De optimismos y pesimismos

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La historia de los Estados-nación modernos está plagada de manipulaciones viles: desde el caso Dreyfus en Francia hasta las últimas detenciones en el Estado español de cinco compañeres anarquistas. En casi todos, si no en todos, los casos los medios de comunicación han jugado una papel de suma importancia, pues son ellos los que manejan la opinión pública al sustentar una supuesta legitimidad informativa envuelta en un ficticio halo de veracidad e imparcialidad. No obstante, puede que esta vez no les salga el tiro como elles esperaban.

Desde que el mundo se agitara con la llamada Primavera Árabe, la cual precedió y sirvió de inspiración a otros movimientos sociales a lo largo y ancho del mundo—por ejemplo el 15M en el Estado español, el Occupy Movement en los EEUU, y otros muchos—, la conciencia social parece haber tornado mucho más flexible en cuanto a las definiciones que, desde el poder estatal, se aplican a cosas como “violencia” o “terrorismo.” De esta manera, hemos visto cómo amplios sectores de la sociedad española se han echado a la calle para gritar que “violencia es no llegar a fin de mes”, o que los “terroristas son bancos y banqueros.”

Estas muestras de crecimiento en la conciencia política de las personas han de ser recibidas con cierto optimismo. Tener una conciencia crítica, o un conato de la misma, implica disponer de un juicio superior a la hora de tratar los sucesos que acaecen en sociedad. Mientras que hace unos años se condenaba sistemáticamente a aquelles que el Estado definía como “terroristas”—véase el ejemplo de la kale borroka—, hoy pareciera que existe una cierta reticencia a tragarse todo lo que la televisión nos echa de comer. Vimos muestras grandísimas de apoyo a los mineros cuando marcharon hacia Madrid—a pesar de la criminalización que el Estado, usando a los medios de comunicación, intentó adjuntar a la causa minera. También vimos movimientos de solidaridad con Alfón cuando fue detenido en Madrid. Twitter anoche consiguió que la solidaridad con les anarquistas detenidos en Catalunya llegara a hashtag.

Algo ha cambiado en nuestras sociedades en los últimos años. La manipulación mediática que criminaliza la lucha social ya no es tan efectiva como antes. La policía ya no es esa “fuerza del orden” que protege a les ciudadanes. Los discursos del poder se ven así debilitados por la creciente conciencia alternativa que escapa a los medios de comunicación de masas y a la fábrica ideológica del Estado. Sin embargo, tampoco vamos a pecar simplemente de optimistas. Si bien es cierto que este cambio a nivel de conciencia ha hecho que mucha gente se movilice—influyendo también en aquellos sectores sociales entre las clases medias que antes de la crisis no concebían la actividad política en la calle como algo plausible—, todavía queda mucho por hacer. Es más, todavía queda lo más importante por hacer, diría yo.

El terreno se está preparando para la siembra: la gente es más receptiva a discursos alternativos; a ideas políticas que no dominan el Congreso o el Senado; incluso puede que a otras formas de vida. Es ahora cuando les anarquistas debemos presentar con fuerza nuestra alternativa de vida. La manipulación mediática puede que se haya debilitado, pero sigue estando ahí y llegado a cientos de miles de personas. No obstante, estamos personas tienen ahora una mosca en la oreja: el clamor de las manifestaciones en la calle, manifestaciones que ya no están frecuentadas solamente por aquelles “perro-flautas” que las clases medias tanto despreciaban cuando en la televisión algún programa hacía un reportaje sobre la “flora y fauna” de nuestras ciudades. El espectro social que acude a las manifestaciones de hoy en día se ha incrementado tanto que cualquiera fácilmente se puede sentir identificado—o al menos puede sentir aquella “mosca” detrás de la oreja.

Ahora que la gente ya no se cree que une es terrorista por tener un pasamontañas y un par de petardos en casa, es momento de practicar aquello de la inserción social. Aprovechar la apertura de conciencia torna en tarea urgente; hacer uso de esta debilitación del poder simbólico del Estado es fundamental para avanzar hacia la revolución social. Feminismo, ecologismo, veganismo, anarquismo… temas que antes podían levantar uno o dos muros defensivos en las mentes individuales, hoy por hoy están listos para ser debatidos y presentados a más amplios sectores sociales.

Ahora que la televisión y el Estado parecen haber sacado un pie fuera de nuestros salones, aprovechemos para meter el nuestro: desde abajo y compartiendo experiencias. La revolución social es social porque no trata solamente de tomar el poder político como otres quieren hacer. La revolución social se empieza desde dentro de une misme, en las mentes, y ahora que la crisis no es solamente económica sino también de valores—hasta cierto punto, claro está—, tenemos que movernos más que nunca.

De nosotres depende que algo nuevo nazca de esta situación de crisis. Si no nos movemos, elles, les que siempre han poseído el poder, harán como que cambian las cosas para que precisamente no cambie nada. Y entonces las conciencias críticas se apagarán de nuevo y se apoltronarán en el sofá una vez más. Y nosotres nos quedaremos donde siempre: en la marginación ideológica.

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