¿Por la República y el Socialismo?

Por Lus
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Hoy por 86º año consecutivo, en España conmemoramos la proclamación de la II República. Quedan en nuestra memoria todas aquellas personas que lucharon por la libertad y la democracia, y más todos esos trabajadores y trabajadoras que lucharon por mejorar sus condiciones de vida. Por supuesto, no dudamos de que la II República haya traído avances, así como que tampoco olvidamos los retrocesos. Pero hoy no quiero hacer otro artículo histórico más de los miles que hay, sino ofrecer una lectura en clave estratégico respecto a lo que hoy vivimos. No es tiempo de discusiones ideológicas sobre el pasado, ni idealizar aquella época ni demonizarla. Podríamos quizás extraer lecciones de esa historia y saber de dónde venimos.

Una mirada hacia el presente nos dice ya muchas cosas: somos el segundo país del mundo con más fosas comunes sin exhumar detrás de Camboya, tenemos una monarquía herencia de Franco, los torturadores franquistas siguen impunes, las víctimas del franquismo están silenciadas… y el caso de la condena a Cassandra por unos chistes sobre Carrero Blanco mientras indemnizan a un nazi por haberle destruido su arsenal demuestran que el Estado profundo de España sigue siendo franquista. Toda esta herencia más la entrada del neoliberalismo (gracias a Felipe González) hace que hoy estemos en una coyuntura difícil para la clase trabajadora.

Actualmente, la monarquía española ya no está siendo tan bien vista como en tiempos de bonanza. Dicha monarquía representa además a esa España de los vencedores que hicieron un pacto de silencio durante la transición y lo que hoy llamamos el Régimen del ’78. Todo apunta a que España posee un déficit democrático. La reivindicación de un Estado republicano se podría leer de muchas maneras, pero en España, se toma como una república de izquierdas, al contrario que en EEUU que es conservadora. Entonces, si hacemos una lectura de la III República como un modelo de Estado socialista y no un Estado liberal, podríamos decir algo más sin caer en lo puramente ideológico. No obstante, en esta coyuntura de crisis permanente y globalización, un Estado socialista como tal en Europa sería un imposible. Como mucho podría llegarse a una república social-liberal con mayor o menor grado de depuración de elementos franquistas en las instituciones. No obstante y por otro lado, estos debates y reivindicaciones se queden en el plano institucional y seguramente sea así. Hablar de modelos de Estado y pretender cambiarlo jugando al juego institucional es malgastar tiempo y fuerzas en falsas ilusiones, ya que las relaciones de poder actuales claramente nos ponen en desventaja con respecto a la derecha en este país.

Entonces, ¿qué falta aquí? Al hablar de política a nivel macro o estatal, nos estamos olvidando de las luchas en las calles y de la política del día a día en los barrios y en los centros de trabajo. Aquí es donde querría yo incidir y pienso que estamos cayendo en el mismo error del cambio en las instituciones antes de tener un movimiento popular fuerte y capaz de marcar agenda en las políticas a nivel estatal. Reivindicar una república socialista sin construir pueblo es construir la casa por el tejado. No haremos más que perder el tiempo. Los ejemplos están a la orden del día:

—En Grecia, el triunfo de Syriza no impidió que finalmente los sectores más radicales del partido se dieran de baja y Syriza acabe reculando, agachando su cabeza ante la Troika y vendiendo las infraestructuras del país a Alemania.

—Los Estados socialistas como Cuba o Venezuela, a pesar de sus avances a nivel social con respecto a países capitalistas occidentales (Sanidad Pública, Educación, programas de investigación, lucha contra el hambre…), están caminando hacia el liberalismo en vez de profundizar en el socialismo.

—La coalición de izquierdas en Portugal está aplicando recetas keynesianas para reducir el impacto de la crisis pero no van a acabar con el capitalismo en sí. Es cierto que su economía ha mejorado pero aún tienen una deuda pública considerable.

—Las medidas de los ayuntamientos del cambio encuentran mucha dificultad para aprobarse ya que PP, PSOE y Cs se ponen de acuerdo para bloquearles. Y qué decir de políticas que no satisfacen lo que recogen sus programas electorales, como la lamentable política de vivienda de Carmena que no solucionan los casos de alquileres y ocupaciones o las políticas deficitarias para hacer frente al turismo masivo en Barcelona.

Estos pequeños ejemplos, a excepción de Venezuela que tiene oposición interna del país apoyada internacionalmente para acabar con lo poco que le queda de socialismo, denotan que ante la falta del pueblo como sujeto político, la izquierda en las instituciones es incapaz de implementar sus programas políticos. Incluso Podemos ha tenido que renunciar a muchas reivindicaciones más o menos radicales para poder entrar en las instituciones. Sin embargo, en el caso de existir un movimiento popular fuerte, las cosas ya no son las mismas:

—El ejemplo más claro que tenemos es el movimiento de liberación kurdo. Como ya sabemos, dicho movimiento articulado en torno al PKK y bajo el proyecto político del confederalismo democrático, ha logrado en Rojava crear una nueva institucionalidad democrática, no un nuevo Estados-nación, sino una administración basada en la democracia directa. En Turquía, la coyuntura es distinta pero sigue habiendo una fuerte presencia del movimiento kurdo en Bakur (la parte del Kurdistán que está dentro de las fronteras turcas), el cual llevó candidaturas en coalición con la izquierda turca bajo el partido HDP al parlamento, además de conseguir alcaldías en los pueblos de mayorías kurdas.

—Otro caso similar pero sin estar en un contexto de guerra lo podemos ver en la Izquierda Libertaria de Chile y su programa de ruptura democrática, que consiste básicamente en enviar candidaturas para desestabilizar la política institucional tras tener un movimiento popular articulado.

—No estaría demás aquí mencionar al CNI (Congreso Nacional Indígena). Una candidatura a la presidencia de México formada por las voces de las luchas indígenas del país para romper el silencio mediático y avanzar en sus luchas.

Por contra, un movimiento popular fuerte que no tenga un proyecto político a nivel macro o sin tenerlo bien definido y articulado, puede igualmente ser derrotado por la oposición que esté mejor articulada políticamente o esté copando las instituciones. Hay unas ideas simples y lógicas detrás de todo esto: uno, que no es suficiente con tener músculo en los barrios y en lo cotidiano. Dos, que hace falta un programa para lo macro para darle proyección y legitimidad a todas las luchas sociales. Y tres, que no tiene sentido que gobierne el enemigo teniendo un movimiento popular fuerte con capacidad para implementar su proyecto político. Como solo se destruye lo que se sustituye, es necesario crear una nueva institucionalidad democrática y bajo un proyecto político socialista libertario que supere las instituciones burguesas. Pero como esta nueva institucionalidad choca radicalmente con las del enemigo de clase, es preciso derribarlas, copando así todo el espacio político posible por parte de la clase trabajadora y el pueblo, como es hoy Rojava.

Y volviendo al tema de la República con estos ejemplos expuestos, primero hemos de dejar atrás el folclore, los moralismos y las discusiones ideológicas, para comenzar a hacer lecturas en el presente en clave político-estratégico para la coyuntura en el Estado español: el ciclo de movilizaciones del 15M ha terminado con el ‘asalto institucional’, y tras ello, hemos dejado atrás también el ciclo electoral de las municipales y generales. Las calles se han vaciado bastante y ya no volveremos a las grandes movilizaciones de hace unos años, pero tenemos ejemplos de luchas potentes como la del Correscales y los estibadores. Nos queda por delante reactivar un nuevo ciclo de luchas que supere la periodicidad de las movilizaciones por las movilizaciones y el activismo por el activismo. Ahora nos es prioritario construir pueblo como sujeto político fuera de las instituciones más que hablar de sustituir un rey por un jefe del Estado civil. Cuando hayamos construido ese movimiento popular, podremos hablar de ruptura democrática.

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