Paseando por Atenas (I)

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Con este artículo abro una serie de escritos que intentaré mantener a lo largo de esta semana dado que me encuentro de visita en Atenas (y sería una pena no aprovechar esta oportunidad). Estos artículos tendrán un carácter más informal, y pretenden ser tanto un “pasatiempo” para la persona que lee como un testimonio de las sensaciones que un anarquista de la Península Ibérica experimenta en una ciudad tan marcada por el movimiento libertario. Los enmarco en la categoría de “sociología” por su contenido descriptivo. Espero que disfrutéis.

El Jardín Nacional y Plaka

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Ríos de tinta se han escrito sobre la decadente situación socioeconómica en Grecia: que si la crisis, que si disturbios, que si ataques racistas, que si esto o que si lo otro. Tanta información “apocalíptica” nos inoculan mediante los medios de comunicación que uno llega al aeropuerto con el miedo casi metido en el cuerpo; esperando encontrar una situación de guerra o algo parecido. Pero la primera impresión no es para nada apocalíptica: el aeropuerto, nuevo y construido por una empresa alemana al estilo alemán, rezuma una sensación de esplendor y abundancia que, en poco tiempo, queda desmontada por el gran número de personas pidiendo en las calles de Atenas.

Camino desde el norte hacia un parque llamado el “Jardín Nacional” que está pegando con la famosa plaza de Syntagma, donde se encuentra el Parlamento griego. El parque se asemeja al Retiro de Madrid, con sus caminos de tierra entre árboles y pequeños estanques habitados por carpas y tortugas. Les turistas caminan arriba y abajo sacando fotos, un grupo de chavales albanos “juegan” una guerra de naranjas—que por cierto, no son naranjas sino naranjas amargas, que al parecer no es lo mismo—, varios jardineros se ocupan de los olivos… Y entre todo esto que tiene una pinta idílica—de no ser por los chavales lanzando duras naranjas a diestro y siniestro—los sintecho durmiendo en bancos, pidiendo dinero, hurgando en la basura… Y la policía, omnipresente en todo el centro de la ciudad, como si éste fuera una enorme comisaria.

Ya desde mi paseo por Vasileos, una gran vía llena de edificios institucionales, me sorprendo por la presencia policial. Hay de todo: policías urbanos con uniforme azul y sombrerete blanco, policías antidisturbios—los famosos de las fotos con escudo y uniforme verde—, y policías de algún departamento especial pues llevan un modernísimo uniforme azul lleno de bolsillos y muy apretado, como en esas películas de Hollywood sobre antiterrorismo. Lo más impactante es que estos últimos están ahí tan panchos con las metralletas entre las manos, como si nada, fardando de chulería y armamento, listos para “entrar en acción.”

Volviendo al parque, tras un rato paseando y disfrutando del sol—que va y viene entre nubes—, encaro Zappio y de allí al templo de Zeus Olímpico, que queda a unos cuantos pasos de distancia. En estos doscientos o trescientos metros me vuelvo a encontrar, como no, más sintecho y más antidisturbios. Del templo no contaré nada porque para eso cualquiera puede ir a Wikipedia y leer la historia y ver las fotos, solamente diré que la entrada de 12 euros es una barbaridad para lo que ves—menos mal que les universitaries entramos gratis.

Una vez tengo finiquitado el templo, mi compañera que hace de guía por su ciudad natal sugiere ir hacia la Acrópolis, pero en vez de subir todo el camino hacia la colina me dirige hacia un barrio chiquitito, de clase alta, donde las tiendas para turistas se apiñan como las palomas en los parques. El barrio se llama Plaka, y he de decir que tiene un encanto sobrecogedor: calles pequeñas, estrechas, como las que puedes encontrar en el Madrid céntrico. Me sorprendo ante el gran número de iglesias que me voy encontrando por el camino, una tras de otra. En Plaka la realidad social de Atenas me vuelve a golpear: en una pequeña plaza, a la sombra de una iglesia rodeada por naranjos (amargos), un sintecho se tambalea calle arriba con una gran bolsa de arpillera al hombro. Los zapatos comidos por el tiempo. Lleva barba densa y nada aseada. Ropa sucia y mirada perdida. Y mientras camina como puede, todo a su alrededor parece indicar que esta sociedad no le recibe con buenos ojos. Gente “de bien” con abrigos caros, gafas de marca, y mujeres con taconazos. Cafeterías de lujo y tiendas de cerámica de alto standing. En un momento dado, un grupo de adolescentes con uniforme escolar pasa por su lado riendo y bromeando entre ellos. Hablan en inglés, y mi compañera me explica que son del colegio internacional, un carísimo colegio privado para la élite social extranjera que vive en Atenas.

Syntagma y Exarchia

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Mientras camino mi compañera me va explicando un poco la “historia social” de la ciudad: que si aquí una vez los maderos hicieron esto, que si otra vez una manifestación arrasó con esta otra calle, que si allá les anarquistas una vez… Las pegatinas y los graffitis políticos van creciendo en número según te acercas a Syntagma, donde, como todo el mundo sabe, se encuentra el Parlamento fuertemente custodiado por la policía. La plaza se impone en mi memoria, la misma plaza que tantas veces hemos visto en las noticias. Una sensación recorre mi cuerpo cuando camino por el centro, es como revivir un recuerdo de una forma distinta, pues la plaza es completamente reconocible pero la gente no: hombres de negocio, turistas, mujeres “pijas” con bolsas de GAP u otras marcas caras, etcétera. Me acerco al punto donde hemos visto mil y una veces al madero arder por las llamas de un cóctel molotov, y parado allí mismo contemplo el Parlamento. Os sonará muy sentimental, pero algo se movió en mi interior.

Desde la plaza puedes subir las escaleras que encaran al Parlamento y darte la vuelta para observar Syntagma en su totalidad. Un enorme hotel en un costado, edificios comerciales al otro, los autobuses y los taxis… Y los perros, los famosos perros de Atenas que están por todo el centro de la ciudad. Pasean a sus anchas como si la ciudad fuera suya: se tumban a la sombra a dormir tan cómodamente, se acercan a les artistas callejeros y se quedan allí a ver a la gente pasar, incluso los ves cruzando los pasos de cebra como una persona más, se quedan en la acera, esperan a que los coches paren, y los perros cruzan como si tal. Me quedo unos minutos más frente al edificio del Parlamento, sintiendo la historia del movimiento anarquista en mis propias carnes. ¿Cuántas veces habré visto esta calle en los vídeos sobre los disturbios atenienses? Y ahora estoy yo allí de pie mientras mi compañera, también anarquista, me explica diferentes historias del bloque anarquista en las manifestaciones en Syntagma.

Más tarde, siguiendo a unos canes, soy conducido a Exarchia, que queda muy cerca del Parlamento. Exarchia es un barrio donde uno se quedaría a vivir sin pensarlo dos veces. De calles estrechas y caóticas, todas las paredes están cubiertas con murales políticos y consignas anti-Estado. En cierto sentido se parece al barrio madrileño de Lavapiés, pero Exarchia tiene sin duda mucho más contenido político visible. Les anarquistas okupan un parque en la plaza de Exarchia donde han colocado un par de pancartas libertarias. Las cafeterías están llenas de estudiantes y jóvenes que se toman un café tras las clases. Todo el barrio parece una okupa libertaria. No exagero cuando digo que todas las paredes están cubiertas con eslóganes políticos y graffitis muy artísticos. Pero lo que más me impresiona es la callejuela donde el joven Alexis fue asesinado por los matones del Estado en 2008. Allí una gran placa con su fotografía y un montón de rosas rojas le recuerdan.

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Me tiro un buen rato paseando arriba y abajo, pidiendo a mi compañera que me traduzca este graffiti o ese otro cartel propagandístico. Y por el camino más indigentes, personas con problemas de droga, y mujeres con niños pidiendo en las esquinas—si bien es cierto que éstas últimas se encuentran sobre todo en los límites de Exarchia, donde se encuentra una de las principales vías comerciales, una de esas con tiendas caras. Mi compañera me cuenta que la policía empezó hace tiempo a mover a les drogodependientes a los barrios más contestatarios para que la presencia policial estuviera más justificada. Además, de paso crean uno que otro problema a les jóvenes libertaries del barrio, sobre todo a las mujeres, quienes a veces tienen problemas al pasear solas por el barrio de la facultad de Derecho y Políticas.

Termino mi visita en una de las cafeterías favoritas de mi compañera, que al parecer se las conoce todas. Es un local anarquista donde se suelen juntar los grupos más radicales antes y tras los disturbios. Tomando un “frapé”—que es un gran vaso de café instantáneo, con azúcar y hielo, agitado para crear una densar espuma, algo muy “de moda” entre les jóvenes parece ser—me doy cuenta de algo: en menos de cuatro horas uno se da cuenta de los problemas que respira el país. El gran número de indigentes y gente pidiendo, vendiendo, o trapicheando en la calle es alarmante. Pero igualmente preocupante es la presencia de los maderos, quienes se pasean por las calles con las metralletas entre las manos como si fuera una película americana.

Mañana me espera un gran día: Acrópolis y más Exarchia. Si todo va bien llegaré a tiempo a una reunión en una okupa libertaria a la cual he sido invitado. Digo si todo va bien porque el tráfico estará insoportable dado que viene Hollande de visita a Atenas…

PD: la crisis se ve bien en las calles céntricas de la ciudad, pero luego a la noche, un lunes, los bares estaban a rebosar de clientes jóvenes. Y no exagero si digo que no he visto tanta gente bebiendo en una misma noche, ni en Madrid un viernes tras exámenes. ¡Ah! En Atenas dejan fumar dentro de los locales, aunque no estoy muy seguro de hasta qué punto esto está amparado por la legalidad vigente. Que le den a la legalidad, estamos en Atenas.

Nota: dado que no soy muy aficionado a la fotografía, ninguna de las fotos es mía.

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