Paseando por Atenas (III)

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Hoy publico mis experiencias del martes y miércoles—recordad que el segundo texto es solamente una parte del miércoles. En esta entrega podréis recorrer la Acrópolis, los barrios colindantes, Exarchia de nuevo, y un centro social okupado llamado Nosotros.

Acrópolis

Athens_Acropolis

La Acrópolis seguramente sea la mayor atracción turística de la ciudad de Atenas. El museo, que es nuevo y está a los pies de la colina, se puede visitar con detalle en unas tres horas. La entrada cuesta doce euros, pero por cosas de leyes europeas, les universitaries de la Unión entran gratis—así que paso con mi entrada en la mano y una gran sonrisa en el rostro, que no me hace gracia apoquinar doces euros.

Si la entrada me sale gratis el café en la cafetería de museo es otra cosa—siete euros por dos cappuccinos. Eso sí, las vistas son inmejorables porque todo el café da directamente a la colina de la Acrópolis. Hace un sol radiante y una ligera brisa que nos acaricia según subimos la colina por el parque público. El lugar está rodeado de casas antiguas que rezuman poder adquisitivo, de hecho mi compañera me explica que son de las casas más caras de toda Atenas—eso salta a la vista. En uno de estos lujosos edificios que tienen como vecina más próxima a la Acrópolis, una bandera del Estado español hondea tímidamente. Es la embajada—o una oficina de la misma, no estoy yo para leer chorradas. Es lo que tiene tener una reina griega, que te da el derecho de adquirir el mejor edificio de la ciudad para tus asuntos internacionales.

El parque que duerme a los pies de la colina es precioso. Está lleno de pequeños felinos callejeros que te miran con ojos atentos desde los árboles. Pero en medio de todo este despliegue de lujos, la pobreza vuelve a aparecer en Atenas. Mujeres mayores venden diez postales a un euro para ganarse la vida. Con voz quebradiza y toda una plétora de vivas y alabanzas a Atenas soy ofrecido un set de postales, el cual adquiero gustoso porque en el museo las postales estaban a cincuenta céntimos cada una—y no podían ser más feas, todo sea dicho.

De la Acrópolis diré poco más porque podéis leer la historia en Wikipedia—he dejado el link más arriba. Simplemente mencionar que desde las alturas se puede divisar toda la ciudad en su máximo “esplendor.” Yo me sorprendo ante la apariencia de la ciudad, muy distinta a mi Madrid natal. Mi compañera suspira y dice que desde aquí arriba “te das cuenta realmente de que Atenas es una bestia.” Me paro a pensarlo dos veces y le veo el sentido: una bestia de casas blancas—y más bien viejas—que se extiende devorando el paisaje tan bonito que la rodea con mordiscos de asfalto y hormigón. La ciudad, contando el área metropolitana, no llega a los cuatro millones, pero desde la Acrópolis me parece mucho más grande que Madrid—que tiene más o menos la misma población. Supongo que las colinas y montañas que rodean a la ciudad, más el mar en un costado, hacen crecer la densidad urbana. Lo dicho: Atenas la bestia blanca.

Anafiotika, Monastiraki

Anafiotika

Tras la Acrópolis soy guiado colina abajo  hacia una parte encantadora de la ciudad, un barrio de casas bajas, con jardines pequeños, y apiñadas en calles estrechísimas. Se llama Anafiotika en honor a una isla que se llama Anafi. La estampa me recuerda un poco a los pueblos Italianos, con grandes macetas de coloridas flores en las ventanas y puertas de colores. Las paredes están repletas de graffitis—de verdad, no he visto ciudad con tanta pintada en mi vida. Pocos de ellos son de carácter político. Casi no se ve ninguna consigna anarquista. En su mayoría las pintadas son obras muy artísticas: delfines, barcos, mariposas, Atenea con su escudo y lanza…

Bajamos el barrio, que está en la loma de la colina, y pasando por cafeterías muy apetecibles, llegamos a la plaza/barrio de Monastiraki, muy cerca del Ágora. Las calles se ensanchan aquí y mi compañera me indica uno de sus sitios favoritos para comer souvlaki, que viene a ser el “kebab” griego. Con la comida en las manos reanudamos nuestro camino calle abajo hacia Thissio, y para ello atravesamos un mercado en el que venden todo tipo de ropa, ajares, camisetas de fútbol, botas de montaña… Es algo así como el rastro de Madrid pero sin tenderetes. A lo largo de nuestro paseo por Monastiraki puedo ver un gran número de gente pidiendo dinero en la calle, sobre todo señoras con niñes en los brazos. Mucha de esta gente duerme tirada en el suelo de la plaza con el brazo estirado, tieso como un palo, sosteniendo el vaso de McDonald’s donde esperan recibir unos céntimos de euro.

Thissio, Keramikos

Llegamos a Thissio y el sol me achicharra con solemnidad—el tiempo está un poco loco estos días, llueve tan rápido como sale el sol para cegarte. En Thissio paseamos por una gran calle que da a la estación de metro. Una iglesia cercana y unas ruinas antiguas son la atracción del lugar, aunque mi compañera me cuenta que la gente suele venir a pasear y a tomar algo porque está a medio camino de Keramikos. En la plaza veo una gran congregación de sintecho que hablan jovialmente, aunque observo que varios de ellos están borrachos. Son hombres barbudos, de tez morena y ropa rota. Están sentados en el césped y escalinatas de la plaza, frente a un par de cafeterías con terraza donde varias familias europeas comen e intentan ignorar a sus “morenos” vecinos. Varios hombres de etnia gitana intentan vender cosas en la calle, y a esto que pasa un sacerdote ortodoxo con su larga barba, su sombrerete negro, y su sobria túnica a juego. Esto parece llamar la atención de les turistas.

Caminando por una ancha avenida rodeada de árboles se llega a Keramikos, donde se albergaba en su día el barrio de la alfarería. Desde el camino se pueden ver la ruinas que resisten al paso del tiempo, aunque no se puede bajar porque valla te impide el paso—así que me conformo con ver e imaginar que toco las columnas ruinosas.

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En la zona de Keramikos, me cuenta mi compañera, han desarrollado una de las zonas “para salir” más de moda de Atenas. El barrio gay se encuentra en la zona, y los bares y clubes modernos se apiñan por doquier. Son como las cinco de la tarde, y las terrazas están llenas de jóvenes “muy a la moda” tomando café y cerveza. Peinados estrafalarios, gafas de marca, camisetas muy apretadas… En la plaza unos chavales de origen inmigrante juegan al fútbol y las madres observan sentadas. Según me cuenta mi guía, el barrio tiene casas muy caras y casas viejas donde vive gente humilde. El barrio está formado por edificios de dos o tres plantas más bien concentrados, por lo que volvemos a las callejuelas estrechas. Los graffitis son de nuevo una atracción, y tanto preguntar por traducciones siento que mi compañera está a punto de soltarme un bofetón a ver si me callo de una vez. Tras un rato paseando decidimos coger el metro y volver a casa.

Exarchia, de nuevo

Tras la manifestación en la mañana del miércoles decidimos dar un largo paseo por el barrio de mi compañera y luego bajamos a Exarchia para tomar algo con unes amigues. Casi todo está cerrado—por la huelga, me explica Helena, una amiga. Las calles de Exarchia a la luz de las farolas pueden ser algo intimidatorias: callejones oscuros, pintadas artísticas, pero también agresivas, sombras escurriéndose en las esquinas… Pero con todo, el barrio es un lugar seguro, según asegura mi compañera. Las calles están medio-llenas de jóvenes—anarquistas por su vestimenta—que fuman y beben sentados o de pie. En la plaza principal se congrega el mayor grupo de jóvenes. Las motocicletas están aparcadas cerca de la gente—¡Atenas está llena de motocicletas! Los canes van de un lado para otro como quieren. Pasamos el jardín okupado y entramos en un bar abierto, uno de los pocos. Por si no he hablado antes del jardín okupado digo ahora un par de cosas: es un pequeño parque donde les anarquistas están plantando todo tipo de cosas y reformándolo para que sea un lugar bonito de encuentro. La entrada y la casita que hay dentro están cubiertas de consignas políticas y más graffitis artísticos. Todo en Exarchia te recuerda que estás en territorio subversivo.

Poco hay que contar de mi experiencia en el bar, rodeado de gente hablando en griego, sin enterarme de nada, y teniendo que recurrir a mi compañera o a les jóvenes que hablan inglés para poder abrir la boca. En mis cuatro días en Atenas he podido re-confirmar que les griegues son gente muy abierta, simpática, y amigable. Tienen un sentido del humor muy parecido al que yo consideraría “nuestro”, así que me entiendo muy bien con elles.

Tras despedirnos de les amigues de mi compañera nos dirigimos, hacia las doces de la noche, a un centro okupado llamado Nosotros. Es una casa de tres pisos en la que han montado un bar muy majo. El lugar es enorme, y las paredes, como no, están cubiertas de arte callejero—aunque no tan agresivo como en los muros de Exarchia. En el bar tienen mesas con tableros de juegos, libros, panfletos… incluso tienen un pequeño espacio para tocar música. Una futbolín preside otra habitación, y del piso superior no sé nada porque las puertas están cerradas—así que mi cotilleo finaliza aquí.

Según me comenta mi compañera, aquí en Nosotros se organizan conciertos pequeños, charlas, talleres, potlatchs, etcétera. De hecho, una simpática voluntaria en el bar me sugiere que me pase un día de estos a cocinar algo típico castellano. Le digo que van listos si quieren que les cocine algo, pero ella insiste y me dice que en la “cocina comunal” todo es bien recibido, esté bueno o malo, y que si tiene el añadido de ser “de fuera” pues que mucho mejor. Me lo pienso y acepto a medias con la condición de que no quiero quejas si la comida no gusta. Ella sonríe y me invita a pasarme cualquier día a la hora de la comida para cocinar.

Nos tomamos unas cervezas con un dulce típico de Grecia que la gente de la okupa ha preparado, y tras esto plegamos el ala y nos marchamos a casa. Un día muy interesante, sin duda. Mañana me espera un “tour político”, es decir, me van a llevar a ver varias okupas y a conocer las actividades que hacen allí. Atenas cada vez me gusta más.

PD: añadir que de vuelta a casa desde Exarchia tuvimos que pasar por el barrio de las universidades—donde se encuentra la facultad de Derecho y Ciencias Políticas, una de las más activas en el movimiento comunista. Aquí es donde decía el otro día que la policía ha metido a todos los elementos problemáticos del centro de la ciudad. Con tan sólo pasear por la avenida los puedes ver consumiendo, bebiendo, trajinando… Según me contaron el otro día, esto lo hacen para debilitar al movimiento juvenil que se solía encontrar allí, y que ahora, por ser demasiado peligroso, se han tenido que mover más al interior de Exarchia.

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