La educación como esclavitud excelente

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En Regeneración ya hemos tratado el tema del sistema educativo y su vinculación con el sistema capitalista (véase por ejemplo 1, 2, y 3). Sin embargo, leo el otro día una noticia en la prensa que pone la guinda a este pastel macabro llamado “sistema de clases.” Ya sabíamos que el sistema reproduce las diferencias de clase, que acentúa las desigualdades sociales, y que brinda mejores y más oportunidades a determinado tipo de estudiantes. Pero ahora viene Horacio Silvestre, director del Bachillerato de Excelencia de Madrid, y dice que les chavales se tienen que olvidar del amor para enfocarse solamente en el trabajo (lee aquí la noticia).

Ese engendro de la lucha de clases que creó Esperanza Aguirre, y al que le dio por llamar “Bachillerato de Excelencia”, está dirigido por un hombre que fue escogido a dedo por la administración del Partido Popular y que ahora suelta perlitas como que les alumnes deben centrarse en el trabajo y olvidarse de hacer huelga, ir a manifestaciones, y sobre todo olvidarse del amor, que eso requiere mucho tiempo (sic).

Mi indignación no viene, como la de un padre anónimo que sale mencionado en el artículo citado, por el trato infantil que el director le da a les alumnes de su centro. Mi indignación viene por la negación de la vida social de cualquier adolescente; por la imposición de la supuesta “virtud” del trabajo asalariado y del esfuerzo tedioso en conseguir un buen currículum para después obtener un buen puesto en una empresa envidiable. Como si quisiera devolver a la vida ese afán católico del sufrir y del esfuerzo terrenal en pos de una salvación divina, Horacio Silvestre reproduce el viejo discurso que se le viene inculcando a la clase trabajadora para mantenerla en su condición de esclavitud asalariada. Ese mismo discurso que ya le escuchamos al presidente de Mercado que llamaba a trabajar más, a producir más (se le olvidó decir que sus palabras iban guiadas por el bienestar de su bolsillo, no por el de les trabajadores).

De la misma manera, Horacio Silvestre quiere imponer (a base de recomendar a las madres y padres de sus alumnes) la doctrina ascética enfocada a la producción capitalista, la cual sobrevive en nuestra sociedad mediante los valores liberales que propugnan una vida social centrada en el individuo y su alienable derecho a ser individuo (es decir, su inalienable derecho a explotar y ser explotado). ¿Para qué te vas a enamorar si lo que tienes que hacer es ser el mejor de tu clase? ¿Para qué quieres tener una vida social placentera y satisfactoria si lo que te interesa es conseguir un CV excelente y así entrar en la más grande de las multinacionales? Esfuerzo, competición, e individualidad: las tres palabras destiladas por ese discurso capitalista que llama al trabajo.

Luego nos llegan las depresiones, los problemas familiares, la imposibilidad de entablar nuevas relaciones sociales… Y tratamos estos problemas como si fueran problemas mentales, cosas de psicología. Nos dan unas pastillas y nos sentamos unas horas a la semana en el diván. Ese parece ser el remedio. Pero claro, cuando el problema es social, cuando el problema viene dado por la manera de organizar la vida social, el sistema productivo, y por los valores que socializamos a través de los discursos ideológicos que nos tragamos por los medios de comunicación, entonces las pastillas y los divanes se quedan cortos (es más, reproducen el sistema al incrementar la industria farmacéutica y la individualización de los problemas, que es lo que hacen la mayoría de psicólogues desgraciadamente).

Total, que al señor Horacio Silvestre habría que darle de su propia medicina y ponerle a leer un poquito más. Así tal vez se entere que experimentar el amor, tener buenos amigues, y disfrutar de la vida es tan importante para la sociedad, para el individuo, y para el trabajo, como el propio esfuerzo ascético que él promulga. Ahora, claro que también es comprensible que una manada de hienas que se dedican a explotar el plusvalor de otros seres humanos quieran que prime sobre todo el sudar la gota gorda. Y hasta sangre si hace falta.

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