Por la destrucción de la moderación

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Una de las ideas más manidas en esto que llamamos democracia liberal es aquella del “término medio.” Maldito el día en el que Aristóteles dijo, con precisión matemática, que la virtud se encuentra allá entre los dos extremos, en el “término medio.” Y así nos inculcan el “término medio” por medio de la escuela autoritaria, de los anuncios de televisión, de los discursos vacíos de les polítiques… Todo rezuma “término medio” en democracia liberal.

Desde chiques nos enseñan a evitar los extremos. Nos dicen “ni muy a la izquierda, ni muy a la derecha.” Ésa parece ser la fórmula divina para un gobierno perfecto. Nos cuentan que “el término medio nos permite obtener lo mejor de los extremos sin contagiarte de lo malo”—que para algo son extremos, oiga. Y cuando nos creemos el cuento nos olvidamos que, tal vez, por alguna remota casualidad, resulte que el dichoso “término medio” sea otro extremo—usando la concepción que la democracia liberal da al término. ¿Acaso no es el “término medio” de la democracia burguesa la que causa que más del 50% de jóvenes en España no tenga empleo? ¿No es el maldito “término medio” el que hace pensar que los ataques del 11-S fueron cosas de terroristas, pero la invasión de Afganistán e Iraq no lo fueron? ¿No es el “término medio” el que produce el hambre en el hemisferio sur del planeta?

Maldito “término medio.”

Así nos olvidamos que vivir en una sociedad que mantiene a la inmensa mayoría esclava no es extremo. Nos olvidamos que una sociedad que reproduce las mismas desigualdades a lo largo de los siglos no es extremo. Nos olvidamos que los seres humanos somos capaces de organizarnos y ser felices sin necesidad de Estado, polítiques, o policía para mantener el orden.

No penséis que esto pasa solamente fuera del movimiento anarquista. Dentro de nuestra gran familia también encontramos ideas que, a mi parecer, tienen mucho que ver con esto del “término medio.” Aquelles que defienden una postura radical en el movimiento anarquista tienen una ventaja sobre el resto de personas. Si establecemos que la realidad material impone límites a nuestras acciones y pensamientos, mediante la radicalidad de nuestras existencia podemos demostrar que dichos límites se pueden romper y superar. Así, cuando el movimiento por los derechos civiles rompió con todos los esquemas de la sociedad estadounidense de una forma radical para la época, elles demostraron que los extremos no existen en realidad. Y si los extremos no existen, el “término medio” tampoco lo hace, pues ¿qué sentido tiene hablar de “término medio” cuando las personas rompen con los límites extremos de nuestra realidad?

El reto, y la propuesta de este texto, es aplicar esa ruptura con los extremos en todos los aspectos de nuestra vida diaria. En vez de estar esperando a otro 1936 u otro 1968, ahora mismo podríamos estar superando los extremos categorizados por la sociedad. Mediante la radicalización de la cotidianidad erradicamos del mapa la absurda idea de que existen extremos y “término medio.”

¿Para qué esperar a otro 1848 si podemos vivirlo hoy mismo a nuestra manera?

No obstante, nada de esto significa que haya una única manera de radicalizar la vida cotidiana. Y he aquí lo bonito de la propuesta más radical del anarquismo insurreccionalista—lo que en ciertos círculos estadounidenses se ha venido a llamar “maximum ultraism.” Dado que lo “radical” se refiere a la “raíz” de algo, podemos establecer que cada individuo puede tener una manera específica de ser radical, de romper con el apaciguador “término medio” mediante la superación de lo extremo. Así pues, el oficinista de clase media puede superar su condición alienada cuando empieza a expropiar material de oficina para repartirlo entre les chiques de su vecindario. La cajera del gran supermercado puede ser radical al separar en distintas bolsas la comida que puede ser comida por otras personas y que de otra forma acabaría mezclada con productos de limpieza en el mismo contenedor de basura.

De esta manera, el “término medio” se convierte en una ficción pues los extremos se pueden redefinir constantemente. Algunes encontrarán su camino en la quema de oficinas bancarias; otres lo encontrarán en la pequeña expropiación de material de oficina. Sea como sea, cada persona que decida romper con las cadenas invisibles que nos atan, al estar atacando la raíz del problema, estará siendo radical.

El gran problema en el movimiento anarquista viene cuando diferentes grupos con diferentes formas de “romper nuestras cadenas” empiezan a dogmatizar su propia postura y referirse al resto como “ignorantes” o “extremistas.” Y esto se aplica al insurreccionalismo que acusa de reformista al anarco-sindicalismo, y al anarco-sindicalismo que acusa al insurreccionalismo de violento y destructivo. ¿Cuán beneficioso sería para todes les anarquistas aceptar que pueden existir anarquistas con diferentes formas de superar la realidad que nos oprime, y que todes podemos “remar” hacia la misma orilla de distintas maneras?

Pero esto da para otro tema que será tratado en el siguiente artículo. Hasta entonces, tratemos de encontrar nuestra propia radicalidad.

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