No
vemos
por
dónde
comienza
una
insurrección.
Sesenta
años
de
pacificación,
de
suspensión
de
los
cambios
históricos,
sesenta
años
de
anestesia
democrática
y
de
gestión
de
los
acontecimientos
han
debilitado
en
nosotros
una
cierta
percepción
abrupta
de
lo
real.
Para
empezar,
debemos
recobrar
esta
percepción.
Es
inútil
protestar
legalmente
contra
la
implosión
consumada
del
marco
legal.
Es
preciso
organizarse
en
consecuencia. [1]
No
hay
que
comprometerse con
tal
o
cual
colectivo
ciudadano,
en
éste
o
aquel
callejón
sin
salida
de
la
extrema
izquierda,
en
la
última
impostura
asociativa.
Todas
las
organizaciones
que
pretenden
contestar
el
orden
actual
tienen,
como
los
fantoches,
la forma,
las
costumbres
y
el
lenguaje
de
un
Estado
en
miniatura.
Todas
las
veleidades
de
“hacer
de
la
política
otra
cosa”
nunca
contribuyeron,
hasta
hoy,
más
que
a
la
extensión
de
los
seudópodos
estatales. No
hay
que
reaccionar a
las
noticias
diarias,
sino
comprender
cada
información
como
una
operación
que
descifrar
en
un
campo
hostil
de estrategias,
operación
concerniente
a
suscitar
en
tal
o
cual
lugar,
tal
o
cual
tipo
de
reacción;
y
efectuar
esta
operación
para
conocer
la
información
veraz
que
está
contenida
en
la
información
aparente.
No
hay
que
esperar más (una
calma,
la
revolución,
el
Apocalipsis
nuclear
o
un
movimiento
social).
Esperar
todavía,
es
una
locura. Es de vital importancia entender el hecho de que el Estado se está organizando dentro de una realidad social que tiende hacia una forma siempre más estática, rígida e irreversible, contra la cual será cada vez más difícil combatir.
La
catástrofe
no
es
lo
que
llega
sino
lo
que
ya
está
ahí.
De
ahora
en
adelante
nos
situamos
en el
movimiento
de
desplome
de
una
civilización.
Tenemos
que
tomar
partido. No
esperar
más,
es,
de
una
u
otra
manera,
entrar
en
la
lógica
insurreccional.
En esta realidad que se forma ante nuestros ojos, es cada vez más evidente y necesario hacer algo, aquí y ahora, no cuando todos estemos encerrados por completo en el proyecto de control del capital y del Estado. Es
escuchar
de
nuevo,
en
la
voz
de
nuestros gobernantes,
el
ligero
temblor
del
terror
que
nunca
les
abandona.
Pues
gobernar
nunca
fue
otra
cosa
que
aplazar
con
mil
subterfugios
el
momento
en
el
que
el
pueblo
les
colgará,
y
todo
acto
de
gobierno
no
es
más
que
un
modo
de
no
perder
el
control
de
la
población.
Partimos
de
un
punto
de
aislamiento
extremo,
de
extrema
impotencia.
Todo
está
construyendo
un
proceso
insurreccional.
Nada
parece
menos
probable
que
una
insurrección,
pero
nada
es
más
necesario.
Constituirse
en
comunas.
La
comuna
es
lo
que
pasa
cuando
los
seres
se
encuentran,
se
escuchan
y
deciden
caminar
juntos.
La
comuna,
puede
ser
lo
que
se
decide
en
el
momento
en
que
sería
habitual
separarse.
Es
la
alegría
del
encuentro
que
sobrevive
al
agobio de
rigor.
Es
lo
que
hace
que
se
diga
“nosotros”
y
que
sea
un
acontecimiento.
Lo
que
es
extraño
no
es
que
seres
que
concuerdan
formen
una
comuna
sino
que
se
separen.
¿Por
qué
no
se
multiplicarían
hasta
el
infinito?
En
cada
fábrica,
en
cada
calle,
en
cada
pueblo,
en
cada
escuela.
¡Finalmente,
el
reino
de
los
comités
de
base!
Pero
comunas
que
aceptasen
ser
lo
que
son
allí
donde
lo
son.
Y
si
es
posible,
una
multiplicidad
de
comunas
que
sustituyesen
a
las
instituciones
sociales:
la
familia,
la
escuela,
el
sindicato,
el
club
deportivo,
etc.
Comunas
que
no
temiesen,
más
allá
de
sus
actividades
propiamente
políticas,
organizarse
para
la
supervivencia
material
y
moral
de
cada
uno
de
sus
miembros
y
de
todos
los
extraviados
que
les
rodean.
Comunas
que
no
se
definiesen
(como
hacen
generalmente
los
colectivos) por
un
dentro
y
un
afuera,
sino
por
la
densidad
de
los
lazos
en
su
interior.
No
por
las
personas
que
les
compongan
sino
por
el
espíritu
que
les
anima. Una
comuna
se
forma
cada
vez
que
algunos,
liberados
de
la
camisa
de
fuerza
individual,
se
comprometen
a
no
contar
más
que
con
ellos
mismos
y
a
ajustar
su
fuerza
a
la
realidad.
Cualquier
huelga
salvaje
es
una
comuna,
cualquier
casa
colectivamente
ocupada
fundada
en
motivos
claros
es
una
comuna,
los
comités
de
acción
del
68
en Francia eran
comunas
como
lo
eran
las
aldeas
de
esclavos
negros
en
Estados
Unidos.
Toda
comuna
quiere
ser
su
propia
base.
Quiere
resolver
la
cuestión
de
las
necesidades.
Quiere
romper,
al
tiempo
que
cualquier
dependencia
económica,
cualquier
sujeción
política
y
degenera
desde
que
pierde
el
contacto
con
las
verdades
que
la
fundan.
Existen
todas
clase
de
comunas,
que
no
esperan
ni
la
fama,
ni
a
los
medios,
ni
todavía
menos
al
“buen
momento”
que
nunca
llega,
para
organizarse.
Hay
que
ganar
dinero
para
la
comuna,
de
ninguna
manera
por
"ganarse
la
vida", es decir, mediante el trabajo asalariado.
Todas
las
comunas
tienen
cajas
negras.
Las
combinaciones
son
múltiples.
Existen
los
subsidios,
las
bajas
por
enfermedad,
las
bolsas
de
estudios
acumuladas,
las
primas
obtenidas
por
los
partos
ficticios,
los
tráficos
y
muchos
otros
medios
que
nacen
de
cada
cambio
del
control.
No
nos
tienen
a
nosotros
para
defenderles,
ni
nosotros
(podemos)
instalarles
en
los
abrigos
de
la
fortuna
o
mantenerles
como
un
privilegio
de
iniciado.
Lo
que
es
importante
cultivar,
difundir,
es
esta
necesaria
disposición
al
fraude
y
a
compartir
las
innovaciones.
Un
mundo
que
se
proclama
tan
abiertamente
cínico
no
podía
esperar
ninguna
lealtad
de
los
proletarios. Para
el
común,
la
cuestión
del
trabajo
no
se
plantea
sino
en función
de
los
demás
ingresos
posibles.
No
es
necesario
descuidar
los
conocimientos
útiles
que
el
ejercicio
de
ciertos
oficios,
formaciones
o
buenos
empleos
nos
procuran. La
exigencia
de
la
comuna
es
la
de
liberar
para
cualquiera
el
mayor
tiempo
posible. Exigencia
que
no
se
contabiliza,
no
esencialmente,
en
número
de
horas libres
de
cualquier
explotación
salarial.
El
tiempo
liberado
no
nos
da
vacaciones.
El
tiempo
ocioso,
el
tiempo
muerto,
el
tiempo
del
vacío
y
del
miedo
a
la
vida,
es
el
tiempo
del
trabajo.
En
adelante
no
hay
un
tiempo
que
llenar,
sino
una
liberación
de
energía
que
ningún
“tiempo”
contiene;
líneas
que
se
dibujan,
que
se
acentúan,
que
podemos
prolongar
en
el
ocio,
hasta
el
límite,
hasta
verlas
cruzarse
con
otras.
Saquear,
cultivar,
fabricar. Por
un
lado,
una
comuna
no
puede
contar
eternamente
con
el
“Estado
providencia”,
por
otro
no
puede
contar
con
vivir
mucho
tiempo
del
robo
de
productos,
de
la
recuperación
de
los
cubos
de
basura
de
los
supermercados
o
las
noches
en
los
depósitos
de
las
zonas
industriales,
de
la
malversación
de
subvenciones,
de
las
estafas
a
las
aseguradoras
y
de
otros
fraudes,
resumiendo:
del
pillaje.
Debe
preocuparse
pues
de
incrementar
permanentemente
el
nivel
y
la
extensión
de
su
auto‐organización.
El
sentimiento
de
la
inminencia
del
derrumbe
es
tan
viva
por
todas
partes
como
el
esfuerzo
por
enumerar
cada
experimento
en
curso
en
materia
de
construcción,
de
energía,
de
materiales,
de
ilegalidad
o
de
agricultura.
Existe
todo
un
conjunto
de
saberes
y
técnicas
que
sólo
espera
a
ser
saqueado
y
arrancado
de
su
embalaje
moralista,
canalla
o
ecologista.
Pero
este
conjunto
no
es
aún
más
que
una
parte
de
las
intuiciones,
de
las
habilidades,
del
ingenio
propio
de
las
chabolas
que
necesitaremos
desplegar
si
esperamos
repoblar
el
desierto
metropolitano
y
asegurar
la
viabilidad
de
una
insurrección
a
medio
plazo.
Formar
y
formarse. Nunca
será
muy
temprano
para
aprender
y
practicar
lo
que
tiempos
menos
pacíficos,
más
imprevisibles,
van
a
requerirnos.
Nuestra
dependencia
de
la
metrópolis
(de
su
medicina,
de
su
agricultura,
de
su
policía
) en
el
presente,
es
tal
que
no
podemos
atacarla
sin
ponernos
en
peligro.
Es
la
consciencia
no
formulada
de
esta
vulnerabilidad
la
que
provoca
la
espontánea
autolimitación
de
los
actuales
movimientos
sociales,
a
que
hace
temer
las
crisis
y
desear
la
“seguridad”.
Debido
a
ella,
las
huelgas
han
cambiado
el
horizonte
de
la
revolución
por
el
del
retorno
a
la
normalidad.
Deshacerse
de
esta
fatalidad
apela
a
un
largo
y
consistente
proceso
de
aprendizaje,
de
múltiples,
masivas
experimentaciones.
Se
trata
de
saber
pegarse,
saltar
cerraduras,
curar
fracturas
además
de
anginas,
construir
un
emisor
de
radio
pirata,
montar
comedores
en
la
calle,
aspirar
a
lo
justo,
pero
también
reunir
los
saberes
dispersos
y
constituir
una
agronomía
de
guerra,
comprender
la
biología
del
plancton,
la
composición
de
los
suelos,
estudiar
las
asociaciones
de
plantas
y
recobrar,
en
fin,
las
intuiciones
perdidas,
todos
los
usos,
todas
las
relaciones
posibles
con
nuestro
medio
inmediato
y
los
límites,
más
allá
de
los
cuales,
le
agotamos;
(hay
que
hacerlo)
desde
hoy
y
en
los
días
en
que
los
necesitemos
para
obtener
algo
más
que
una
parte
simbólica
de
nuestra
alimentación
y
de
nuestros
cuidados.
Crear
territorios.
Multiplicar
las
zonas
de
opacidad. El
territorio
actual
es
el
producto
de
varios
siglos
de
operaciones
policiales.
Se
ha
expulsado
a
la
gente
fuera
de
sus
campos,
después
de
las
calles,
después
fuera
de
sus
barrios
y
finalmente
fuera
de
los
patios
de
sus
edificios,
con
la
loca
esperanza
de
contener
cualquier
vida
entre
las
cuatro
pringosas
paredes
de
la
privacidad.
La
cuestión
del
territorio
no
se
plantea
para
el
Estado
como
para
nosotros.
No
se
trata
de
poseerle.
De
lo
que
se
trata es
de densificar
localmente
las
comunas,
las
circulaciones
y
las
solidaridades
hasta
el
punto
de
que
el
territorio
se
vuelva
ilegible,
opaco
a
cualquier
autoridad.
El
territorio
no
es
un
asunto
a
ocupar
sino
de
ser. Cada
práctica
hace
existir
un
territorio: territorio
del
trapicheo
o
de
la
caza,
territorio
de
los
juegos
infantiles,
amorosos
o
del
motín,
territorio
del
campesino,
de
la
ornitología
o
del
paseante.
La
regla
es
sencilla:
cuantos más
territorios
se
superponen
en
una
zona
determinada,
hay
mayor
circulación
entre
ellos,
y
el
Poder
encuentra
menos
posiciones.
Bares,
imprentas,
gimnasios,
solares,
librerías
de
viejo,
tejados
de
edificios,
mercados
improvisados,
kebabs,
garajes,
pueden escapar
fácilmente
a
su
vocación
oficial
a
poco
que
encuentre
suficientes
complicidades.
La
auto‐organización
local,
imponiendo
su
propia
geografía
a
la
cartografía
estatal,
la
confunde,
la
anula:
produce
la
propia
secesión de la autoridad.
Viajar.
Establecer
nuestras
propias
vías
de
comunicación. El
permanente
movimiento
entre
los
amigos
comunes
es
de
estas
cosas
que
les
protegen
del
desencantamiento
tanto
como
de
la
fatalidad
de
la
renuncia.
Acoger
a
los/as
compañeros/as,
tenerse
al
corriente
de
sus
iniciativas,
meditar
en
su
experiencia,
incorporar
las
técnicas
que
ellos
dominan
hace
más
por
una
comuna
que
los
estériles
exámenes
de
conciencia
a
puerta
cerrada.
Se
cometería
el
error
de
subestimar
lo
que
de
decisivo
puede
elaborarse
en
las
tardes
pasadas
confrontando
nuestras
visiones
sobre
la
guerra
en
curso.
Derribar,
poco
a
poco,
todos
los
obstáculos. Como
es
sabido,
las
calles
desbordan
groserías.
Entre
lo
que
son
realmente
y
lo
que
podrían
ser
está
la
fuerza
centrípeta
de
cualquier
policía,
que
se esfuerza
por
restablecer
el "
orden";
y
en
frente,
estamos
nosotros,
es
decir
el
movimiento
opuesto,
centrífugo.
No
podemos
sino
alegrarnos,
por
donde
quiera
que
surjan,
del
arrebato
y
el
desorden.
Rutilante
o
destrozado,
el
mobiliario
urbano materializa
nuestra
común
desposesión.
Perseverante
en
su
nada,
no
pide
realmente
sino
regresar.
Contemplamos
lo
que
nos
rodea:
todo
espera
su
momento,
la
metrópolis
adquiere
de
golpe
aires
melancólicos,
como
sólo
los
tienen
las
ruinas.
Que
se
conviertan
en
metódicas,
que
se
sistematicen,
y
los
incivilizados
se
agrupen
en
una
guerrilla
difusa,
eficaz,
que
nos
devuelva
a
nuestra
ingobernabilidad,
a
nuestra
indisciplina
primordiales.
Respecto
al
método,
retenemos
del
sabotaje
el
siguiente
principio:
un
mínimo
riesgo
en
la
acción,
mínimo
tiempo,
máximos
daños.
Es
inútil
extenderse
sobre
los
tres
tipos de
sabotaje
obrero:
ralentizar
el
trabajo; romper
las
máquinas
o
entorpecer
su
marcha;
divulgar
los
secretos
de
la
empresa.
Ensanchados
hasta
las
dimensiones
de
la
fábrica
social,
los
principios
del
sabotaje
se
generalizan
desde
la
producción
a
la
circulación.
La
infraestructura
técnica
de
la
metrópolis
es
vulnerable:
sus
flujos
no
sólo
consisten
en
el
transporte
de
personas
y
mercancías,
información
y
energía
circulan
a
través
de
redes
de
cables
y
de
canalizaciones,
a
las
que
es
posible
atacar.
Sabotear
con
alguna
consecuencia
la
máquina
social
implica
hoy
reconquistar
y
reinventar
los
medios
para
interrumpir
sus
redes.
¿Cómo
inutilizar
una
línea
del
TGV,
una
red
eléctrica?
¿Cómo
encontrar
los
puntos
débiles
de
las
redes informáticas,
como
interferir
las
emisiones
de
radio
y
convertir
en
nieve
la
pequeña
pantalla?
En
cuanto
a
los
obstáculos
serios,
es
mentira
tener
por
imposible
cualquier
destrucción.
Lo
que
tiene
de
prometéico
se
resume
en
una
verdadera
apropiación
del
fuego,
fuera
de
cualquier
ciego
voluntarismo.
En el
356
a
C.,
Eróstrato
quema
el
templo
de
Artemisa,
una
de
las
siete
maravillas
del
mundo.
En
nuestros
tiempos
de
consumada
decadencia,
los
templos
no
tienen
más
de
imponente
que
la
fúnebre
verdad
de
que
ya
son
las
ruinas.
Destruir
esta
nada
no
es
una
tarea
triste.
Hacerlo
devuelve
una
nueva
juventud.
Todo
adquiere
sentido,
todo
se
ordena
repentinamente;
espacio,
tiempo,
amistad.
Huir
de
la
visibilidad.
Regresar
al
anonimato
en
posición
ofensiva. La
visibilidad
está
en
huir.
Pero
una
fuerza
que
se
incorpora
en
la
sombra
nunca
puede
esquivarla.
Se
trata
de
aplazar
nuestra
aparición
como
fuerza
hasta
el
momento
oportuno.
Pues
cuanto
más
tarde
nos
encuentra
la
visibilidad,
más
fuertes
nos
encuentra.
Y
una
vez
ingresados
en
la
visibilidad,
nuestro
tiempo
está
contado.
O
estamos
en
disposición
de
pulverizar
su
reinado
en
breve
plazo
o
será
ella
quien
nos
aplaste
sin
tardanza.
Organizar
la
autodefensa. Vivimos
bajo
ocupación,
bajo
ocupación
policial.
Las
redadas
de
sin‐papeles
en
plena
calle,
los
coches
camuflados
surcando
las
calles,
la
pacificación
de
los
barrios
de
la
metrópoli
con
técnicas
forjadas
en
las
colonias,
las
declamaciones
del
ministro
del
Interior
contra
las
“bandas” nos
lo
recuerdan
cotidianamente. Son
suficientes
motivos
como
para
no
dejarse
atropellar,
como
para
enrolarse
en
la
autodefensa. En
la
medida
en
que
crece
y
brilla,
una
comuna
ve
poco
a
poco
las
operaciones
para
poder
apuntar
a
lo
que
la
constituye.
Estos
contraataques
toman
la
forma
de
la
seducción,
de
la
recuperación
y,
en
última
instancia,
la
de
la
fuerza
bruta.
La autodefensa
debe
ser
una
evidencia
colectiva
para
las
comunas,
tanto
en
la
práctica
como
en
la
teoría.
Impedir
un
arresto,
reunirse
rápidamente
en
gran
número
contra
los
intentos
de
expulsión,
esconder
a
uno
de
los
nuestros,
no
son
reflexiones
superfluas
para
los
tiempos
que
se
acercan.
No
podemos
reconstruir
nuestras
bases
sin
parar.
Que
se
deje
de
denunciar
la
represión,
que
se
prepare
todo
esto.
La
policía
no
es
invencible
en
la
calle,
simplemente
tiene
medios
para
organizarse,
entrenarse
y
probar
continuamente
nuevas
armas.
En
comparación,
nuestras
armas
siempre
serán
rudimentarias,
chapuceadas
y,
a
menudo,
improvisadas
sobre
la
marcha.
En
ningún
caso
pretenden
rivalizar
en
potencia
de
fuego
sino
que
tratan
de
mantenerles
a
distancia,
distraer
su
atención,
ejercer
una
presión
psicológica
o
abrirse
paso
por
sorpresa
y
ganar
terreno.
Cualquier
innovación
desarrollada
en
los
centros
de
entrenamiento
de
la
gendarmería
o de cualquier cuartel policial
no
basta
y
sin
duda
nunca
bastará
para
responder
con
suficiente
prontitud
a
una
multiplicidad
móvil
que
puede
golpear
en
varios
puntos
a
la
vez
y
que
siempre
se
ocupa
de
mantener
la
iniciativa.
Las
comunas
son
evidentemente
vulnerables
a
la
vigilancia
y
a
las
investigaciones
policiales,
a
la
policía
científica
y
a
los
servicios
secretos.
Las
oleadas
de
arrestos
de
anarquistas
en
Italia
y
de
ecoguerreros en
los
Estados
Unidos
han
sido
autorizadas
por
escuchas.
Cualquier
posible
detención
da
lugar
ahora
a
una
toma
del
ADN
y
engorda
un
fichero
cada
vez
más
completo.
Un
squatter
barcelonés
ha
sido
reconocido
porque
dejó
sus
huellas
en
las
octavillas
que
distribuía.
Los
métodos
de
ficha
mejoran
sin
cesar,
especialmente
gracias
a
la
biometría.
Y
si
el
carnet
de
identidad
electrónico
llegase
a
ser
puesto
en
práctica,
nuestra
tarea
sería
todavía
más
difícil.
La
Comuna
de
París
había
arreglado
en
parte
el
problema
del
fichaje:
quemando
el
Ayuntamiento,
los
incendiarios
destruían
los
registros
civiles.
Basta
con
encontrar
los
medios
para
destruir
para
siempre
las
bases
informáticas.
Una
escalada
insurreccional
no
puede
ser
más
que
una
multiplicación
de
comunas,
su
conexión
y
su
articulación.
Según
el
curso
de
los
acontecimientos,
las
comunas
se
fundan
sobre
entidades
de
mayor
envergadura
o
incluso
se
dividen.
Obstaculizar
la
economía,
pero
adaptar
nuestra
potencia
de
bloqueo
a
nuestro
nivel
de
auto-organización. Bloquearlo
todo,
es
en
adelante
la
primera
reflexión
de
todo
el
que
se
alce
contra
el
orden
presente.
En
una
economía
deslocalizada,
en
la
que
las
empresas
funcionan
por
flujo
tenso,
donde
el
valor
deriva
de
su
conexión
en
red,
donde
las
autopistas
son
los
eslabones
de
la
cadena
de
producción
desmaterializada
que
va
de
subcontrato
en
subcontrato
y
de
allí
a
la
cadena
de
montaje,
bloquear
la
producción
es
también
bloquear
la
circulación. Pero
no
se
puede
tratar
de
bloquear más
de
lo
que
permite
la
capacidad
de
abastecimiento
y
de
comunicación
de
los
insurgentes,
la
organización
eficaz
de
las
diferentes
comunas.
¿Cómo
alimentarse
una
vez
que
todo
está
paralizado?
Saquear
los
comercios,
como
se
hizo
en
Argentina,
tiene
sus
límites;
por
inmensos
que
sean
los
templos
del
consumo,
no
son
despensas
infinitas.
Adquirir
durante
la
vida
la
aptitud
para
procurarse
la
subsistencia
elemental
implica
entonces
apropiarse
de
sus
medios
de
producción.
Y
en
este
punto,
parece
inútil
esperar
mucho
tiempo.
Dejar,
como
en
la
actualidad,
al
dos
por
ciento
de
la
población
el
encargo
de
producir
los
alimentos
de
los
demás
es
una
estupidez
tanto
histórica
como
estratégica.
La
cuestión
para
una
insurrección
es
llegar
a
hacerse
irreversible.
La
irreversibilidad
se
alcanza
cuando
se
ha
vencido,
al
mismo
tiempo
que
a
las
autoridades
la
necesidad
de
autoridad,
al
mismo
tiempo
que
a
la
propiedad
el
placer
de
tener,
al
mismo
tiempo
que
a
toda
hegemonía
el
deseo
de
hegemonía.
Esto
sucede
porque
el
proceso
insurreccional
contiene
en
sí
la
forma
de
su
victoria
o
la
de
su
derrota.
En
materia
de
irreversibilidad,
la
destrucción
nunca
ha
sido
suficiente.
Todo
reside
en
el
modo.
Existen
maneras
de
destruir
que
inevitablemente
provocan
el
retorno
de
lo
que
se
ha
destruido.
Quien
se
encuentre
con
el
cadáver
de
un
orden
asegura
despertar
la
vocación
de
vengarle.
Por
eso,
donde
la
economía
está
bloqueada,
donde
la
policía
está
neutralizada
es
importante
hacer
el
menor
énfasis
posible
en
el
derrocamiento
de
las
autoridades.
Serán
depuestas
con
un
atrevimiento
y
una
ironía
escrupulosas.
Destituir
a
las
autoridades
locales. En
esta
época,
el
final
de
las
centralidades
revolucionarias
responde
a
la
descentralización
del
poder.
El
poder
ya
no
se
concentra
en
un
lugar
del
mundo,
es
el
propio
mundo,
sus
flujos
y
sus
avenidas,
sus
hombres
y
sus
normas,
sus
códigos
y
sus
tecnologías.
El
poder
es
la
propia
organización
de
la
metrópolis.
Es
la
impecable
totalidad
del
mundo
de
la
mercancía
en
cada
uno
de
sus
puntos.
Por
eso,
quien
le
derrota
localmente
produce
una
onda
de
choque
planetaria
a
través
de
las
redes.
¡Todo
el
poder
a
las
comunas!
Nota.
En consonancia con lo que se habla en el presente artículo, dejo tres libros [2] con el fin de expandir los conocimientos prácticos y útiles a la hora de "buscarse la vida" por uno mismo. Estos conocimientos pueden utilizarse tanto individualmente como colectivamente, y estoy seguro de que, para aquel que sepa apreciarlo, le aportarán habilidades fundamentales para la auto-organización. Los puntos que se tratan en los siguientes libros van desde la rehabilitación de una casa okupada, la manera de abrir una cerradura, hacer filtros de agua, estufas caseras, hornos de barro, hasta consejos sobre veganismo, falsificación de tickets del metro, serigrafía, higiene, propiedades terapéuticas de ciertos materiales, plantas medicinales, recetas variadas, pasando por seguridad básica de informática, permacultura, distintos trucos para robar y saquear, encuadernaciones, defensa personal y una infinidad más de conocimientos que pueden resultar muy útiles tanto en la vida cotidiana como en tiempos futuros más inciertos.
Radix
"Hazlo tú mismo" (Son dos partes): https://app.box.com/s/1d68t3y3fwliscx86qjn
"Manual de Okupación": http://www.okupatutambien.net/wp-content/uploads/2011/11/ManualOkupacion1aEd.pdf
[1] El texto original del que se ha extraído parte del artículo se titula también "La insurrección que llega". Ha sido modificado con el fin de reducir su extensión inicial.
[2] En caso de tener algún problema con los enlaces de descarga facilitados, dejad un comentario con un correo electrónico y se os pasarán ya descargados en formato PDF.