Patriotismo y estatismo

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Veo necesario, hoy por hoy y ahora por ahora, el de mencionar tal aspecto de cualquier sociedad, esto es, la sacrosanta idea de patriotismo y de su utilidad dentro de cualquier Estado. Siempre que me refiero sobre este aspecto en cualquier círculo u ámbito social, se le recibe bien con un silencio intencional, o con la respuesta ingenua y mal fundamentada de que solo el mal patriotismo -como el chauvinismo- es condenable, pero que el buen patriotismo es admirable y, todavía más, es un sentimiento moralmente elevado.

Se afirma generalmente que el buen patriotismo es el deseo de que nuestro Estado y pueblo posea todos los beneficios positivos posibles, sin que tales beneficios perjudiquen ni restrinjan el bienestar de naciones adyacentes. Y si se le preguntase a cualquier defensor del llamado buen patriotismo, si él solo quiere el buen comportamiento para sus compatriotas, seguramente te contestase que no, que quiere que tales comportamientos se extendiesen también a otros Estados. Curiosamente, esto no es patriotismo, sino justamente su reverso y opuesto. También afirman que la función de tal o cual patriotismo es la de preservar las peculiaridades de cada pueblo, pero, al contrario, sirve para fomentar la desunión entre pueblos. Los gobernantes se preocupan por que entre sus súbditos no se fortalezca ninguna relación de amistad, de manera que, mientras uno desconfía de otro, nada puedan preparar contra su dominio; por eso mismo siembran y fomentan las discordias entre sus súbditos.

Resulta que el patriotismo real que conocemos todos y que tiene tanta influencia sobre tantos, no es la adquisición de nuevas metas morales para nuestro pueblo únicamente, sino un sentimiento muy definido, que es el de ser preferente ante otro Estado y colectivo, y por consiguiente encierra en sí el deseo de conseguir para dicho Estado y pueblo las mayores ventajas posibles, y esto se consigue únicamente a costa de las ventajas y poder de pueblos ajenos. Parece bastante evidente que cualquier patriotismo es, entonces, perjudicial, inmoral y contraproducente, porque los patriotas viven en una ilusión perniciosa; la de creer que su pueblo es mejor que cualquier otro pueblo. A pesar de todo, muy pocos se percatan de los dañoso que pudiera llegar a ser el patriotismo en nuestros días.

Todo el progreso humano, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días, puede considerarse como un movimiento de la conciencia, tanto en los individuos como en las colectividades, desde las ideas inferiores hacia las más elevadas. Todo el camino recorrido por los individuos como por las colectividades, puede compararse a una serie de escalones, desde los más bajos, al nivel de la vida animal, hasta los más altos que ha alcanzado la conciencia humana en un momento dado de la historia. Cada hombre, como cada grupo homogéneo, nación o Estado, siempre ha subido y sube esta escalera de las ideas. Unos, en la humanidad, siguen avanzando, otros, quedan muy atrás, y otros -la mayoría- evolucionan siempre en una situación media entre los más avanzados y los más atrasados. Pero todos, en cualquier escalón que se hallen, siguen avanzando inevitablemente desde las ideas inferiores hacia las superiores. Y siempre, en cualquier momento, tanto los individuos como los grupos -los más avanzados, los intermedios y los atrasados- quedan en tres diferentes relaciones con los tres grados de ideas, en las cuales evolucionan. De un lado, para los individuos y para los grupos distintos, están las ideas del pasado, convertidas para ellos en absurdos e imposibles, como, por ejemplo, las ideas del canibalismo, del saqueo universal, el rapto de las mujeres y otras costumbres de las cuales no queda más que el recuerdo; y del otro lado, las ideas del presente, implantadas en la mente de los hombres por la educación, por el ejemplo y por la actividad de todo su ambiente; ideas bajo cuya influencia viven en un tiempo dado; las ideas de la propiedad, de la organización del Estado, del comercio, etc. Existen además las ideas del futuro, de las cuales algunas se aproximan a su realización y obligan a los individuos a cambiar su método de vivir, y a luchar contra los métodos viejos; tales ideas son en nuestro mundo, aquellas de la emancipación de los trabajadores, de la igualdad de las mujeres, etc.

Pero hay otros que no han empezado a luchar todavía contra las formas más antiguas de la vida, aunque están reconocidas, y éstas son, en nuestro tiempo las ideas (que llamamos ideales), de la abolición de la violencia, del sistema comunal de la propiedad o de una fraternidad general de los hombres. Por consiguiente, toda persona y todo grupo homogéneo de personas, en cualquiera nivel que se hallen, teniendo detrás de ellos las ideas caducas del pasado, y delante las ideas del futuro, están siempre en un estado de lucha entre las ideas moribundas del presente y las ideas del futuro que brotan a la vida. Generalmente sucede que, cuando una idea que ha sido útil y aún necesaria en el pasado, llega a ser superflua, cede el lugar, después de una lucha más o menos prolongada, a otra idea que hasta entonces había sido un ideal, y que de esta manera llega a ser una idea del presente.

Pero sucede a veces que una idea anticuada, ya reemplazada en la conciencia del pueblo por otra superior, es de tal naturaleza que su sostenimiento es provechoso para cierta gente que tenga la mayor influencia en la sociedad. Entonces ocurre que esta idea anticuada, aunque se halla en contradicción completa con toda la forma de vida superior a su alrededor, que en todos sentidos ha seguido modificándose, continúe todavía ejerciendo influencia sobre las personas y modificando sus actos. Esta retención de ideas antiguas siempre ha sucedido y sucede todavía, en la esfera de la religión. La causa es que los sacerdotes, cuya posición lucrativa depende de la antigua idea religiosa, haciendo uso del poder que tienen, mantienen el pueblo el culto de ellas. Igual cosa acontece, y por iguales razones, en la esfera política respecto a la idea patriótica, sobre la cual descansa toda dominación. Personas, para quienes es provechoso hacerlo, mantienen la idea por medios artificiales, aunque carezca actualmente de todo sentido y utilidad; y como estas personas disponen de los medios más poderosos para ejercer influencia sobre las otras, consiguen su objeto. En eso, a mi parecer, se encuentra la explicación del contraste extraño ante la idea anticuada del patriotismo y la tendencia de las ideas contrarias que ya han entrado en la conciencia colectiva.

Queda ya muy atrás los momentos en los que la idea de guerra y matanza era aceptada e incluso alabada. Un movimiento de conciencia, a lo largo de más de dos mil años, han hecho que estas ideas sean repudiadas por buena parte de la población mundial. Y sobretodo, destacar el papel que actualmente tiene la tecnología sobre el derrumbamiento y la oposición a tales ideas. Gracias al mejoramiento de los medios de comunicación y a la unidad de la industria, del comercio, de las artes y de la ciencia, las personas están tan ligadas entre sí, que el peligro de la conquista, de la masacre o el ultraje de un pueblo vecino ha desaparecido completamente, y todos los pueblos (los pueblos, pero no los gobiernos, se entiende), viven juntos en relaciones pacíficas, mutuamente ventajosas, amistosas, comerciales, industriales, artísticas y científicas, que no tienen necesidad de perturbar ni quieren perturbar. Por lo tanto, parece lo más natural que el sentimiento anticuado del patriotismo, -siendo superfluo e incompatible con el conocimiento al que hemos llegado de la existencia de la fraternidad entre personas de nacionalidades diferentes,- debe disminuir de más en más hasta desaparecer completamente. Y en cambio, y esto es lo que más me molesta y me preocupa, tal anticuado sentimiento patriótico no desaparece sino que, al contrario, aumenta cada vez más.

Los gobiernos, para tener una razón de su existencia, necesitan defender su pueblo contra los atropellos de otro; pero no son los pueblos los que quieren atacar ni atacan nunca a otro, y por lo tanto los gobiernos, lejos de querer la paz excitan la cólera de otros pueblos contra ellos mismos; y habiendo así excitado la cólera de los otros y agitado el patriotismo de su pueblo, cada gobierno asegura a su pueblo que se halla en peligro y que es necesario defenderle. De modo que los gobiernos, teniendo el poder en sus manos, pueden al mismo tiempo irritar a las otras naciones y excitar el patriotismo en su casa y hacen las dos cosas con empeño; ni pueden obrar de otra manera porque su existencia depende de obrar así. Si en tiempos anteriores fueron necesarios los gobiernos para defender sus pueblos contra los atropellos de otros pueblos, ahora, por el contrario, son los gobiernos los que perturban, artificialmente, la paz que existe entre los pueblos y provocan la enemistad entre ellos; tal es la moral de los Estados.

Pudo haber habido un tiempo en que fueron necesarios, cuando los malos resultados de ellos fueron menores que las consecuencias de quedar sin defensa contra vecinos organizados; pero ahora tales gobiernos no son necesarios y constituyen un mal mucho mayor que todos los peligros que utilizan para asustar a sus súbditos. No sólo gobiernos militares, sino gobiernos en general podrían ser, no diré útiles, sino inocuos, solo en el caso de que se formaran de personas buenas e inmaculadas. Pero el hecho es que los gobiernos, debido a la naturaleza de su actividad que consiste en ejercer actos de violencia, se componen siempre de los elementos más contrarios a la bondad. Se componen de los hombres más audaces, más sin escrúpulos y más pervertidos. Y en manos de tales gobiernos se entrega pleno poder, no solamente sobre propiedades vivas, sino también sobre el desarrollo moral y educacional.

Los hombres construyen tan terrible máquina de poder, y dejan posesionarse de ella a cualquiera que pueda (y las probabilidades son siempre de que se apoderará aquél que es moralmente el más indigno), se someten a él servilmente y se asombran después cuando resulta tanto mal. Temen a las bombas anarquistas y no tienen miedo de esta terrible organización que les amenaza continuamente con las calamidades e injurias más grandes. Para salvar a las personas de los males terribles que resultan de los armamentos y las guerras, que continuamente aumentan, no son congresos ni conferencias, ni tratados, ni tribunales de arbitraje, sino la destrucción de aquellos instrumentos de violencia que se llaman gobiernos y de los cuales resultan los mas grandes males que sufre la humanidad.

Para destruir la violencia gubernamental, solo se necesita una cosa, y es que lleguemos a comprender que el sentimiento de patriotismo sólo sostiene dicho instrumento de violencia; y es pues, un primitivo, indigno y pernicioso sentimiento y que, sobre todo es inmoral. Es un sentimiento primitivo, grosero, porque es únicamente natural en las gentes colocadas en el nivel más inferior de la moralidad, y que no esperan más de las otras naciones sino aquellos ultrajes que ellos mismos están dispuestos a cometer contra ellas; es un sentimiento pernicioso porque perturba las relaciones ventajosas, alegres y pacíficas con los otros pueblos, y sobre todo porque produce aquella organización gubernamental bajo cuya dirección el poder puede caer y cae, en manos de los peores hombres; es un sentimiento indigno, porque convierte al hombre en esclavo, que gasta sus fuerzas y su vida en fines que no son los suyos propios, sino los de su gobierno; y es un sentimiento inmoral, porque en vez de declararse alguien libre dirigido por su propia razón, estando cada uno bajo la influencia del patriotismo, se declara hijo de su patria y esclavo de su gobierno, y comete actos contrarios a su razón y a su conciencia.

Sólo es necesario que el pueblo llegue a comprender eso, y la traba terrible que llamamos gobierno y que nos tiene atados caerá deshecha por sí sola, sin lucha; y con ella desaparecerán los males tan inmensos que produce.

Radix

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