Somos soldados

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La propaganda de guerra, como el fenómeno comunicativo complejo que es, no puede ser entendida como una mera operación militar ejecutada durante los conflictos bélicos, sino que debe ser comprendida como una acción política más destinada a generar un determinado consenso social, aplicada por los poderes -generalmente el Estado- también durante los periodos pacíficos.

La significación del célebre aforismo de George Orwell la guerra es la paz -lema del Estado totalitario retratado en su distopía 1984- va más allá de ser un ejemplo de la manipulación del lenguaje por parte de los poderes, y puede interpretarse literalmente: la guerra es la paz, o mejor explicado, el Estado mantiene el estado de guerra -aunque mucho más sutil- también durante las épocas de paz. En Regeneración ya hemos apuntado algunas nociones de cómo los medios de comunicación y determinados grupos sociales vinculan la masculinidad y sus valores asociados (virilidad, valentía, heroísmo) al militarismo, por lo que en esta ocasión vamos a hacer un mayor énfasis en el Ejército -y, por ende, al Estado- como institución productora de imaginarios sociales.

Ya desde el siglo XIX Clausewitz (1999) consideraba prioritario enfocar la propaganda de guerra más a la opinión pública que al enemigo. El objetivo era claro: es más importante el respaldo popular que la desmoralización del enemigo. La guerra de Vietnam certificó las teorías del Mayor General prusiano, y desde entonces todos los ejércitos del mundo ahondaron aún más en desarrollar técnicas de persuasión para la retaguardia. Esta política de propaganda requiere necesariamente de un constante bombardeo -por utilizar la jerga militar- de mensajes en pos de la cohesión ideológica.

No es de extrañar, entonces, que el Estado promocione los valores militares de forma continuada. Adrián Huici (2010) considera dos fases fundamentales de la propaganda de guerra: persuadir al hombre común de que apoye o vaya a la guerra, y conseguir que una vez alistado -en sentido literal o figurado- sea capaz de matar o de aplaudir las muertes. De esta manera, la labor propagandística del Estado ha de ser meticulosa y concienzuda, amén de sostenida en el tiempo. Sólo así puede explicarse que, con toda naturalidad y ante la pasividad de gran parte de la población civil, un destacamento de tropas chilenas pueda pasearse por la región de Viña del Mar coreando marcialmente “argentinos mataré, bolivianos mutilaré, peruanos degollaré”. Desde las esferas de poder nos intoxican diariamente con mensajes xenófobos y militaristas para que seamos capaces de aceptar que nuestros ejércitos se entrenan diariamente en el odio y la crueldad.

Pero, ¿cuál es la labor de los medios de comunicación en todo esto? Independientemente de que estén más próximos al Gobierno de turno o no, suelen cerrar filas en torno a tales contravalores, y esta situación es coherente con la definición que Yehya (2008) aporta sobre la guerra sensorial, entendida como aquellas en las que participan fundamentalmente las clases más bajas de los países desarrollados. Actualmente, la burguesía y la clase trabajadora acomodada sólo tiene conocimiento de la guerra por lo que consumen mediáticamente. Es por ello por lo que los poderes destinan grandes recursos en presentar los conflictos bélicos de manera “aséptica, indeleble y prácticamente higiénica, sin muerte, dolor ni destrucción” (Sierra, 1997:61), ya que es este sector poblacional el que se encuentra más dispuesto a ejercer su derecho a voto y a integrarse en la dinámica de consumo del libre mercado; hay que mantener en calma al público. Asimismo, la propaganda debe aprovechar unos valores preexistentes y explotarlos para ser efectiva -rara vez genera valores de la nada– por lo que teniendo en cuenta que según Garrido Lora (2004) la persuasión organizada con fines bélicos tiene un mayor rendimiento sobre una población hastiada que sobre una participativa, la teoría de la alienación de la clase trabajadora tendría otra consecuencia más de las ya analizadas en su obra por Marx.

Frente a esta realidad, se hace imperiosa la necesidad de las personas anarquistas de confrontar contra el Ejército y el resto de instituciones derivadas en diferentes planos: en el físico, por supuesto, pero también en el de las ideas. Y no sólo contra el organismo en sí, sino dando a conocer nuestros postulados antiautoritarios y alertando a la sociedad del peligro que representan las políticas militaristas por su naturaleza embrutecedora. No es este un canto al pacifismo como acto reflejo, sino más bien una reflexión sobre los mecanismos cotidianos a través de los que el Estado trata de convertirnos en potenciales soldados desechables.

Adrián Tarín

Notas

-CLAUSEWITZ, Karl von (1998). De la guerra. Madrid: Ministerio de Defensa. Centro de publicaciones.

-GARRIDO LORA, Manuel (2004). “¿Qué valores humanos utiliza la propaganda en los conflictos?”; en HUICI MÓDENES, Adrián (Ed.). Los heraldos de acero. La propaganda de guerra y sus medios. Sevilla: Comunicación social ediciones y publicaciones.

-HUICI MÓDENES, Adrián (2010). Guerra y propaganda en el siglo XXI. Nuevos mensajes, viejas guerras. Sevilla: Ediciones Alfar.

-SIERRA CABALLERO, Francisco (1997). “Antecedentes y contexto político de la guerra total. La información, la propaganda y la guerra psicológica en Chiapas”; en SIERRA CABALLERO, Francisco (Ed.). Comunicación e insurgencia. Hondarribia: Hiru.

-YEHYA, Naief (2008). Guerra y propaganda. Medios masivos y mito bélico en Estados Unidos. Barcelona: Paidós.

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