el anterior párrafo he escuchado: en aquel momento no era anarquista. Que resume muy bien a lo que me refería con los cánones de las anarquistas. La imposibilidad, o negación, de que pudiese existir una persona-herramienta al servicio de una táctica concreta, inserta en el monstruo institucional, en un momento muy específico, e impulsado por gentes anarquistas se escapa a toda lógica que base sus preceptos casi en exclusiva en principios filosóficos y no en relaciones líquidas y cambiantes de hacer política según el momento. Es decir: imposible, eso no puede ser, eso no es anarquista. Prefiriendo negar a plantear y estudiar experiencias, no para repetirlas de forma mimética, si no para entenderlas y aprender de las mismas.

Y para no caer en ejemplos históricos lejanos, sólo hay que acudir a revisar un poco la revolución de Rojava, tan en boca de muchos círculos anarquistas últimamente. Con su dualidad de democracia directa y popular, compaginada con partidos políticos y elecciones convencionales. Buscando copar todos los espacios políticos posibles: instituciones populares, convencionales y la calle.

Un inciso: no me gustaría que se interpretasen mis palabras como una defensa de esas tácticas institucionales y menosprecio de otras tácticas, o viceversa. Insisto, separar tácticas, herramientas, estrategias, etc de cada contexto es, para mi, crear una cultura política libertaria universal e infalible que me resulta más un refugio frágil y torpe, que una verdadera herramienta de transformación.

– el anarquismo es una filosofía personal

Lo que nos lleva a este mito, la transformación personal, la opción filosófica, o de vida. No voy a ocultar aquí cierto hartazgo cuando me han hecho planteamientos encorsetados en filosofías new age que inundan a los movimientos supuestamente alternativos y de izquierdas; y que alcanzan también, como no podía ser de otra manera, al anarquismo. Vale decir que en los orígenes liberales del pre-anarquismo había bastante de ese componente filosófico, pero hace tiempo que esa búsqueda personal ha pasado de transformadora, gracias a la sociedad de consumo, a unas formas que individualizan de tal manera esa energía potencial en frenos, huidas o refugios. Que en definitiva desactivan la potencialidad que podrían tener en una cultura política social-colectiva de transformación.

Cuando todo se vuelve una filosofía personal o en una manera de estar en el mundo, y no en una herramienta colectiva de transformación; es fácil para la sociedad consumista transformar esa búsqueda en un objeto de consumo más. O en la necesidad de cubrir, mantener satisfecha esa filosofía en necesidades espirituales (vacíos existenciales) típicos de las sociedades de consumo occidental que se alimenta en gran medida de esos vacíos. Llegando a puntos que para mí tienen en algunos aspectos componentes de hobby, fase vital, tribu-urbana, y nada de fuerza transformadora.

– las anarquistas no se deben organizar/colaborar con otras corrientes

Este mito está conectado con el primero, visto que las experiencias en que siempre estuvimos “a punto de ganar” y por causa de las “malas compañías” o “los enemigos” no lo conseguimos. Conclusión definitiva y lapidaria: mejor no juntarse con nadie que no sea anarquista. Esto trae consigo la necesidad de alejarse de cualquier participación en movimientos que no tengan un sesgo ideológico con un marcado ideario finalista de tintes anarquistas.

Por suerte, esta opción es cada vez más minoritaria, o quiero pensar que es así, ya que se ve la auto-encerrona que supone para un supuesto movimiento que intenta transformar la sociedad, y que se aleja, o se aísla de ella, al mismo tiempo.

Otro componente curioso es que se puede entrever cierto punto de sentimiento de inferioridad. Siempre existe el peligro de ser copado o dirigido por otros (de nuevo ese enemigo todo poderoso). Parece que no se plantea ni la más remota posibilidad de que pueda ser al revés, que “los otros” caigan en la permeabilidad de prácticas libertarias.

La necesidad de crear movimientos sociales, pero netamente anarquistas, tiene un punto identitario que nos puede remitir a esa auto-afirmación de tribu, que tiene toda su lógica en fases de resistencia o, en una sociedad de consumo, como vía de escape, y filosofía personal compartida por un grupo. Pero que carece de proyección social por si sola, y en si misma, y mucho menos poder de transformación más allá del circulo grupal de convencidas.

– la asamblea como forma natural y horizontal de relacionarse de las anarquistas. “la asamblea es el espacio de decisión natural de las anarquistas.” todo ha de pasar por la asamblea

NOTA: Para acabar este primer artículo, y no hacerlo más largo de lo que ya es, me quiero detener en el que es mi mito favorito de estos tiempos: la asamblea.

Un compañero me regaló hace tiempo un enlace a un texto de Andrew Flood que me pareció muy inspirador, y que apuntaba alguna cosa que había compartido con algunas compañeras y se basa en el mito de la asamblea. Este mito se ha caído para algunas cuando han vivido un empacho en 2011 de asambleas inoperantes y nada resolutivas. Mezclando debate con toma de decisiones, misturando planteo de líneas estratégicas con decisiones rutinarias, etc.

Por suerte, a algunas se les ha caído ese mito, como decía, y se han planteado que hay que desmitificar las herramientas, y usarlas, que si las conviertes en mito se pueden volver en tu contra. Ser esclava de la herramienta, porque esta se convierte en un referente en si mismo, en lugar de un método de trabajo colectivo. En definitiva, hay que buscar las herramientas para cada momento y situación, por su eficacia, y no por el supuesto halo de horizontalidad que desprenda.

Volviendo al término, asamblea tiene un componente religioso, basta con buscar el término para que te salgan unos cuantos nombres de algunas iglesias, del estilo “asamblea de dios”. Y es que este método de reunión, fue altamente difundido en movimientos antimilitaristas por los quackers y que impregnaron a los movimientos alternativos de los 60′ y 70′, llegando a nuestros días, como por arte de magia, junto a autogestión, como términos que siempre fueron anarquistas. No voy a discutir si la incorporación de nuevos términos es buena o mala, ya que no veo problema alguno, señalo lo curioso de que, a veces la misma “norma” sirva para un término pero no para otro según convenga.

En algunos espacios, si las decisiones, por nimias que sean, si no pasan por la asamblea se convierten en una suerte de alta traición. Pivotando la asamblea entre una reunión de grupo, una toma de decisiones, una terapia colectiva, o un elemento socializador del mismo grupo. Todo mezclado. Haciendo que un grupo, en una búsqueda natural de equilibrio tienda a su auto-afirmación, o encierro en si mismo. Y aparezcan todo tipo de jerarquías informales que se encargan de mantener, de forma consciente, o no, ese equilibrio. O la búsqueda del mismo. Hay literatura feminista muy interesante en este aspecto y que te invito a buscar.

La asamblea como método de decisiones no está reñido con el voto a mano alzada, un sub-mito dentro de éste. Son maneras de desbloquear tomas de decisiones, ni más ni menos. La búsqueda del consenso no puede ser un dogma, porque puede convertir al grupo en prisionero de falsos consensos: por agotamiento, por mantener el equilibrio del grupo, etc. Hay que aprender a ganar, perder, experimentar y replantear las decisiones pasado un periodo determinado, y no en cada asamblea. Volver al método científico básico y abandonar la mística.

Y es que, para un desarrollo eficaz de reuniones considero que tener una visión de conjunto, del bien común, es primordial, pero tener unos objetivos claros, no sólo las finalidades últimas siempre bañadas de tintes ideológicos/filosóficos, si no de las tareas y objetivos marcados para cada periodo; es esencial. Al igual que huir de la fiscalización constante a las personas que se encargan de tareas, dando un voto de confianza que se sopesa con los resultados al finalizar dicho periodo establecido, y en la posible revocación en cualquier momento de las personas encargadas. Porque si no, estamos estableciendo un ambiente de desconfianza constante y permanente que poco tiene de transformador, y si de tribal.

Por último, a esa gente que me he topado a lo largo de estos años y que denomino “guardianes” de la supuesta “tradición” anarquista les invitaría a dar un repaso a actas de reuniones de hace unos cuantos años. Así mismo, a las fanáticas de “lo nuevo” les diría que lo nuevo no es “bueno” ni eficaz persé. La humanidad ha transformado su entorno, para bien o para mal, a base de experimentar.

Una herramienta, o conjunto de herramientas, para la transformación social, como considero que debería de ser el anarquismo, no puede quedar secuestrado por metodologías que lo desactivan en toda su potencialidad o lo convierten en esclavo de la sacralización de términos, dogmas o prácticas supuestamente democráticas, antiautoritarias o como se las quiera denominar.

(Continuaré con más mitos…)

Crédito de la imagen: https://www.flickr.com/photos/nestorespinosa/5738000859

ETIQUETADO: ,
Comparte este artículo