Libro en preparación: “La CNT y la Nueva Economía. Del colectivismo a la planificación de la economía confederal (1936-1939)”

Por Miguel G.
14 min. de lectura

En algunos meses se publicará un libro titulado “La CNT y la Nueva Economía”. Se trata de un libro de historia económica que recupera un proyecto poco conocido del movimiento libertario: el Consejo de Economía Confederal.

En ciertos casos, se argumenta que el anarcosindicalismo se configura como un tipo de sindicalismo promovido por anarquistas o basado en principios anarquistas. Sin embargo, esta afirmación queda notablemente limitada, ya que el anarcosindicalismo va más allá: aboga por la socialización de la economía a través de las organizaciones obreras, es decir, los sindicatos. En otras palabras, tanto el sindicalismo revolucionario como el anarcosindicalismo consideran que los sindicatos constituyen la columna vertebral de la futura sociedad socialista.

Ahora bien, retrocedamos al origen. Pierre J. Proudhon, posiblemente la primera figura teórica relevante del anarquismo a nivel internacional, planteaba en 1851 una alternativa al estado burgués. Su propuesta implicaba la disolución del régimen político (el Estado) en el régimen económico (la sociedad). Según él, ambos regímenes estaban en conflicto constante, y el dominio de uno sobre el otro dependía de la correlación de fuerzas. Para que el pueblo organizado tuviera posibilidades, debía estar bien articulado antes de la revolución.

Posteriormente, estas ideas experimentaron un desarrollo crucial en el Congreso de la Primera Internacional, celebrado en Bruselas en 1868. La importancia radica en la aprobación del modelo de socialización de los medios de producción, donde se concebía que la propiedad debería ser ejercida por cooperativas de producción, no como propiedad estatal.

Todos los delegados acordaron que la riqueza natural y social debería pasar a manos de la colectividad, aunque hubo ambigüedad en cuanto al papel del Estado, al afirmar que la colectividad social podría estar representada por un “Estado regenerado y sometido a la ley de la justicia”. A pesar de considerar al Estado como una institución fundamentalmente reaccionaria, no encontraron una fórmula más adecuada para describir los casos en los que las actividades y propiedades excedieran los límites de la cooperativa local o sectorial.

Un poco más adelante, según Bakunin, el elemento esencial de la sociedad era la Comuna, concebida como una alianza de todas las agrupaciones obreras de una localidad, con una clara base obrera. Su objetivo era lanzar una ofensiva decisiva para derrotar a la burguesía y, en caso de éxito, administrar el territorio.

Piotr Kropotkin también adoptó la Comuna como ideal social. Según su visión, la humanidad debería vivir en comunidades pequeñas, dedicadas al cultivo de la tierra. La sociedad se configuraría como una federación de comunidades de base territorial o industrial, donde cada comunidad sería, a su vez, una federación de individuos libres que aplicaran sus conocimientos en beneficio de toda la comunidad.

Estas concepciones se perfeccionaron de manera concluyente con el sindicalismo revolucionario. La clase obrera se había dotado de sociedades de resistencia, sindicatos, bolsas de trabajo, mutualidades y cooperativas. El sindicalismo revolucionario sostenía que todos estos elementos debían constituir un entramado social que, en caso de conflicto, como una huelga prolongada o una grave crisis de estado, pudiera gestionar un territorio. La Huelga General se concebía como un proceso insurreccional capaz de establecer el socialismo. La Carta de Amiens (1906) expresaba de manera clara la doble vertiente del sindicalismo revolucionario:

El Congreso precisa, en los puntos siguientes, esta afirmación teórica:

En su labor reivindicativa cotidiana, el sindicalismo trata de coordinar los esfuerzos obreros, aumentar el bienestar de los trabajadores con mejoras inmediatas, como son la disminución de los horarios de trabajo, el alza de salarios, etc.

Pero esta no es más que una de las tareas del sindicalismo; éste prepara la emancipación integral, que sólo se podrá llevar a cabo mediante la expropiación capitalista; defiende como medio de acción la huelga general y considera que el sindicato, hoy agrupación para la resistencia, será en el futuro una agrupación para la producción y el reparto, la base de la reorganización social;

El Congreso declara que esta doble tarea, cotidiana y futura, es producto de la condición de asalariado que pesa sobre la clase obrera y que obliga a todos los trabajadores, sean cuales sean sus opiniones o sus tendencias políticas o filosóficas, a pertenecer a la agrupación esencial que es el sindicato;

En consecuencia, en lo que respecta a los individuos, el Congreso afirma la completa libertad del afiliado para participar, al margen de su agrupación corporativa, en las formas de lucha correspondientes a su concepción filosófica o política, limitándose a pedirle a cambio que no introduzca en el sindicato las opiniones que profesa fuera;

Respecto a las organizaciones, el Congreso declara que, para que el sindicalismo alcance su máxima efectividad, la acción económica debe ejercerse directamente contra la patronal, por lo que las organizaciones confederadas, como agrupaciones sindicales, no deben preocuparse por los partidos y sectas que, al margen de ellas y a su lado, se dediquen en completa libertad a la labor de transformación social.

El espíritu del Congreso de Amiens se resumía en la idea de que “el sindicalismo se bastaba a sí mismo” para organizar la sociedad tanto antes como después de la revolución. Esta misma afirmación fue expresada por Pierre Monatte durante el Congreso Internacional Anarquista de Ámsterdam en 1907. A partir de ese momento, las tesis sindicalistas se difundieron ampliamente en el ámbito del anarquismo internacional, aunque a cambio se demandó que el sindicalismo adoptara como objetivo el comunismo libertario.

Al centrarnos en el ámbito libertario español, es fundamental destacar que el anarcosindicalismo rechazaba rotundamente la participación en las instituciones parlamentarias y defendía la autonomía política de los sindicatos con respecto a la burguesía. Durante el Congreso de la CNT en el Teatro de la Comedia de Madrid en 1919, se aprobó:

Una revolución realizada a base de la intervención decisiva de la organización sindical, tomándose ella la responsabilidad del movimiento y encargándose, a su vez, de consolidar su triunfo, organizando la producción y dándole estos fundamentos económicos…

En 1931, la CNT publicó “Los sindicatos obreros y la revolución social”, un libro del francés Pierre Besnard, traducido por Felipe Aláiz y con prólogo de Joan Peiró. Este texto fue muy bien recibido entre los anarcosindicalistas, ya que vino a llenar un vacío teórico existente. Hasta entonces, la literatura anarquista hispana no lograba definir de manera clara y concisa los conceptos fundamentales.

Besnard proponía que las tres demandas básicas del sindicalismo deberían ser la reducción de la jornada laboral, el salario único y el control sindical de la producción. En cuanto a la organización sindical, entendía que los sindicatos debían preparar a sus miembros y diseñar un plan para organizar la producción después de la revolución. Sugería que las Uniones locales y las federaciones regionales desempeñaran roles técnicos y sociales simultáneamente. También señalaba que la CGT francesa ya contaba con un Consejo Económico del Trabajo con representantes de las federaciones industriales. La función de este Consejo Económico era estudiar la capacidad de producción del país, los recursos, las importaciones y exportaciones, y con esta información determinar la cantidad de producción necesaria, redistribuyendo las materias primas de la manera más eficiente. La propuesta de Besnard consideraba al Sindicato y al Municipio como los dos elementos fundamentales de la sociedad.

Al hablar de una situación revolucionaria hipotética, también describía el Consejo de Fábrica, al que asignaba dos roles: técnico y social. Ambas funciones crearían una sección y, entre ambas, formarían el Consejo de Administración de la empresa. Los esquemas fundamentales en el aspecto socioeconómico son los siguientes:

La obra de Besnard también fue difundida en las páginas de la prensa confederal, y algunos militantes destacados, como Joan Peiró o el valenciano Martín Civera, realizaron resúmenes de los puntos más relevantes del libro. De esta manera, Besnard logró influir de manera determinante en las perspectivas del anarcosindicalismo ibérico.

Esta influencia se evidencia tanto en treintistas como en faístas, como Abad de Santillán, Isaac Puente, Ángel Pestaña, Joan Peiró, Martín Civera, Higinio Noja, entre otros, quienes, en los años posteriores, escribieron artículos y libros referentes a la configuración del comunismo libertario. En sus obras destacaban la importancia de la fase previa y la necesidad de establecer una organización sindical sólida. Estos anarquistas entendían que la única forma de evitar el golpismo revolucionario, visto con los bolcheviques, era tener unas organizaciones sindicales bien preparadas para el día después de la revolución.

En el Congreso de 1931, el anarcosindicalismo perfeccionó las funciones de los comités de fábrica y taller, creados hacia 1918-19, otorgándoles una orientación específica para que se prepararan en la gestión y administración técnica de las empresas. Hoy en día esos comités serían el equivalente a las secciones sindicales.

Este Congreso se produjo a los dos meses de la proclamación de la República. El movimiento libertario se estaba preparando para la inminente revolución. Otro avance significativo en ese momento fue la aprobación de las Federaciones Nacionales de Industria, con el objetivo de establecer una fuerza sindical organizada por sectores de producción.

En esta línea, Juan López presentó el bosquejo del Consejo de Economía justo una semana antes del Pleno Regional de Sindicatos de Cataluña en abril de 1932. Su propuesta planteaba la creación de un nuevo organismo controlado por los sindicatos que, antes de la revolución, se encargara de estudiar las fórmulas administrativas de la sociedad, las empresas, el comercio y el municipio. Además, debía encontrar maneras de distribuir la riqueza y proponer los medios adecuados de consumo individual y familiar. Este mismo organismo, una vez ocurrida la revolución, estaría encargado de controlar el consumo, redistribuir la riqueza y supervisar los intercambios entre regiones.

Entre 1932 y 1936, el anarcosindicalismo aceptó gradualmente la incorporación de los consejos económicos a su corpus teórico. Desde 1919, en el Comité Nacional y en algunos comités regionales, se integraron diversos miembros especializados en estadística, recopilando datos socioeconómicos cruciales para la producción. La idea subyacente era que el sindicalismo podría reemplazar al estado, por lo que esos sindicatos deberían ser capaces de gestionar económicamente toda la sociedad.

Durante la Guerra Civil, se elaboraron varios proyectos para implementar el Consejo Económico, y no sería hasta el Pleno Nacional Ampliado de Economía en enero de 1938, en Valencia, cuando la CNT creó el Consejo Económico Confederal. Este órgano centralizaba y racionalizaba toda la economía bajo el control del movimiento libertario, abarcando colectividades agrícolas, empresas colectivizadas, agrupaciones, talleres socializados, talleres sindicales, laboratorios, cooperativas confederales, entre otros.

A pesar de las esperanzas infructuosas de que los socialistas aceptaran la propuesta del Consejo Nacional Económico, las negociaciones con los gobiernos de Largo Caballero y Juan Negrín no tuvieron éxito. En respuesta, el movimiento libertario decidió avanzar por su cuenta, en la espera de que algún día la UGT adoptara una postura similar.

Dada la coyuntura en la que se implementó, el Consejo Económico Confederal enfrentó numerosos desafíos. No obstante, llevó a cabo proyectos parciales, como la Banca Sindical, la Mutualidad Confederal o el salario único. En última instancia, fue un ejemplo del desarrollo práctico de las ideas sindicalistas revolucionarias que apenas ha sido conocido en las últimas décadas.

Este libro busca arrojar luz sobre el desarrollo de todo este entramado socioeconómico en torno a los sindicatos. Debería servir para la preparación formativa de la militancia anarcosindicalista, anarcocomunista o sindicalista del futuro encarando así los retos que afrontaremos.

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